jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 103

 


Amalia, molesta con Bruno porque su hija se había alejado de ella tras oír las reclamaciones que éste le hacía sobre su paternidad, no había dejado de fulminar con la mirada a ese hombre.


Durante toda la mañana, cuando él la buscaba con sus tristes ojos pidiéndole perdón, ella lo recibía con una mirada airada que lo declaraba culpable, y si intentaba acercarse, Amalia echaba altivamente su cabello hacia un lado y se alejaba.


No obstante, las beligerantes miradas que le dedicaba a Bruno no tardaron en desviarse hacia una mujer que se acercó demasiado al hombre que, aunque todavía no había podido llegar a perdonar, su corazón gritaba que le pertenecía, especialmente después de haber vuelto a encontrarlo.


—No me gusta que esa arpía se acerque tanto a tu abuelo —se quejó Amalia en voz alta al único miembro de su familia que era capaz de aguantar sus lloriqueos.


—Abuela, no creo que esa mujer tenga intención de coquetear con él — repuso Romeo, señalando la agenda que la trajeada mujer sacaba para realizar sus anotaciones.


—Entonces ¿por qué lo toca? —inquirió ella, cada vez más furiosa, mientras señalaba la mano de esa madura mujer que se apoyaba en el hombro de Bruno.


—Abuela, que sólo están hablando de negocios.


—¡Yo sí que le voy a dar negocios a ese casanova de tres al cuarto! — manifestó Amalia con rabia mientras se disponía a dirigirse hacia la chica del catering que siempre les llevaba la comida para pedirle un café bien cargado—. Si quieres ser un gran actor el día de mañana, Romeo…


—Cosa que no quiero… —terció el niño, tratando de interrumpir el interminable discurso de su abuela sobre la actuación, algo que, como siempre, no consiguió.


—… tienes que aprender a leer el mensaje corporal de las personas y a responder adecuadamente a él. Mira atentamente mi maravillosa actuación, y, cuando termine, quiero que me digas exactamente lo que intento expresar hacia Bruno —ordenó Amalia a su nieto antes de hacer su entrada en escena y dirigirse hacia ese hombre al que cada vez le resultaba más difícil perdonar.


»Buenos días, Bruno, como muestra de agradecimiento por todo el duro trabajo que estás haciendo en esta película y la ayuda que le has brindado a mi hija con su guion, te he traído un café —declaró luciendo la más encantadora de las sonrisas, un detalle que hizo sospechar a Bruno acerca de lo que podía llegar a contener ese café que le tendía. No obstante, lo aceptó porque delante de otros debía representar su papel de serio director, algo de lo que Amalia no dudó en aprovecharse—. Por cierto, ¿podrías decirme quién es esta encantadora mujer? Creo que no nos han presentado —exigió ella, mostrando unos celos que Bruno nunca creyó que volvería a ver. Y, queriendo disfrutar un poco más de ellos, se escondió detrás de su bebida mientras daba un lento trago.


Bruno debería haber sabido que Amalia nunca permitiría que su pregunta quedara sin contestación, así como lo poco que le gustaba ser ignorada, lo cual recordó cuando Amalia le dedicó una de esas pícaras sonrisas que le advertían acerca de lo que se le vendría encima si no la seguía en la interpretación que ella marcaba.


—Yo, por mi parte, soy una vieja amiga de Bruno. Y si quiere descubrir hasta qué punto es de estrecha y cercana nuestra amistad, sólo tiene que ir al reportaje de la página quince y… —anunció jovialmente mientras sacaba una revista de su bolso que Bruno no tardó en arrancar de sus manos para, tras recriminarle su comportamiento con una seria mirada, darle la respuesta que ella buscaba.


—Amalia, ella es Felicitas Wright, la agente de Pedro Alfonso. Felicitas, te presento a Amalia Chaves.


—¡Ah! No había tenido el placer de conocerla en persona, pero nos hemos mandado algún que otro cordial mensaje de bienvenida a Hollywood, ¿verdad, señorita Wright? —preguntó Amalia más cordialmente que nunca, luciendo en su rostro una irónica sonrisa que hizo que Bruno sospechara el tipo de mensajes que las dos mujeres habían intercambiado.


Amalia, tan osada como siempre, tendió su firme mano hacia Felicitas, más como un reto que como un saludo, y la representante la aceptó devolviéndole el saludo de manera tan falsa como Amalia.


—¡Qué lástima que nunca llegáramos a conocernos, ya que su paso por Hollywood fue bastante efímero! Y dígame, ¿cuánto tiempo tiene planeado quedarse en esta ocasión?


