Lo había vuelto a estropear todo y ahora no tenía a nadie que me señalara el camino o me indicara cómo remediar ese error, porque Gustavo se había hartado de mí.
Había perdido mi marca y el pie en la actuación que era mi vida, y en esos instantes corría queriendo finalizar mi escena con un final feliz que ya no tendría, porque yo le había hecho daño a Paula, demasiado como para que quisiera interpretar el papel de enamorada entre mis brazos.
Los impertinentes golpes en mi puerta me llevaron a abandonar el guion que había traído conmigo a casa. Al pensar que la impertinente persona que se apoyaba sobre el timbre podía ser ese amigo que siempre me ayudaba en mis momentos más desesperados y me aconsejaba qué debía hacer con mi vida, corrí a abrir. Pero, cuando lo hice, la mujer tras la que mi amigo siempre me aconsejaba que corriera cayó entre mis brazos.
—Tengo un último papel para ti, ya que te gustan tanto mis guiones… — comentó Paula irónicamente mientras se adentraba en mi apartamento y comenzaba a desprenderse de la ropa.
Debería haberme comportado como un caballero y haberla ayudado a vestirse mientras la acompañaba a una de las habitaciones para que se le pasara la borrachera, pero lo que ponía en esa servilleta que me había entregado nada más entrar me enfureció. Y, sentándome despreocupadamente en mi sofá, me limité a disfrutar del espectáculo que ella me ofrecía.
El vestido negro que tanto me había atraído esa mañana se encontraba a sus pies, y una fina chaqueta y un bolso no muy lejos de la puerta, donde había comenzado a desnudarse.
—No me vas a dejar que me explique, ¿verdad? Y si intento pedirte perdón tampoco me vas a escuchar, ¿no? —le pregunté intentando llegar a la mujer que amaba. Pero frente a mí solamente había una que me odiaba.
Sus tacones volando hacia mí fueron toda su respuesta. Esquivé esos llamativos proyectiles con una sonrisa, pensando que la Paula que me amaba aún se hallaba allí, pero sus palabras me hicieron darme cuenta de que yo la había hecho desaparecer.
—¡Comienza con tu actuación! —me gritó a la cara tras deshacerse de sus medias de liga negra y arrojarlas a un lado.
—¡Hum! Veamos…, ¿sabes lo elevado que es mi caché? —repuse mientras comenzaba con mi actuación. Y, estirando la servilleta, comencé a leer el papel que quería que representara ante ella esa noche, uno que me habían pedido en más de una ocasión y que siempre interpretaba con una sonrisa. No obstante, que ella me lo exigiera me hacía mucho daño, un daño que no tuve dudas de que ella quería que sufriera mi corazón—: «Sé esta noche el actor de una perfecta escena de amor». ¿No prefieres a un hombre enamorado? ¿Un hombre que sólo te desee a ti? ¿Qué sólo te quiera a ti? ¿De verdad quieres al actor? —pregunté bastante molesto mientras intentaba recordarle los otros papeles que había representado a lo largo de nuestra historia.
—Ésos no sabes representarlos y siempre me acaban haciendo mucho daño, así que prefiero disfrutar esta noche del sueño con el que encandilas a las mujeres. Así tal vez mañana no me duela el corazón.
Tras oír sus palabras, que no me daban ninguna esperanza, estuve dispuesto a realizar ese papel tan sólo para poder tenerla de nuevo entre mis brazos, sin saber que eso únicamente la alejaría más de mí.
Caminando hacia ella con los aires seductores que representaba en pantalla, llegué hasta Paula. Y, apresándola entre mis brazos, la incliné hacia atrás de una manera muy teatral para pasar a seducirla con mis besos. Sin embargo, antes de que ella se perdiera en ese sueño que yo interpretaba, no pude evitar susurrarle al oído, recordándole cruelmente la realidad:
—Que comience el espectáculo…
Tras oír mis palabras, Paula se tensó entre mis brazos. Por unos momentos creí llegar a ella, pero sus manos se enredaron en mi cuello y su firme mirada me dijo que no cambiaría de idea.
Siguiendo los pasos de cualquiera de mis frías seducciones de las películas, la embriagué con mis besos. Mi lengua buscó la suya exigiéndole respuesta, y devoré el sabor de su boca hasta extasiarme para luego morder levemente sus labios antes de comenzar a deleitarme con su dulce piel.
Descendí por su cuello con el leve roce de mis labios y de mi lengua, que no podían evitar probarla, y de mis dientes, que la marcaban levemente para que no olvidara esa noche con facilidad. Una de mis manos hizo que se arqueara contra mi cuerpo para que mis besos siguieran bajando mientras, con habilidad, soltaba el cierre de su sujetador.
Mis labios se deslizaron por sus hombros, y, sujetando los tirantes del sujetador con los dientes, los bajé sensualmente por su piel. Cuando la prenda estuvo en el suelo y ella expuso ante mí la desnudez de sus exquisitos senos y su blanca piel, coloqué una pierna entre las suyas. Y, dando un paso adelante en esa seducción, la hice tambalearse entre mis brazos hasta que se agarró a mis hombros y yo aproveché el momento para hundir la cabeza entre sus senos, logrando que se derritiera entre mis brazos y se perdiera en el placer de mis caricias.
