jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 37

 


Pedro mantenía a esa furiosa mujer entre sus brazos, negándose a dejarla marchar mientras sus labios silenciaban las frases que lo rechazaban.


La furia de Paula hacia él y sus palabras le hicieron saber que no le resultaba tan indiferente como ella siempre pretendía aparentar y le dio esperanzas, por lo que, intentando expresar en ese beso todo el anhelo que había sentido ante ella, toda la pasión que aún bullía dentro de él y todo el amor que no podía comprender ni hacer que otros entendieran, reclamó de Paula la verdad de la que siempre huía.


Cuando la joven se rindió finalmente a él, gimió de deseo entre sus cálidos labios para luego responder a ese abrumador beso buscando su lengua con la misma pasión que él le pedía. Agarrando con fuerza los cabellos de Pedro, Paula no supo si quería acercarlo más a ella o alejarlo, pero él acabó pronto con sus dudas después de sentarla sobre el tocador del camerino en el instante en que se hizo un hueco entre sus piernas, haciéndole notar su deseo mientras sus salvajes besos no dejaban de embriagarla.


Las atrevidas manos de Pedro buscaron hábilmente el cierre trasero de su vestido, rozando su fría y mojada espalda con leves caricias que la hicieron estremecerse de pasión. E, ignorando el frío que debería sentir su mojado cuerpo, Paula sólo sintió calor. Pedro le bajó despacio la cremallera al tiempo que abandonaba los labios de Paula para seducirla con sus palabras.


—Eres hermosa —le dijo mientras su boca descendía por su cuello—. Preciosa… —continuó, dejando que el vestido se deslizara sobre los hombros de Paula. Y, mientras los tirantes caían por sus brazos, los labios de Pedro siguieron ese camino con ardientes besos, provocando que la piel de la joven se inflamara de deseo—. Encantadora… —concluyó con una sonrisa cuando notó que el cuerpo que tenía entre sus brazos temblaba, pero no a causa del frío, sino por la pasión que sentía.


En el instante en que se revelaron las hermosas cumbres que, expectantes, se erigían ante él reclamando su atención, Pedro no dudó en sumergirse entre ellas para deleitarse con su sabor, pero, antes de hacerlo, miró a esos ojos que se perdían en el deseo para recordarle a Paula quién era el único hombre que podía hacerla sentir así.


—Y eres toda mía…


Anticipando sus protestas acerca de esas palabras, que ambos sabían que eran ciertas, Pedro se metió en la boca uno de los erguidos pezones, haciéndola gemir de deleite con el contacto de su lengua, de sus labios y de sus dientes, que la torturaban con leves roces llenos de placer. Queriendo aumentar el goce de Paula, una de las manos de Pedro acarició su otro pecho, amasándolo, agasajándolo, pellizcando levemente su enhiesto pezón, que reclamaba más atención.


Mientras ella gemía, envuelta en un placer que sólo llevaba su nombre, su cuerpo aún dudaba si acercarse más a él o no. Pero Pedro no le permitió alejarse cuando, reteniendo firmemente su espalda, la acercó a su ávida boca, haciendo que finalmente ella se arqueara entre sus brazos, reclamando más de esa ardiente satisfacción.


La impaciente mano de Pedro no tardó en abandonar la espalda de Paula para descender por su costado y acariciar su piel por encima de la tela de ese vestido que todavía cubría parte de su cuerpo, haciéndola derretirse ante la pasión de sus caricias hasta llegar al bajo de la prenda, donde su mano se adentró buscando la evidencia de su deseo.


Pedro acarició suavemente el húmedo vértice de entre sus piernas por encima de su tanga, una y otra vez, provocando que Paula se arquease en busca de más de sus caricias. Y cuando ella gimió su nombre, él la recompensó apartando la efímera barrera que había entre ellos para que sus dedos acariciaran directamente su piel, haciéndola arder.


—No sabes cuánto he añorado oír tu pasión —susurró mientras su boca ascendía por la piel de su amante para confesarle todos sus deseos en sus reticentes oídos—. Saborear tu piel… —añadió, lamiendo una vez más uno de sus erectos pezones—, tus caricias… —continuó mientras contemplaba con anhelo las manos de Paula, que se sujetaban fuertemente al borde del tocador, negándose a acariciarlo a él.


Pero cuando sus ojos se cruzaron y él mostró su debilidad frente a ella y no el papel de perfecto seductor que siempre representaba ante todos, las manos de Paula soltaron su agarre sobre la mesa para aferrarse firmemente a él.


—No sabes cuánto te he añorado, simplemente a ti… —declaró Pedro mientras hundía uno de sus dedos en ella para oírla gritar de nuevo su nombre impregnado con el deseo que tanto había anhelado.


Y cuando esa pasión que ella nunca mostraría hacia él fuera de sus brazos la abrumó, Pedro la acalló con sus besos, silenciando sus gemidos entre sus labios mientras no dejaba de agasajar los pechos de Paula con sus abrumadoras caricias e introdujo otro de sus dedos en su apretado interior, imprimiendo un ritmo que lo exigía todo de ella.


