Bruno intentaba grabar alguna escena de esa maldita película que ya iba con retraso, pero entre las interferencias del escritor, que cada vez que se descuidaba ocupaba su silla, las continuas peleas que éste mantenía con el guionista, en las que él tenía que mediar para mantener la paz y la mala actuación de ese habitualmente brillante actor, que se perdía al intentar representar su papel, sacar adelante el trabajo le parecía simplemente imposible.
A sus numerosos problemas ahora se le añadía otro: una extra curiosa con alma de guionista que se acercaba disimuladamente a él cada vez que estaban fuera de escena.
Cuando Paula, la hija de esa actriz que aún lo volvía loco, se encontraba lo suficientemente cerca de él para emitir su opinión, simplemente abría la boca y la cerraba como un pez, sin aportar nada, hasta que Bruno, harto de su indecisión, se volvió hacia ella y le exigió que hablara o se callara para siempre.
—¿Tienes algo que decir? —le preguntó a Paula mientras la escena que los actores trataban de completar se detenía y todos los ojos se clavaban en ella.
La joven jugueteó nerviosamente con sus manos, sin atreverse a alzar los ojos, y dio un paso hacia atrás con timidez. Al contrario que su madre, parecía una chica temerosa y sin espíritu, y, negando con la cabeza, Bruno suspiró con resignación antes de decidirse a retomar el trabajo.
Hasta que, de repente, los dubitativos pasos de la mujer se tornaron firmes, indicando que había tomado una decisión. Cuando estuvo junto a él, sus ojos se alzaron desafiantes, exhibiendo la misma fuerza y resolución que Bruno siempre recordaría en Amalia. La determinación que Paula mostró a la hora de perseguir su sueño hizo sonreír a Bruno al recordarle a su madre, y se dispuso a escuchar sus palabras aunque sólo fuera una novata.
Mientras atendía a las opiniones de Paula, que lo llevaron a cambiar algún concepto que tenía acerca de la escena que estaban filmando, mostrándose de acuerdo con muchos de sus razonamientos, Bruno se dio cuenta de que esa chica tenía talento y brillaría algún día en la gran pantalla, pero opinaba que no lo haría delante de las cámaras, sino detrás de ellas. Tal vez como guionista, como ella quería, o como directora, dirigiéndolo todo hasta dar vida a las escenas que rondaban por su cabeza después de leer la historia.
Hubo momentos en que Paula le recordó a sí mismo en sus inicios en el mundo del cine, cuando su interés y su pasión lo llevaron detrás de los focos para capitanear esos grandes, emocionantes y enloquecedores proyectos, por lo que se quedó fascinado con ella, escuchando las propuestas de la muchacha, aceptando algunas y desechando otras, haciendo uso de su dilatada práctica para hacerle ver los errores que cometía debido a su inexperiencia.
Tuvieron que recordarle que todos estaban esperando su dirección para que abandonara la apasionada charla que mantenía con Paula acerca del rumbo que debía tomar la película y, por unos instantes, mientras la miraba, Bruna deseó que ella hubiera sido la hija que nunca había tenido, especialmente después de saber que era la hija de Amalia, la mujer a la que amaba desde siempre y a la que había dejado escapar, un error del que se arrepentía cada día de su vida.
Amalia los miró trabajando juntos desde la distancia y, por primera vez, le dirigió una sonrisa, un gesto que se borró de su rostro en cuanto sus ojos volvieron a encontrarse, pero que Bruno se guardó en el corazón mientras pensaba en qué podría hacer para intentar recuperar a esa mujer.
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