Mi boca degustó los manjares que se exponían ante mí. Primero excité sus pezones con mis exigentes besos, que saboreaban esas excitantes cumbres en busca de sus gemidos. Luego la subyugué con la lengua, unas leves caricias que le concedía antes y después de que mis dientes marcaran levemente su piel, castigándola con el placer y el dolor de mis caricias, unas caricias que la llevaron a arquearse contra mí en busca de más.
Mi mano en su trasero la incitó a que se rozara atrevidamente contra mi rodilla en busca de un placer que ella exigía y que yo le concedía más allá de mis sentimientos.
Cuando Paula, entregada al encanto de mis caricias, gimió y pronunció mi nombre, me separé de ella con la esperanza de que sus labios me buscaran a mí. Pero cuando miré sus fríos ojos supe que ellos tal vez no me verían nunca más, así que, continuando con mi papel, la cargué entre mis brazos como si fuera una princesa y la conduje a mi cama.
Soltándola con delicadeza entre las blancas sábanas de seda, contemplé con avidez el sensual cuerpo que ella me entregaba, dispuesta a pasar una noche con un sueño, con la irreal fantasía que todas las mujeres creaban sobre mí.
Cuando Paula se tumbó sobre mi cama, yo volví a deleitarme con el sabor de su cuerpo. Esta vez, ascendiendo lentamente por sus delicados pies, fui aumentando la intensidad de mis caricias y de mis besos. En el instante en el que llegué a los apretados muslos que guardaban la húmeda respuesta a su deseo, los abrí con decisión. Y, antes de que ella protestara, me hundí entre ellos dispuesto a hacerla gritar mi nombre, aunque esa noche no fuera a mí a quien buscara.
Mi lengua degustó su sabor por encima de la ropa interior, torturándola una y otra vez con su roce, provocando que se arqueara hacia mí en busca de más. Una de mis manos no pudo resistirse a seguir acariciando sus turgentes senos, y la otra jugó despiadadamente con ella cuando aparté el leve encaje de sus braguitas e introduje en su interior uno de mis dedos. El ritmo de ese atrevido dedo, que entraba profundamente en ella, seguía el compás de las caricias de mi lengua, haciendo que sus manos apretaran las frías sábanas de la cama, torturándome al negarme sus caricias.
Introduciendo otro de mis dedos en su húmedo interior, hice que se arqueara contra mí y que sus caderas comenzaran a buscar las caricias de mi lengua. La llevé una y otra vez cerca del éxtasis con unas caricias frenéticas que luego bajaban de intensidad, sólo para torturarla. Finalmente, cuando sus labios gritaron mi nombre y su sonrojado cuerpo ardía por mí, la dejé llegar al orgasmo y ella convulsionó atrevidamente sobre mi lengua.
Sin permitir que Paula reposara del placer que todavía la embargaba, saqué mi erguido miembro de su encierro, y, desgarrando esa atrevida ropa interior, entré en ella de una dura embestida. Al principio impuse un ritmo pausado y profundo para que su cuerpo volviera a encenderse, y mientras volvía a excitarla, echaba de menos sus caricias.
El placer de estar haciéndole el amor a la mujer que amaba me llevaba a perder el poco control que tenía sobre mi deseo, pero saber que ella no me quería a mí esa noche, sino a la fantasía que representaba, me hacía sufrir como nunca. Y, a pesar de saber que ya no me amaba, yo no pude evitar mirarla con amor.
—Te quiero —susurré cuando esos ojos volvieron a abrirse ante mí, con la esperanza de que me viera de nuevo. Pero Paula sólo apartó la mirada, haciéndome saber que le había hecho demasiado daño como para que me concediera una nueva oportunidad a su lado. Así que, cumpliendo el sueño que ella quería esa noche, encerré en mi corazón cada uno de mis verdaderos sentimientos y regalé sus oídos con todas las falsas palabras de amor que alguna vez había recitado en mis películas mientras le hacía el amor.
Paula silenció mis labios con sus besos, poniendo fin a mi actuación, y yo me dejé llevar por mis deseos. Marcando un ritmo más rápido en mis arremetidas, entré en ella profundamente, haciendo que sus gritos de placer se perdieran entre mis labios.
Su cuerpo me buscó, y mientras sus uñas se clavaban en mi espalda, le di todo lo que me pedía esa noche. Siguiendo un compás más acelerado, me perdí en su cuerpo y ambos nos dirigimos hacia el clímax, gritando el nombre de la persona que nunca podríamos olvidar, aunque éste quedó silenciado por nuestros besos y nuestros distantes corazones.
A pesar de haber conseguido calmar nuestro deseo, no apaciguamos el ansia de nuestros corazones y, tal vez porque intuíamos que ésa sería nuestra última noche juntos, ambos seguimos amándonos. Cuando nuestros cuerpos cansados no pudieron seguir el ritmo de nuestros corazones, nos tumbamos en la cama. Yo me derrumbé junto a ella, y mientras la abrazaba fuertemente entre mis brazos, me permití salirme de mi papel y ser de nuevo el hombre que la amaba.
—No me dejes, Paula… —le rogué antes de cerrar los ojos.
Pero cuando los abrí a la mañana siguiente y no la vi a mi lado supe que tal vez ya no habría una nueva oportunidad para mí, puesto que ella finalmente había abandonado, no al actor, sino al hombre.
—¿Qué tengo que hacer para recuperarte y retenerte a mi lado? —me pregunté en voz alta, deseando que Paula se quedara conmigo hasta el final, no de una escena ficticia, sino de la vida que quería a su lado.
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