Felicitas pensaba que la familia Chaves era un gran dolor de cabeza, tanto para ella como para Hollywood. Una plaga de la que no sabía cómo deshacerse, porque, por más que lo intentara, ninguno de ellos se marchaba. Y no importaba los escándalos con los que tratara de destruirlos, ya que ellos eran muy capaces de crear a su alrededor otros mucho más escabrosos sin su ayuda.
Todos los miembros de esa familia eran personas muy problemáticas, empezando por Amalia Chaves, una olvidada actriz que, a sus cuarenta y seis años, debería haber sido una madura mujer racional, pero que en verdad se comportaba como una alocada adolescente, y terminando con ese chiquillo que encandilaba a todos con su actuación pero que para ella sólo tenía molestas y acusadoras miradas cada vez que se acercaba a su padre.
Sin embargo, la más irritante era Paula, la pésima actriz que solamente quería ser guionista y que, aun así, se negaba a abandonar un papel en el que no encajaba ni delante de la cámara ni detrás, porque una mujer tan simple como ella nunca podría tener un lugar junto a la estrella que Felicitas había creado.
Su papel en la vida de Pedro Alfonso era simple: tenía que asegurarse de guiarlo en su ascenso a la fama y deshacerse de los posibles obstáculos que aparecieran en su camino, y esa mujer y su irritante familia eran, por ahora, el mayor de los obstáculos con los que se había topado.
El vergonzoso escándalo que había preparado para esa inocente chica con uno de sus avariciosos representados no había tenido éxito, y únicamente había conseguido que Pedro y Paula estuvieran más unidos que nunca.
Las turbulentas fotografías con las que había pretendido espantar y humillar a la joven no habían aparecido en todos los medios a los que las había mandado. En su lugar, las revistas habían publicado unas imágenes mucho más escandalosas de esa antigua diva que le había declarado la guerra.
Amalia Chaves, después de conseguir las imágenes de su hija de las revistas, había dejado un mensaje en cada una de ellas con su nombre, un mensaje en el que le aseguraba que, si seguía intentando publicar esas fotografías, les diría a todos cómo era ella, en especial a Pedro Alfonso, y eso era algo que no le convenía. Especialmente ahora, cuando ese estúpido actor mostraba hacia Paula todos los síntomas de un hombre enamorado. Por suerte, con su interpretación de inocencia no había sido señalada por ninguno de los dos miembros de esa estúpida pareja como posible culpable de esa encerrona.
La estratagema de comenzar un rumor acerca de una aventura entre Pedro y una de sus antiguas amantes para alejar a Paula y mostrarle cuál era su lugar había sido brillante, y sin duda había empezado a funcionar, ya que, cada vez que Lidia Shane se colgaba del brazo de Pedro posando junto a las cámaras, Paula se alejaba de él al comprender que no tenía lugar en la vida del actor.
Pero Pedro Alfonso, ese maravilloso actor que siempre había seguido sus consejos y nunca se había salido del camino que ella le marcaba para conseguir el éxito, la había sorprendido al rechazar el papel que Felicitas le había asignado en esa farsa para acabar corriendo detrás de esa simple mujer para ponerla delante de la cámara y proclamar a todos que él podía amar a quien le diera la gana.
Por suerte, todo el mundo en Hollywood había creído que ésa era otra de las escandalosas escenas que Pedro solía protagonizar para sus fans. Pero si su comportamiento seguía desviándose una y otra vez hacia esa mujer, no tardarían en darse cuenta de que ella era importante para Pedro y, si se fijaban en Paula, tampoco tardarían en hacerlo también en su hijo y notar el parecido que ese encantador niño tenía con el actor.
El resultado de que su brillante estrella persiguiera su amor atraería un gran escándalo sobre él y su historia de amor, y la pérdida de muchas de sus fans, que dejarían de soñar y verían que Pedro no era sólo un simple actor, sino también un hombre con muchos defectos.
A pesar de que su último plan no hubiera salido como esperaba, Felicitas todavía no había descartado la idea de seguir empujando a Lidia a los brazos de Pedro, aunque tal vez haría falta algo más para librarse de esa irritante mujer y separar definitivamente a la pareja.
—¿Qué tengo que hacer para que lo odies? —murmuró mientras observaba cómo esa enamoradiza chica solamente tenía ojos para su actor y para sus estúpidos sueños con un guion que siempre llevaba entre las manos.
Y fue entonces cuando, al recordar cuánto podía doler que alguien rompiera tus sueños, le llegó la inspiración: la idea perfecta para separar a esa pareja. ¡Y pensar que ésta se había paseado continuamente delante de sus ojos sin que ella le prestara la debida atención!
—Creo que ya es hora de que revisemos ese guion…
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