jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 9

 


Gustavo estaba decidido a sacar a la luz todas las facetas de su amigo, convirtiéndolo de paso en el mejor actor posible. ¿Y qué mejor forma de lograrlo que hacerlo enfrentarse a la única mujer que conseguía que saliera de esa perpetua actuación de «niño perfecto» que ejecutaba ante todos para que pasara a mostrar al hombre imperfecto que todos llevamos dentro?


Después de conseguir averiguar dónde trabajaba la chica que tanto alteraba a su amigo, Gustavo no pudo evitar arrastrar a Pedro consigo hacia ese pequeño bar familiar, especialmente cuando recordó cómo era apodado el local.


Ese pequeño y antiguo pub londinense localizado en un callejón de Covent Garden tenía un aire clásico bastante agradable. Fuera del establecimiento se situaban viejos y grandes barriles que hacían las veces de mesas cuando el local estaba repleto y los clientes querían disfrutar en el exterior de sus refrescantes cervezas. En una gran pizarra se anotaban, en vez de los precios de las consumiciones, divertidas frases que invitaban a entrar por sus puertas.


El ambiente del interior era bullicioso. Las risas entre los habituales se oían por encima de la música, haciéndolo todo más acogedor. Las pequeñas mesas de madera se repartían por la estancia sin amontonarse, dejando espacio para las amistosas camareras y sus bromas.


Las vigas de madera antigua, el suelo de losas, la barra de estaño que permanecía al fondo del establecimiento o la decena de recuerdos del Londres antiguo que adornaban sus paredes evocaban una vuelta al pasado al cruzar las puertas de ese local, un lugar acogedor y agradable, en definitiva, que mezclaba lo añejo con lo moderno, sobre todo cuando el ceñudo pelirrojo que había tras la barra se dignaba poner en las televisiones que colgaban de sus paredes algún buen partido para entretener a sus clientes.


Ese bullicioso pub, en el que Gustavo había disfrutado en alguna que otra ocasión de una buena cerveza de barril pertenecía a Alberto Chaves, un irascible irlandés con muy mala leche que no dudaba en echar a patadas de su establecimiento a cualquier borracho que comenzara a desvariar sobre sus penas en el amor. Para desgracia del dueño, todos los clientes que acababan en el callejón porque eran arrojados a él en uno de los peores momentos de su vida anotaban en las paredes de fuera imaginativos mensajes de lo que pensaban acerca del amor, con frases, rimas e incluso algún que otro grosero dibujo explicando muy concisa y claramente lo que opinaban de ese amargo sentimiento cuando les rompían el corazón.


También había algunos que se explayaban opinando sobre el dueño del local, pero esas opiniones siempre eran borradas con rapidez, mientras que las amargas palabras contra la persona amada o los «te odio» permanecían en el muro. Por ese motivo, las paredes de ese callejón, al igual que el local, habían sido apodadas por todos con el sobrenombre de «el muro de los “te odio”».


Era un nombre irónico que aludía a su manera a la obra de arte que se hallaba en París, concretamente en el barrio de Montmartre, llamada «el muro de los “te quiero”», donde bajo el cobijo de un pequeño y romántico jardín se encontraba un mural de una superficie de cuarenta metros cuadrados donde había escritos mil «te quiero» en trescientos idiomas diferentes.


Pero, siendo realistas, y después de ver alguno de los mensajes del exterior de la taberna, Gustavo pensaba que las personas eran mucho más originales y creativas a la hora de expresar su animadversión y que, si no había una obra de arte específica que mostrara los «te odio» como sí la había para su opuesto era, simplemente, porque para albergar todos ellos se necesitaría bastante más que una pared de cuarenta metros cuadrados.


Para desgracia de Pedro, éste no sabía nada del apodo de ese bar ni de los cuchicheos que había sobre el dueño o su callejón, y eso era algo que Gustavo no pensaba desperdiciar para fastidiar un poco a su amigo y descolocarlo de ese papel de hombre perfecto que le gustaba aparentar.


—¿Se puede saber qué hacemos aquí, Gustavo?


—Yo he venido por el alcohol —respondió él alzando su copa mientras intentaba ignorar las quejas de su amigo.


—Sí, porque es evidente que por las camareras no es —replicó Pedroseñalando a la rolliza mujer de mediana edad que servía las copas.


—Mira, ahí tienes a una más joven… —anunció Gustavo, señalando a la chica que tanto lo alteraba. Y, tal como pensaba que ocurriría, la falsa sonrisa que solía lucir su amigo se borró por completo, haciendo que dejara de actuar.


—La niña del pozo…, no, gracias; prefiero probar suerte con la otra camarera.


—Te recuerdo que tienes que conseguir que trabaje con nosotros en ese proyecto.


—Y lo haré…, en algún momento lo haré. —Y ante la inquisitiva ceja alzada de Gustavo, Pedro al fin confesó la verdad sobre sus dubitativas palabras—: La verdad es que no sé cómo acercarme a esa chica. Mis encantos no parecen funcionar con ella, y cuando estoy a su lado y abre su impertinente boca, todo mi tacto desaparece, haciendo que me comporte de una forma poco apropiada —dijo, haciendo que su amigo sonriera detrás de su cerveza.


—Tengo una idea que tal vez te pueda servir de ayuda. ¿Por qué no simulas que te emborrachas e interpretas el papel de un hombre desconsolado a causa del amor? Tal vez, entre copa y copa, podáis mantener una conversación y, si ella te ve en un mal momento, puede que se compadezca de ti y te ayude a hacer ese proyecto.


—Darle pena en vez de seducirla… Bueno, podría servir —anunció despreocupadamente Pedro.


Convencido de que el plan de su amigo podría llegar a funcionar, comenzó a pedirle sus copas a Paula sin dejar de quejarse una y otra vez a causa de su roto corazón, sin sospechar lo que se le venía encima cuando Gustavo lo animó, con una maliciosa sonrisa, a que siguiera con su actuación sin dejar de observar con detenimiento las furiosas miradas que el irlandés de detrás de la barra empezaba a dedicarle a su penoso amigo, que, en ocasiones, podía llegar a ser un maravilloso actor capaz de convencerlos a todos con su fantástica interpretación.





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