Desde la distancia miré al hombre que, una vez más, actuaba ante mí. Y, a pesar de todas las veces que me había engañado con esas palabras, cada vez que nuestros caminos se habían vuelto a cruzar yo seguía dudando estúpidamente si creerlo o no, porque cada vez que Pedro Alfonso decía «te quiero» te conquistaba con ello. Y ése era el problema entre nosotros: que lo pronunciaba con demasiada facilidad, pues esas palabras para él no significaban nada.
No podía confiar en ese «te quiero» que había oído tantas veces que ya no sonaba a verdad, ni en un hombre que me había dicho que me amaba cientos de veces para luego demostrarme su falsedad con cada uno de sus actos.
Ya no sabía cómo diferenciar el falso «te quiero» del verdadero si provenía de los mismos labios que tantas veces me habían hecho daño. Y si el hombre que se me confesaba gritando a los cuatro vientos era un maravilloso actor que lo había repetido decenas de veces a miles de mujeres, haciéndolas soñar, no podía permitirme soñar con un final feliz, sabiendo que cuando las cámaras se apagaran toda nuestra historia de amor habría terminado.
—¡Te quiero, te quiero, te quiero…! —oí decir a Pedro dirigiéndose a otra mujer en una escena que yo había escrito, una escena que era el principio de esa historia y tal vez el final de la nuestra.
La bonita y perfecta actriz que tenía ante él le sonreía, y no tuve duda de que, como un montón de mujeres más, se había enamorado de él.
De repente, su mirada me buscó con decisión, ignorando todo lo demás, y tuve que dar un paso atrás cuando repitió sus frases mientras sus ojos y sus palabras se desviaban hacia mí, ignorando a la actriz principal.
Me miró con impaciencia, como si esas palabras hubieran sido dirigidas realmente a mí y esperara una respuesta. Pero yo ya no era tan ingenua como en el pasado para creer en su actuación. Aun así, a pesar de todo, cuando mis ojos se cruzaron con unos desesperados ojos azules que me reclamaban que les prestara atención, me pregunté una vez más, irracionalmente esperanzada, si en esta ocasión Pedro me hablaría con el corazón o si se trataba de otra más de sus crueles mentiras, que, como siempre, me mostraría lo falso que podía llegar a ser un «te quiero» si no contenía ningún sentimiento. Y, debatiéndome sobre si perdonarlo o no, sobre si seguir escuchando sus palabras o irme de allí, fui débil y no pude evitar comparar las palabras que me gritaba delante de las cámaras con todos los «te quiero» que había oído de él en el pasado.
Comencé a alejarme de allí cuando no vi nada nuevo en su actuación, hasta que Pedro, ante el asombro de todos los presentes, se salió de su escena, de su marca y de su guion, y, dirigiendo sus ojos hacia mí una vez más, me repitió con desesperación sus palabras de amor.
—¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Joder! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo para que te des cuenta de que en esta ocasión es de verdad? — exclamó apretando furiosamente los puños mientras me exigía una respuesta.
Con sus palabras resonando en mis oídos, cerré los ojos mientras rememoraba todo el daño que me había hecho, negándome a que su última actuación me convenciera nuevamente de amarlo.
—¡Joder, Paula! ¡Mírame a mí! ¡No al perfecto actor de tu escena de amor, sino al hombre del que te has enamorado!
Cuando abrí los ojos no vi ante mí al brillante galán que esa escena requería, sino a un hombre que, impulsado por la pura desesperación, lo arriesgaba todo y gritaba su amor en busca de que lo escuchara, de que lo perdonara y, tal vez, de que le diera una respuesta.
—¡Te amo, Paula! Eres la única mujer a la que he amado nunca, y no dudes de que en esta ocasión no estoy actuando, porque sólo cuando estoy a tu lado dejo atrás al perfecto actor para ser el imperfecto hombre que, tal vez, casi siempre se equivoque, pero que solamente tiene en mente amarte.
La actriz que lo acompañaba comenzó a improvisar con su salida del guion, pero fue completamente ignorada por Pedro. Los productores, que comenzaron a gritar sus protestas hacia Felicitas para que solucionara esa interrupción no deseada, también fueron desoídos por ese actor que permaneció con los ojos fijos únicamente en mí, a la espera de una respuesta.
Yo no sabía qué hacer. Sólo tenía claro que quería huir de las palabras de amor de ese hombre, así que, dándole la espalda, comencé a alejarme. Hasta que mis dudas sobre si su confesión era de verdad me hicieron volverme hacia él.
Ante mis ojos, ante los de las cámaras y ante los de todo el reparto sólo vi a un hombre hundido, con la cabeza agachada ante mí, aguardando mi respuesta con los puños apretados a ambos lados del cuerpo, que emitió un último y desgarrador lamento tras alzar su rostro manchado por el dolor de sus lágrimas, que me llegó al corazón y desterró cualquier duda de los presentes acerca de que esas acciones pudieran formar parte de su actuación.
—¡¿Por qué no puedes creerme nunca?! ¡¿Es que acaso no sabes que no soy tan buen actor?!
