jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 78

 


—Te digo que he visto a Paula en esta fiesta, ¿se puede saber qué demonios hace aquí? —le pregunté a Gustavo con preocupación mientras buscaba a la mujer que amaba en cada una de las rubias que inundaban el lugar.


—Creo que promover su guion —declaró él mientras sacaba de la papelera un manuscrito con el nombre de Paula.


—¡Mierda! ¡Seguro que sigue por aquí! Pero ¿dónde? —pregunté alarmado, sin saber si ella caería en alguna de las trampas que Hollywood ocultaba debajo de su brillante máscara de fama y éxito a causa de su ingenua inocencia.


—No lo sé. ¿Con quién creíste verla? ¿Era un hombre o una mujer? — me interrogó Gustavo despreocupadamente mientras comenzaba a leer el guion de Paula.


—Un hombre, ¿por qué?


—Porque, si yo estuviera escribiendo esta historia y la protagonista estuviera en una fiesta como ésta acompañada de un hombre, el lugar en el que se encontrarían ahora mismo sería en una de las habitaciones de arriba.


—¡Y una mierda! —grité furioso. No obstante, como Gustavo se equivocaba pocas veces, comencé a dirigirme hacia las habitaciones, dispuesto a indagar en cada una de ellas por si Paula era la mujer que había visto luciendo un escandaloso vestido que me había cortado la respiración —. ¿Se puede saber qué haces? —le pregunté a mi amigo cuando me volví al ver que no me seguía, sino que había tomado asiento en uno de los sillones mientras se concentraba en su nueva lectura.


—Leer —replicó quedándose tan ancho, como si eso fuera lo normal en una escandalosa fiesta llena de música, alcohol y hermosas mujeres.


—¡Tú vienes conmigo! —le grité reclamando su ayuda. Y, como siempre, el molesto pelirrojo se resistió a hacer algo que no entraba en sus planes mirándome con ironía, retándome a que lo moviera de ese sofá. Ante eso no dudé en utilizar mi carta maestra—. ¡Si no me ayudas a encontrar a Paula pienso llamar a Samantha, y, tras molestarla en su momento de inspiración, pienso revelarle adónde me ha traído su marido!


—Chantajista de mierda… De acuerdo, ¿por dónde empezamos? —dijo Gustavo, cerrando el manuscrito tras oír mi amenaza.


—Tú, por las habitaciones de arriba y yo por las de abajo, ¡el que la encuentre primero que mande un mensaje!


—Y dime, Pedro, ¿qué piensas hacer cuando la encuentres en una de esas habitaciones con otro hombre? —me susurró al oído el maldito pelirrojo, provocándome, mientras pasaba amigablemente un brazo por encima de mis hombros, como si esperara que yo le revelase mis más profundos secretos.


Mi respuesta fue deshacerme de su brazo con furia y negarme a contestar, pero ante la idea de que la mujer que amaba se encontrara en brazos de otro, mis puños se apretaron llenos de ira, un hecho que no pasó desapercibido para Gustavo, un hombre que siempre lo observaba todo con detenimiento.


—Esta historia se pone cada vez más interesante… —declaró antes de dedicarme una maliciosa sonrisa que me aseguraba que, probablemente, la estúpida escena que yo estaba protagonizando en esos momentos formaría parte de su próxima novela.


Pero como lo único que yo quería era encontrar a Paula, poco me importó convertirme en uno más de sus estúpidos personajes si finalmente conseguía a la mujer que quería, no en una fantasía, sino en la realidad.


Cuando Gustavo desapareció en las habitaciones de arriba, yo recorrí cada una de las de abajo sin importarme nada interrumpir en sus escarceos a famosos casados, lujuriosas orgías que tuve que rechazar o simples parejas que buscaban intimidad, una intimidad que en cualquier otro momento les habría concedido, pero que en esos instantes no me importaba interrumpir.


Si la chica era rubia, me quedaba lo suficiente para comprobar si era Paula o no. Y, al descartarlo, salía en busca de la siguiente habitación. Finalmente, fue Gustavo el que dio con ella y me mandó un mensaje indicándome dónde estaba.


