jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 89

 


Mientras intentaba pasar de incógnito en medio de la multitud manejando un polvoriento carrito de la limpieza, me di cuenta de que mi madre no se había quitado sus llamativos tacones rojos, que resonaban escandalosamente a su paso. Poniendo los ojos en blanco ante su rebelde actitud, que no hacía nada para esconder a la diva que llevaba dentro y que no podía evitar mostrar con cada uno de sus firmes pasos, intenté que pasara desapercibida detrás del carro de la limpieza.


Para mi desgracia, Lidia Shane, la llamativa actriz que se llevaba toda la atención de la prensa con cada una de sus mentiras involucrando al hombre que amaba, comenzó a hablar también de Bruno Baker, y ése era un tema que a Amalia la afectaba demasiado para que lo dejara pasar, así que el carrito que se dirigía firmemente hacia la entrada de ese bloque de apartamentos sin que nadie le echara un vistazo se desvió hacia la multitud y, para mi asombro, mi madre cogió por primera vez en su vida una fregona entre las manos sin emitir ninguna protesta por la posibilidad de estropear su delicada manicura francesa.


Simulando que sabía lo que hacía, mojó la fregona en el cubo que habíamos llenado de agua con algunas botellas que llevábamos en el coche para hacer más realista nuestra tapadera, y tuve que golpearme la frente de pura frustración con una mano cuando la vi dirigirla hacia el suelo sin haberla escurrido antes.


Sorprendentemente, sus acciones consiguieron que se abriera un hueco entre los miembros de la prensa a base de alguna que otra caída y varios resbalones, llevándome a pensar que o bien Amalia nunca había cogido una fregona, o bien que sabía manejarla con gran destreza y que exhibía esa habilidad sólo cuando le convenía.


Finalmente, fingiendo que su tarea era fregar la acera, mi madre continuó su camino dejando unos cuantos afectados a su paso hasta que llegó a su objetivo para oír mejor lo que decía esa vanidosa actriz.


—Bruno Baker es un maravilloso director y realmente dudo mucho de que los rumores de su relación con esa vieja actriz sean ciertos —decía Lidia en esos momentos como respuesta a una pregunta que le habían hecho, ganándose con ello una airada mirada de mi madre y que mojara con más saña la fregona para pasarla luego sobre el suelo que había detrás de la actriz—. Especialmente después de conocerlo como lo conozco y sabiendo cuáles son los gustos personales de Bruno… —continuó la muchacha con familiaridad, insinuando que ella alguna vez podría haber mantenido una relación íntima con ese hombre.


Cuando mi madre dejó de pagar su cabreo con el suelo y le dirigió a esa mentirosa una maliciosa mirada, supe que su genio no tardaría en hacer acto de presencia, por lo que fui hacia ella lo más rápidamente posible para evitar que estallara ante todos, revelando nuestra tapadera. Pero cuando oí las siguientes palabras de esa mujer, supe que era demasiado tarde para detener a mi madre.


—Porque, en verdad, ¿alguien sabe quién es esa tal Amalia Chaves? Alguien que esté vivo hoy día, quiero decir… —preguntó Lidia con desdén, riéndose vanidosamente, consiguiendo con ello que un corrillo de risas la acompañase.


Finalmente, mi madre se puso en acción y la estúpida que se merecía un buen fregonazo en toda la cara se llevó lo suyo, algo que la prensa se apresuró en captar con sus cámaras.


Sorprendentemente, su impulsiva acción me permitió contemplar muy de cerca lo buena actriz que era mi madre a pesar de no haber triunfado en el cine: simulando una torpeza que no tenía y aprovechándose de que esa actriz nunca sacaría a relucir su mal carácter en público, tropezó y dejó caer la fregona sobre ella. Luego, en varios apresurados y torpes intentos de recuperar el útil de limpieza, volvió a golpearla unas cuantas veces más.


Yo, impresionada, la admiraba de lejos con una sonrisa mientras me sorprendía que nadie se diera cuenta de que sus escandalosos tacones la delataban. Pero es que Amalia Chaves los manejaba a su antojo y no les permitía fijarse más allá de su rostro o de los fervorosos gestos de sus manos, con los que intentaba aparentar nerviosismo. El acento extranjero con el que ocultaba el dulce tono de su voz hizo que pareciera que se disculpaba cuando en verdad estaba insultando a todos mientras se quedaba la mar de ancha. Y, para rematar su maravillosa entrada, no pudo evitar ejecutar también una brillante salida.


Lidia Shane, esa actriz que limpiaba su rostro con los pañuelos que le acercaban sus fervientes admiradores y que estaba comenzando a perder la paciencia, dirigió una furiosa mirada hacia mi madre, una que ésta le devolvió mientras, ante el asombro de todos, pronunciaba en voz alta uno más de sus insultos, uno que esta vez todos entendimos perfectamente.


—Basura… —dijo dejando a la actriz y a toda la prensa boquiabiertos ante su osadía, hasta que, continuando con su actuación, añadió—: Creo que es hora de que saquemos la basura, Katty.


Suponiendo que «Katty» era yo, me acerqué a ella para proseguir con nuestra interpretación. Así, las dos continuamos nuestro camino hacia la entrada que ellos no podían franquear y que nosotras no tardamos en traspasar, dejando atrás a una aturdida prensa y a una anonadada actriz.


Con la entrada en escena de mi madre, hicimos que todos se preguntaran confusos qué había pasado allí, y yo quise gritar orgullosa que Amalia Chaves era lo que había ocurrido: una maravillosa actriz que, a pesar de no quedar grabada en el corazón de nadie en Hollywood, siempre perduraría en el mío porque estaba allí cuando más la necesitaba, dispuesta a interpretar cualquier papel para mí.




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