jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 28

 

—Y, finalmente, la villana hace su entrada en escena en nuestra historia… —manifestó Gustavo, señalando con descaro a la hermosa mujer que no paraba de pasearse por delante de su amigo en ese bar al que habían ido, supuestamente, a descansar, aunque lo cierto era que en realidad habían ido a espiar a Paula mientras su amigo suspiraba de amor por ella.


—Gustavo, no seas grosero. Sólo es una coincidencia que nos hayamos encontrado con Daniela Morrison —repuso Pedro, sin percatarse de que los avariciosos ojos de esa chica se habían fijado en él como en su próximo objetivo.


—¡Ajá! Claro…, y esa «coincidencia» ocurre una y otra, y otra, y otra vez… —replicó Gustavo, cada vez más molesto con los seductores andares de esa mujer, que tal vez en otro momento hubieran sido bienvenidos, pero que en esos instantes lo fastidiaban porque le estaban tapando la pantalla en la que estaba observando un importante partido de fútbol que quería ver tranquilamente—. Esa mujer te va a traer muchos problemas, Pedro, y cuando te des cuenta de ello, será demasiado tarde —dijo percatándose de la parte de esa historia que los protagonistas, esos estúpidos enamorados, nunca llegaban a ver.


—No seas tan crítico, Gustavo. Seguro que Daniela sólo quiere saludarnos y no sabe cómo acercarse a nosotros. Si se pasea por delante de nuestra mesa será para que nos fijemos en ella y demos nosotros el primer paso — opinó Pedro, saludando estúpidamente con una mano a esa chica en un intento por mostrarse agradable.


—Un consejo gratis: no seas tan amable con todas las mujeres, sino solamente con la que deseas conquistar, si no quieres tener un malentendido —sugirió Gustavo, señalando cómo Paula, detrás de la barra, llenaba con furia las jarras de cerveza que habían pedido únicamente con espuma.


—La mujer que no deseo se acerca y la que quiero se aleja de mí, ¿qué hago? —preguntó Pedro, dejándose caer sobre la mesa.


Y, antes de que su amigo comenzara con sus interminables quejas de amor, Gustavo decidió solucionarlo todo por él.


—¡Tú! ¡Sí, tú! —gritó en dirección a la vanidosa muchacha, que, fingiendo sorpresa, quiso acercarse a ellos para acoplarse a su mesa, hasta que las hoscas palabras del pelirrojo la hicieron desistir—. ¿Quieres hacerme el jodido favor de quitarte de en medio de una maldita vez, que no eres transparente y no me dejas ver el partido, pedazo de vacaburra? —gritó bastante molesto mientras los demás seguidores del Arsenal abucheaban a la chica, muy de acuerdo con él, consiguiendo finalmente que Daniela dejara de mostrar sus majestuosos andares ante todos cuando los presentes solamente querían ver a unos hombres pateando un balón—. De nada… — dijo Gustavo a su amigo antes de terminarse de un trago la cerveza que Paula acababa de servirle en su mesa mientras lucía una resplandeciente sonrisa que, para desgracia de su penoso y enamoradizo amigo, no iba dirigida a él. »Paula, cielo, ¿podrías traerme ahora una cerveza con espuma, no espuma con cerveza? —se quejó Gustavo, tendiéndole su jarra vacía.


—Para ti todo lo que quieras —respondió ella recogiendo la jarra mientras mantenía su encantadora sonrisa.


—¿Y a mí podrías ponerme…?


—¡No queda! —negó Paula, borrando la sonrisa de su rostro cuando se dirigió hacia Pedro, mostrándole tan sólo un ceño fruncido que lo declaraba como persona non grata en ese lugar.


—¡Pero si no sabes lo que iba a pedirte! —se quejó Pedro lastimeramente.


—Sea lo que sea, sin duda yo no tengo lo que deseas en estos momentos —replicó ella mientras le señalaba a la rubia que aún le hacía ojitos desde otra mesa. Luego, como hacía siempre, ignoró todas las palabras de ese penoso actor mientras se alejaba entre el gentío.


—¡Pues que sepas que voy a exigirte el libro de reclamaciones! —gritó Pedro, desesperado por llamar su atención, aunque lo único que atrajo hacia él fueron las ofendidas miradas de los clientes asiduos que iban a ese pub, y especialmente la del irritable pelirrojo dueño del establecimiento.


Cuando Paula llegó a la barra, Pedro vio cómo su tío la llamaba para hablar con ella, seguramente reprendiéndola por el trato que les daba a sus clientes y exigiéndole que se disculpara con él.


Pedro permaneció en su mesa con una sonrisa satisfecha asomando a su rostro mientras la chica se acercaba, esperando una más que merecida disculpa de esos labios que sólo sabían despreciarlo. Pero Pedro supo que ésta no llegaría cuando, para su asombro, Paula colocó delante de su amigo una cerveza y, ante él, un rollo de papel higiénico y un bolígrafo.


—Mi tío dice que aquí tienes el papel adecuado para que escribas tus quejas, así luego sabrás lo que va a hacer con ellas. Y también me ha pedido que te recuerde lo que pone en ese cartelito que muchos de los que acaban en el callejón de atrás ignoran.


—«Este establecimiento se reserva el derecho de admisión» —leyó Pedro en voz alta, tras lo que decidió guardar silencio para no verse de patitas en la calle una vez más, algo que finalmente consiguió cuando, después de que Paula se alejara, comenzó a quejarse de su corazón roto con su amigo y éste, más interesado en el partido que en mostrarle su apoyo, lo arrojó él mismo a ese maldito callejón.




No hay comentarios:

Publicar un comentario