«¿Se encuentra bien?», tecleé mientras subía la escalera a toda velocidad. Y cuando mi amigo me contestó con un emoji de un muñequito pensativo, no supe si lo había hecho para tocarme las narices o porque Paula estaba en aprietos, así que lo llamé mientras corría hacia ellos, una llamada a la que él no contestó.


Cuando llegué ante la puerta que Gustavo me había indicado temí lo que podría encontrarme, pero nunca creía que me toparía con lo que vi al adentrarme en la habitación.


La escabrosa escena que se desarrollaba ante mí la protagonizaban dos hombres, cada uno de ellos tenía sus manos sobre algo que nunca deberían tocar y que definitivamente no les pertenecía, mientras Paula, casi desnuda y excitada, les daba indicaciones a la vez que les explicaba con mucho detalle todo lo que la satisfacía.


—¡¿Se puede saber qué cojones estáis haciendo?! —grité furioso, interrumpiendo la extraña escena de esos tres discutiendo sobre el guion de Paula mientras me apresuraba a quitarme la camisa para cubrirla a ella.


—¡Hola, Pedro! ¿Tú también quieres leer mi guion? —inquirió Paula.


Y en cuanto comenzó a frotarse contra mi cuerpo en busca de caricias, cuando lo habitual era que ella huyera de mí, le dirigí una furiosa mirada al idiota que se encontraba sentado en la cama, deduciendo que, sin duda, la había drogado.


—¿Qué le has dado? —le pregunté a Franco Carter, enfurecido.


Y cuando él intentó huir, por fin mi amigo me sirvió de ayuda y se interpuso en su camino.


—Una droga excitante, pero vamos, no es nada peligroso: tras unas horitas de sexo estará como nueva…, y ahora que tú has llegado ya veo que no tendré que ocuparme yo de esa tarea. Con una belleza como ella no creo que hubiera habido demasiado problema, pero lo cierto es que no me apetecía nada acostarme con una mujer que sólo se dedicaba a pensar en otro.


—¡Aquí nadie va a acostarse con Paula! —grité furioso, dispuesto a no aprovecharme de ella, pero por lo visto ella no pensaba lo mismo, ya que vi volar mi camisa hacia el suelo, evidenciando que había vuelto a desnudarse.


—Creo que ella no opina lo mismo —me señaló Gustavo.


—¡Tú te callas! —reprendí furioso a mi amigo, para volver a concentrarme en el hombre que había engañado a Paula.


—¿Por qué la has drogado? —le pregunté, acercándome amenazadoramente a él.


—¡Vamos, vamos! Menos humos, Alfonso: los actores encantadores como tú, los preferidos de Hollywood, los niños bonitos no protagonizan escándalos. Tú y yo sabemos que no vas a golpearm…


Y antes de que ese estúpido terminara sus palabras, le propiné un puñetazo en la cara, partiéndole el labio.


—Volvamos a intentarlo —dije.


Y, empujándolo, lo acorralé contra la pared. A continuación levanté amenazadoramente el puño, ante el que ese estúpido todavía dudaba…, hasta que Gustavo le advirtió con seriedad de lo que yo era capaz cuando dejaba de actuar.


—No seas idiota, ahora mismo no tienes ante ti al encantador actor con su sonriente máscara, sino al hombre enamorado, así que yo que tú hablaría porque, aunque conoces al otro, no sabes de lo que éste es capaz.


Para dejarle claro que Gustavo tenía razón, no dudé en golpear la pared de detrás de Franco, como advertencia. Y cuando éste vio mi puño hundido en el tabique de madera que tenía a la espalda, así como mis fríos ojos azules que seguían clavados en los suyos a pesar de que mi mano sangrara, tragó saliva antes de comenzar a cantar como un pajarito.