—Yo era una estrella demasiado brillante para Hollywood, querida: vine, los deslumbré a todos y me fui…, pero ahora que he vuelto, no pienso marcharme hasta que me dé la gana. Y nada ni nadie me hará cambiar de opinión, ni a mí ni a los míos —anunció Amalia, luciendo una despiadada sonrisa mientras apretaba fuertemente la mano de una mujer que, a lo largo de su carrera, había intimidado a más de un famoso actor o cantante, pero que poco tenía que hacer con ella, pues Amalia Chaves no se amilanaba ante nadie.


Y después de que Felicitas apartara su dolorida mano de ese fuerte apretón con el que Amalia sin duda pensaba marcar su territorio, la actriz pasó a reclamar a Bruno cuando apoyó firmemente sus manos sobre los hombros del director y le preguntó:

—¿Y qué es lo que quiere de mi Bruno, señorita Wright?


En el rostro del director quedó grabada una boba sonrisa cuando Amalia se refirió a él tan posesivamente, una sonrisa que no tardó en desaparecer cuando la despiadada agente le recordó a Amalia cómo de importante era él en Hollywood y cuán insignificante había sido Amalia para todos, excepto para él.


—Le estaba comentando al director de esta maravillosa película que, para animar a todo el equipo, tal vez deberíamos realizar una pequeña celebración con todo el reparto antes de que finalice el rodaje, nada demasiado ostentoso o que llame la atención: algo como un simple almuerzo con todos los del equipo. Por supuesto, a pesar de que usted no haya formado parte del reparto, también podría participar, para recordar viejos tiempos, tal vez.


—No tenga la menor duda, señorita Wright, de que estaré allí —dijo Amalia desafiante mientras veía cómo esa arpía se alejaba de ellos para comenzar con los preparativos.


No dejó de observar con sospecha a Felicitas mientras se marchaba, pensando en qué nueva jugarreta estaría preparando para tratar de alejar a su hija del actor que con tanto celo guardaba. Y, mientras a su mente asomaba algún que otro amargo recuerdo del pasado, una firme mano atrapó la suya intentando ofrecerle ese apoyo que tanto había necesitado en más de una ocasión. No obstante, ese apoyo llegaba demasiado tarde para ella.


—Yo estoy aquí, a tu lado, para todo lo que necesites.


Recordando los problemas que le había traído tener a ese hombre de nuevo en su vida, Amalia se limitó a apartar la mano para contestarle a continuación con una respuesta que le dejara claro que ahora ya no lo necesitaba.


Tras derramar el frío café de Bruno sobre su cabeza, escandalizando una vez más a todos en el plató, se alejó con los andares de una diosa. Y, mientras se acercaba a su nieto con mil preocupaciones en mente, no pudo evitar sonreír cuando éste le preguntó:

—El mensaje que querías mandar era un cabreo monumental, ¿verdad, abuela?


—Sí, y creo que él ya casi ha terminado de captarlo. Pero, mientras lo hace, observa a ese falso hombre y presta atención a cómo se acercan esas mujeres a limpiarle la camisa, eso que ves es un sutil coqueteo que tiene como finalidad la seducción. Y él, con su abierta sonrisa, no las rechaza, sino que deja las puertas abiertas, haciéndoles ver que tal vez pueda estar disponible.


Romeo miró con atención la escena que se desarrollaba frente a él, comprobando que su abuela tenía razón mientras le mostraba los diferentes mensajes que podía expresar el cuerpo de una persona.


—Estoy captando poco a poco lo que me dices, abuela, y viendo a través de los movimientos y los gestos lo que las personas quieren decir. Pero lo que aún no logro descifrar es ese raro gesto de mi abuelo, que luce una sonrisa forzada e intenta alejarse de todos los que lo rodean.


—¡Oh, fácil, querido! Eso se debe al laxante que le añadí a su café, que ha comenzado a hacerle efecto —reveló Amalia, señalando la rápida carrera de Bruno hacia el cuarto de baño.


—Abuela, no tienes remedio… —dijo Romeo mientras negaba con la cabeza.


—No, no lo tiene… —pronunció de repente la voz de la única persona a la que Amalia temía volver a enfrentarse.


Pero cuando se volvió hacia ella, el rostro de su hija ya no exhibía el rencor con el que la había recibido a lo largo de los años en más de una ocasión. Y cuando sus brazos le ofrecieron ese apoyo que necesitaba mostrándole que, finalmente, la había perdonado, Amalia supo que su hija conocía todos los detalles de su amarga historia de amor.


—No tienes remedio, mamá, pero así eres tú y no quiero que cambies. Te quiero, gracias por ser simplemente tú —susurró Paula al oído de su madre.


Y la diva que no lloraba ante nadie lloró entonces entre los brazos de la hija por la que siempre seguiría luchando, aunque, siendo quien era, Amalia intentó simular que alguna que otra motita de polvo se había metido en sus ojos para no perder su altivo papel.




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