Recordando las palabras escritas en el muro detrás del pub de mi tío, nuestras disputas cuando nos conocimos, nuestros momentos de pasión, nuestras separaciones y reencuentros, nuestros errores y nuestros aciertos, nuestras alegrías y nuestras lágrimas, mis pies se movieron solos, y yo, que siempre me había mantenido apartada de escena y muy lejos de la atención de las cámaras, la acaparé toda cuando corrí hacia Pedro, aparté de su lado a la actriz que lo acompañaba y, sin importarme nada, reclamé con un beso al hombre que amaba.
—¡¿Se puede saber quién es esa chica?! —gritaron airados los productores, una pregunta que creí que Pedro ignoraría para seguir besándome.
Pero, como si ése hubiera sido el pie de entrada que él necesitaba para seguir actuando, terminó con mi beso para declarar bien alto ante todos los presentes:
—¡Ésta es Paula Chaves, la mujer a la que amo y la autora de esta escena que yo he cambiado un poco, así como del guion de esta película! Y lo sé muy bien porque ésta es nuestra historia y, definitivamente, nunca podría haberla escrito nadie más que ella.
—¿Qué significa esto, Felicitas? —increpó uno de los productores a la agente de Pedro, furioso ante el engaño de esa mujer.
—Se trata de un error, Hernán: Paula Chaves no es importante, y nadie puede reconocer este guion como suyo. Este guion pertenece a…
Y cuando creí que nadie creería en mí, me fijé en que el taimado actor que tenía a mi lado había preparado la escena con todo cuidado: a nuestro alrededor, todos los que me habían oído hablar alguna vez sobre mi guion se encontraban allí. Y, aunque yo no fuera nadie importante en Hollywood, para aquellos que oyeron por unos instantes mis sueños y creyeron en ellos sí lo fui.
—¡Es de Paula! La escena que íbamos a rodar hoy la leí decenas de veces, ya que su madre nos la puso como lectura obligatoria a mí y a los chicos cada vez que teníamos un descanso. ¡Y si huíamos de ella nos perseguía hasta el baño, si hacía falta! —alzó su voz Miguel, el encargado de sonido, dando pie a que más testigos me señalaran como la verdadera autora de ese guion.
—¡Es verdad! ¡No sé cuántas veces me contó Paula esta misma escena mientras me ayudaba a ordenar los camerinos! —señaló Verónica, la encargada de vestuario, a la que siempre intenté ayudar.
—A mí me pareció muy bonita y romántica cuando la oí mientras maquillaba a Lidia Shane en nuestro anterior rodaje —apuntó Amber, la ocupada chica de maquillaje a la que siempre le encantaba escuchar mis historias.
—Doy fe de que el guion es suyo: a mí me pidió más de un consejo sobre los cambios que debía introducir en algunas escenas para que quedaran mejor en pantalla —intervino Bruno Baker, mi padre, un hombre que, en contra de lo que yo pensaba, no se había olvidado de mí, sino que estaba ayudando a un astuto actor a preparar su escena.
Cuando el afamado director y renombrado actor que era Bruno abrió la boca para apoyarme, ya nadie puso en duda mis afirmaciones. Sin embargo, Ramiro Howard, el hombre que me había robado mi escrito con ayuda de Felicitas, intentó anteponer su nombre al mío una vez más. Pero se encontró con otro de mis protectores.
—¿Es que después de lo que has oído todavía vas a intentar apropiarte de ese guion? —inquirió un intimidante pelirrojo acercándose a Ramiro cuando comenzaba a protestar, unas quejas que, ante la molesta mirada de todos los que me conocían y conocían mi historia, no tardó en silenciar.
—Ésta es nuestra historia, éste es nuestro final, y no voy a permitir que nadie nos los arrebate. Estaré encantando de seguir siendo el actor protagonista de esta película, pero sólo si se reconoce la verdadera autoría del guion —manifestó Pedro ante los airados productores.
Y, al contrario de lo que yo había pensado antes de él, no me arrebató mi anhelo de que mi obra viera la luz en la gran pantalla, sino que me recordó cuáles eran mis sueños para que siguiera tratando de alcanzarlos, unos sueños que comencé a sospechar que no tardaría en lograr cuando los productores, ignorando a Felicitas y a Ramiro, comenzaron discutir sobre qué era lo mejor para el proyecto.
—¡Voy a arruinarte por lo que me has hecho, Pedro Alfonso! ¡Sin mí no eres nada, así que olvídate de brillar más en la gran pantalla! —amenazó Felicitas a Pedro, una advertencia que cualquier actor temería al proceder de alguien tan influyente como ella.
No obstante, él se limitó a responder con una sonrisa. Y, fijando sus ojos en mí en vez de en la persona que lo increpaba, respondió a sus airadas palabras anunciándome que la siguiente escena que quería interpretar en su vida era una en la que estuviera a mi lado.
—Me parece bien, porque quiero dejar atrás a ese actor que tú has creado para ser solamente el hombre enamorado que soy junto a la mujer que posee mi corazón.
Y, como cualquier buen actor que se precie, tras esas palabras Pedro reclamó mis labios con un beso de cine ante el que yo caí una vez más rendida frente a sus encantos. Pero en esta ocasión sin arrepentirme de nada, porque el hombre que me abrazaba ya no actuaba para todos, sino que únicamente lo hacía para mí. Y no con la idea de poner fin a una escena, sino para dar inicio a esa historia de amor que ambos nos merecíamos disfrutar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario