jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 84

 


Desde la cama, Bruno contemplaba con una sonrisa a la persona que tanto había echado de menos en su vida y que tanto había añorado su corazón.


Tal y como le había prometido, la noche había sido larga y movida.


Consiguieron las escandalosas fotos, y muchas más, que siempre quedarían en su recuerdo. Cuando la memoria de la cámara estuvo llena, Amalia se levantó de su cama para marcharse de su vida tan rápidamente como había regresado, revolviéndolo todo a su antojo, y mientras Bruno se preguntaba cómo podría seguir viviendo sin ella, Amalia volvía a apartarse de él, llevándose su corazón consigo.


—No te vayas… —rogó Bruno, tomando su mano, resistiéndose a dejarla marchar.


—Siempre tuviste la oportunidad de venir a por mí y la desperdiciaste, Bruno. No me pidas ahora lo imposible —contestó tristemente Amalia mientras se deshacía de su agarre y comenzaba a vestirse.


Y, tratando de no cometer otra vez los mismos errores que en el pasado, él corrió detrás de esa mujer pidiéndole las explicaciones que nunca antes le había reclamado.


—Amalia, tú me dejaste. ¡Me abandonaste! ¿Cómo querías que corriera a por ti si no sabía si me seguías amando?


—¡Por Dios, Bruno, tan quejica como siempre! ¡Los demás podemos arriesgar nuestro corazón, pero tú no puedes hacerlo, ¿verdad?! —gritó ella indignada mientras se dirigía con decisión hacia la salida.


—¡Me abandonaste! —volvió a recriminarle él, interponiéndose entre la puerta y ella—. Me abandonaste…


—No, Bruno: me echaron… Me echaron de Hollywood. Tu mujer y tus amigos. Aquellos que me consideraron inferior me hicieron la vida imposible hasta que tuve que irme de aquí. No voy a permitir que hagan lo mismo con mi hija, así que quítate de mi camino.


—¿Por qué nunca me contaste nada? ¿Por qué no te quedaste a mi lado y luchaste por nosotros? Yo te necesitaba tanto… —confesó él mientras mesaba sus cabellos con frustración.


—Porque había alguien que me necesitaba más que tú —declaró Amalia.


Y, acariciando con cariño el rostro del hombre al que una vez amó, hizo que él alzara sus apenados ojos hacia ella. Viendo que en ellos también había algo del dolor que ella misma aún guardaba en su corazón, Amalia se decidió a confesarle todos los secretos que no le contó en el pasado.


—Me quedé embarazada, Bruno; antes de que pudiera darte la noticia, tu mujer ya lo sabía. Al parecer, el médico que me atendió no era tan digno de confianza como yo pensaba. Como recordarás, en aquella película que tu esposa protagonizaba y en la que yo tenía la desgracia de participar, ella convenció al director de que yo debía rodar una peligrosa escena que pondría en riesgo mi embarazo, un embarazo que todos desconocían, excepto ella y yo. Me negué a hacer esa escena una y otra vez, negativa que enfureció al director y a los productores de aquella obra. Todos criticaron mis «aires de diva» por aquello, ¿recuerdas? »Y cuando las opciones que me dieron fueron hacer esa escena y quedarme en Hollywood a tu lado, avanzando en mi carrera y poniendo en riesgo la vida que llevaba en mi interior, o negarme a ello y perderlo todo, dudé. Dudé incluso estando encima del decorado que emulaba la azotea del edificio desde donde debía saltar en aquella escena porque te amaba demasiado, pero cuando vi la satisfecha sonrisa de tu mujer, mirándome desde abajo, confirmándome que aunque saltara iba a perderlo todo, preferí proteger lo que habíamos creado juntos antes que destruirlo por una ilusoria esperanza de seguir a tu lado hasta que reunieras las agallas suficientes para luchar por mí. Le devolví la sonrisa a tu mujer y me fui de Hollywood, prefiriendo quedarme con quien más me necesitaba.


—¿Paula… es mi hija? —preguntó Bruno tras unos segundos de incredulidad.


—Sí, lo es. Y todavía pretendo seguir protegiéndola, así que ahora apártate de mi camino.


—Tengo una hija… ¿y también un nieto? —insistió Bruno, conmocionado por la revelación de Amalia.


—Sí —confirmó ella mientras ponía los ojos en blanco—. ¿Y bien? ¿Te apartas o te aparto? —añadió decidida a alejarlo de la puerta.


—Entonces tengo que ayudarla —dijo Bruno mientras a su rostro acudía una ladina sonrisa a la vez que recorría el cuerpo de esa mujer con una ávida mirada.


—¡Ah! Pues muy bien. ¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Amalia mientras cruzaba los brazos a la altura de su pecho.


—Ofreciéndoles a esos carroñeros unas fotos aún más escandalosas que ésas —anunció Bruno antes de cargarla sobre sus hombros y, a pesar de las protestas de ella, dirigirla de nuevo hacia el dormitorio.


Cansada de que sus gritos fueran ignorados, Amalia se acomodó lo mejor que pudo sobre los hombros de ese hombre. Y cuando finalmente la soltó sobre la cama, se enfrentó de nuevo a él, intentando dejarlo otra vez fuera de su vida. Pero en esta ocasión Bruno no se lo permitió.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir ante la noticia de que tienes una hija? —inquirió ella, decidida a saber qué sentía tras esa confesión que tanto le había pesado mantener en secreto a lo largo de los años.


—Gracias por cuidarla tan bien —contestó Bruno, luciendo una complacida sonrisa para después buscar sus labios y pasar a demostrarle que ese amor que una vez tuvieron, a pesar del transcurso de los años, aún seguía allí, esperando a que ellos volvieran a reclamarlo.





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