—Alguien quería que le hiciera daño a esa chica, y no porque ella hubiera hecho algo, sino porque simplemente quería alejarla de ti. Yo estuve de acuerdo con este asunto porque me prometieron una buena recompensa, pero al final me arrepentí. Aunque no caigas en el error de pensar que no habría representado mi papel de villano si no hubieras llegado a tiempo, porque lo habría hecho… Pero lo importante es que el príncipe ha llegado, ¿verdad, Paula? —se dirigió burlonamente a ella.


—¿Quién te ordenó que le hicieras daño a Paula? —pregunté.


Y, exigiendo una respuesta, dirigí las manos a su cuello, apretando cada vez más a medida que pensaba sobre lo que podría haberle pasado a Paula si no hubiera llegado a tiempo. Y que el daño que habría sufrido fuera por mi culpa no hacía nada por apaciguar mi ira y mi odio.


—Suéltalo, no creo que te diga nada más —me pidió Gustavo, apretando fuertemente mi hombro como advertencia cuando Franco comenzó a ponerse rojo.


—¿Qué harías tú si fuera Samantha? —le reclamé, negándome a soltar a ese tipo.


—Por lo pronto, no acabar en la cárcel cuando ella te necesita —repuso mi amigo, convenciéndome de que soltara el cuello de ese desgraciado. 


Y, apartándome de él como la basura que era, recogí mi camisa del suelo y volví a cubrir a Paula para tranquilizarla a ella, y a mí de paso, al tenerla entre mis brazos.


—Gracias —susurró Franco, casi sin voz, dirigiéndose a mi amigo, tal vez porque no sabía aún lo retorcido que podía ser Gustavo.


—¡Oh, de nada! ¿Sabes una cosa? Hay muchas maneras de vengarse de tipejos como tú… Algunas de ellas no implican que Pedro tenga que ensuciarse las manos y pueden llegar a ser más dolorosas que la misma muerte, ¿me captas? —manifestó Gustavo con una maliciosa sonrisa que hizo temblar de miedo a ese tipo.


Decidido a aprovechar la posibilidad que le dábamos de huir, el vil individuo se dirigió hacia la puerta lo más rápido que pudo tras recoger su ropa. Pero, antes de abrir, sus pasos se detuvieron y se volvió hacia mí clavando sus arrepentidos ojos en Paula antes de advertirme:

—Tal vez lo mejor que podrías hacer es alejarte de ella antes de que le hagan daño. Paula parece demasiado inocente para este mundillo lleno de celos, envidias y engaños, y tú, a pesar de los años que has pasado en él, no pareces ser capaz de defenderte, ni mucho menos de defenderla a ella.


Cuando la puerta se cerró detrás de él, esas palabras quedaron grabadas en mi cabeza y miré a Paula, sintiéndome responsable de lo que le había ocurrido.


—Tal vez tenga razón y lo mejor sería que me alejase de ella —le comenté apenado a mi amigo, pero cuando sentí los brazos de Paula atrayéndome con fuerza junto a ella mientras me susurraba unas palabras de anhelo que siempre había deseado oír, me fue imposible dejarla marchar.


—No me dejes, Pedro, te necesito —confesó, algo que habría sido muy hermoso y romántico de no haber sido porque la droga que le habían hecho tomar hablaba por ella, mientras comenzaba a desabrocharme los pantalones.


—¿Qué hago? —le pregunté a mi amigo, confuso, sabiendo que en esas circunstancias no debería tocarla, sino que debería comportarme como todo un caballero, alejándola de mí.


—No pienso hacerte un dibujo de lo que tienes que hacer a continuación. Ahí os quedáis —se quejó ese maldito pelirrojo antes de salir por la puerta y concederme la intimidad que en esos momentos no deseaba para no caer en la tentación.


Pero, como cuando estaba con Paula solamente era un estúpido hombre enamorado, finalmente cedí. Y, como cualquier idiota enamorado, caí ante la idea de volver a sentir el amor que sólo sus besos, sus caricias y su cuerpo podían ofrecerme mientras rogaba porque a la mañana siguiente Paula no me apartara de su lado culpándome de ser débil, puesto que mi única debilidad era desear que me amara tanto como yo la amaba a ella.




 

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