Ardía de furia cada vez que veía en los periódicos y en las revistas de cotilleos la despreocupada imagen del hombre de treinta y tres años que tanto daño me había hecho, y más ahora que, según las noticias, volvía a casa.
Todo Londres estaba tremendamente animado con el regreso de ese famoso actor a su hogar, todos excepto yo, que aún me preguntaba qué narices estaba haciendo allí. Según la prensa, Pedro buscaba una compañera para su nueva película, una razón que nadie ponía en duda, pero yo, que sabía cuán buenas eran las actrices de Hollywood, me preguntaba por qué tenía que regresar a casa para encontrar alguna.
Cuando mi madre se puso repentinamente enferma y me vi obligada a acompañar a un casting a una penosa actriz a la que ella representaba, no me entusiasmó la idea de dejar de lado mis estudios por uno de sus encargos. Pero saber que, además, tendría que ver a Pedro en persona porque esa prueba era para su película me hizo desear esconderme en algún apartado rincón, algo que mi madre no me permitió. De modo que, arrastrándome hacia la oportunidad que el destino presentaba de improviso ante mí para que pudiera enfrentarme a ese hombre que me había hecho tanto daño, mi madre gastó parte de sus ahorros en cambiarme de arriba abajo.
Y, de esta manera, la ocupada madre trabajadora de veintiocho años que hacía malabarismos con su hijo, su trabajo y sus estudios en persecución de sus sueños y que apenas tenía tiempo para arreglarse, se convirtió en una despampanante rubia con lentillas y un traje a medida tan elegante y sensual que me daba el aspecto de toda una diva, a pesar de que yo no lo fuera. El problema que no tuvo mi madre en cuenta al planificar mi maravillosa entrada en escena fue que mi espectacular presencia eclipsara a la chica a la que se suponía que estaba representando, y ésa era una situación que ninguna actriz, por menos vanidosa que fuese, permitiría nunca.
—¿Se puede saber a qué se debe tu repentino cambio de imagen? — inquirió mi representada, Gisela Grey, mirándome con desdén de arriba abajo mientras seguramente recordaba los insulsos trajes que solía vestir o el poco tiempo que dedicaba a maquillarme.
—Como éste es un momento especial en tu carrera, he decidido arreglarme para la ocasión —respondí intentando ignorar a la insultante muchacha mientras buscaba con la mirada a Pedro, el único hombre que quería que me contemplara para hacerle saber lo que se perdía.
—No pienses que, por ponerte un poco de maquillaje y lucir un vestido nuevo, vas a conseguir que los hombres se fijen en ti —declaró despectivamente Gisela, pretendiendo que perdiera la confianza que tenía en esos momentos.
Pero, como la reacción que tuvieran los demás no me importaba en absoluto, ya que sólo perseguía la de un hombre en concreto, utilizando el mismo descaro del que en ocasiones era capaz mi madre, le guiñé un ojo a un joven que no podía apartar sus ojos de mí mientras caminaba cargado con unos guiones. Y, cuando éste se estampó contra la pared sólo por seguir contemplándome, me volví hacia la vanidosa actriz para preguntarle burlonamente:
—¿Decías?
—El rubio te sienta fatal —manifestó con desdén Gisela al tiempo que echaba su melena a un lado y se apartaba de mí con la intención de pronunciar la última palabra.
Mientras esperaba en los abarrotados pasillos, sentada en una de esas incómodas sillas de plástico, a que llegara nuestro turno de presentarnos en la sala, mis nervios aumentaban y no contribuía a calmarme que la chillona voz de la mujer que tenía a mi lado no dejara de asediarme con preguntas sobre mis motivos para mi nuevo aspecto y de insultarme sutilmente para intentar hacerme sentir inferior.
Las repetitivas y machaconas recriminaciones de Gisela acerca de mi cambio de aspecto sólo me dieron dolor de cabeza, y cuando ella me insistió altivamente con que la presentara a las otras actrices como si fuera una diva, mis palabras salieron de mi boca sin medir las consecuencias.
—Ésta es Gisela Grey, una actriz muy prometedora cuya máximamcualidad es…, hummm…, que… —Por unos segundos, mi mente quedó totalmente en blanco mientras me venía a la cabeza otro momento de mi vida en el que había hecho una presentación muy similar, pero el impertinente codo que Gisela clavaba en mi costado me hizo retornar a la realidad.
La miré durante unos instantes de arriba abajo mientras repasaba las cualidades de esa mujer, y entre las mentiras que había puesto en su currículum y lo desagradable que era su carácter no encontré ninguna, así que, finalmente, señalé delante del resto de las candidatas lo único que había de verdadero en ella y con lo que podía llegar a tener una leve ventaja sobre el resto de las participantes del casting.
—¡Que… que sus tetas son de verdad! —concluí para luego volverme animadamente hacia mi boquiabierta representada mientras le alzaba los dos pulgares en señal de ánimo.
La furiosa mirada de Gisela y las risitas despectivas de las demás arpías de la sala que se hicieron eco a nuestro alrededor me hicieron ver que mis palabras, a pesar de ser ciertas, no habían sido las más acertadas.
—¡¿Cómo has podido?! —exclamó mi actriz indignada.
—Perdona, Gisela, pero en este momento no recordaba las mentiras que incluiste en tu currículum y no soy muy imaginativa a la hora de inventarme cosas así, de modo que he preferido ceñirme a la verdad.
Tras oír algunos más de sus grititos indignados, intenté tranquilizarla para que pudiéramos cruzar esa puerta, que era lo único que me interesaba en esos momentos, pues detrás de ella estaba Pedro.
—Será mejor que te calmes y repases el guion: así podremos entrar en esa sala para que demuestres tu talento… y todo lo demás —le dije sin apartar los ojos de mi objetivo.
Tal vez no debería haber mostrado más interés en esa puerta que en mi representada, ya que ella lo notó, y, a pesar de que con su acción iba a desaprovechar una gran oportunidad, Gisela se levantó y renunció a todo únicamente para fastidiarme.
—¿Quieres entrar en la sala de audiciones? ¡Muy bien! ¡Pues veamos cómo lo haces tú sola, porque esta que está aquí se va! —chilló luciendo una sonrisa maliciosa mientras aguardaba que le rogara que volviera a mi lado. Pero, para desgracia de Gisela, rogar por algo no era propio de mí.
Ambas nos retamos con la mirada, y cuando alguien pronunció su nombre, su sonrisa se amplió a la espera de mi respuesta. Así que, no deseando hacerla esperar demasiado, contesté a su provocación con la mía: sacando una foto de carnet de mi cartera, la coloqué sobre su currículum, que yo sostenía, y, tras sujetarla con un clip, taché su nombre y lo sustituí por el mío.
—¡Hala! ¡Arreglado! Mira tú por dónde que sí voy a poder entrar en esa sala… —anuncié con descaro antes de alejarme en busca de ese reencuentro que el destino me había preparado, ignorando los exaltados gritos de Gisela y el guion de una escena que, aunque solamente lo había leído una vez, lo recordaba perfectamente, ya que se parecía demasiado a una historia que quería olvidar, una historia que no podría dejar atrás hasta que me enfrentara de nuevo a ese hombre que sólo era un buen actor que un día me hizo creer en sus falsas palabras de amor.
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