Las uñas de Paula se clavaron en su espalda, marcándolo con su deseo mientras sus caderas se movían buscando las caricias de esos imprudentes dedos que tanto le reclamaban. Pedro movió la mano con más apremio, concediéndole todo lo que ella le exigía mientras sus dedos la penetraban una y otra vez y rozaban su clítoris, haciéndola enloquecer.


En el instante en el que ese apasionado cuerpo estuvo cerca de experimentar el clímax, Pedro se alejó de ella, y, bajando su cremallera, sacó su duro y rígido miembro sólo para torturarla con él. A pesar de que éste palpitara con impaciencia entre sus manos, deseoso de hallarse en ese húmedo interior, Pedro se contuvo mientras, maliciosamente, acariciaba con la punta de su erección la húmeda cavidad que lo reclamaba, sin olvidar de agasajar con él su clítoris.


—¿Sabes cómo me siento cada vez que me rechazas, cada vez que te alejas de mí o no crees en mis palabras?


Como respuesta, Paula únicamente gimió, intentando acercarse más a él mientras sus uñas se clavaban profundamente en su piel, reclamándolo.


—Me siento como tú ahora mismo: frustrado, hundido y desesperanzado porque no sé qué palabra es la correcta para que creas en lo que te digo. Y siento que sólo cuando hago esto… —dijo Pedro justo antes de hundirse profundamente en ella de una dura embestida— eres capaz de creer en mí. Si bien tal vez no en lo que dicen mis labios, sí en lo que te muestra mi cuerpo. Te necesito, te necesito tanto… —confesó mientras se hundía una y otra vez en ella, dejándola sin palabras. Y cuando las lágrimas de Paula se deslizaron por su rostro como única respuesta, él las silenció con sus besos mientras se hundía una y otra vez en su interior, reclamando su pasión.


La joven tembló entre sus brazos y finalmente se rindió al placer mientras él aumentaba sus acometidas, exigiendo que ella lo siguiera hasta el clímax. Ambos gritaron el nombre del otro, silenciados por un beso al que no querían poner fin mientras llegaban juntos al éxtasis.


Cuando todo terminó, Paula se quitó el hermoso vestido de princesa para volver a ponerse su traje amarillo chillón mientras Pedro recomponía su aspecto.


Dedicándose fugaces miradas mientras se arreglaban, ambos tenían muchas cosas que decir, pero ninguno sabía por dónde empezar. Cuando Paula se alejaba hacia la puerta, Pedro la retuvo a su lado, rogándole que se quedara con él y que creyera en sus palabras.


—Te necesito, Paula, vuelve a mi lado tanto detrás de la cámara como delante de ella. Si tú no estás a mi lado en ese corto, sólo soy un pésimo actor —dijo él, haciendo que la joven lo contemplara y se enfrentara a los confusos sentimientos que la embargaban.


Mientras Pedro esperaba su respuesta, se sintió como si le hubiera entregado a ella todo lo que tenía para darle a cualquier mujer, amándola como nunca había hecho con nadie.


Paula, por su parte, se sentía confusa. Y, sin terminar de creer en Pedropensó que en cualquier momento unas simples palabras podrían estropear de nuevo esa escena de amor. Aunque siempre creyó que esas palabras que lo estropearían todo provendrían de alguno de ellos dos, y no de otros.


Pedro, cariño…, ¿estás ahí? No estarás intentando convencer a esa mujer con tus encantos de que la necesitas para rodar el cortometraje de Gustavo tan sólo porque él aún se muestra reticente a comenzar a grabar si no está ella delante de su cámara, ¿verdad? Después de todo, ya me has elegido a mí para sustituirla… —intervino Daniela en ese instante tras tocar a la puerta del camerino, revelando el nuevo engaño de ese actor.


—El problema, Pedro, no es que no crea en tus palabras: es que cada vez que creo en ellas me hacen daño —manifestó Paula, soltándose del agarre de ese mentiroso—. Tú no me necesitas a mí ni a nadie, ya que siempre encuentras a un sustituto adecuado para llevar a cabo tu impecable actuación, tanto delante como detrás de la cámara. Algún día me gustaría que me presentaras al hombre y no al actor… —y, despidiéndose de él, Paula salió por la puerta del camerino y se alejó decidida a no mirar atrás nunca más.


—Siempre te lo muestro, pero nunca llegas a diferenciarlo del actor, a pesar de mis esfuerzos… —susurró Pedro cuando nadie lo oía mientras, una vez más, la veía alejarse de él. Y, apretando los puños con frustración, se mantuvo en su lugar porque no quería dañarla más con unas palabras en las que ella nunca creería si era él quien las pronunciaba.


—Y ahora que nos hemos deshecho de esa pésima actriz, ¿por qué no empezamos a ensayar esas memorables escenas de amor? —preguntó Daniela momentos después, colocándose ante Pedro para llamar su atención. ¡Qué lástima que ésta siempre estuviera centrada en una mujer demasiado crítica, tanto con él como con su amor!


Pedro le sonrió tan falsamente como siempre hacía con todas sus admiradoras, y, sin borrar esa sonrisa de su rostro para no mostrar sus verdaderos sentimientos, apartó de sí las manos de esa chica que le había arrebatado su última oportunidad con la mujer que amaba.


—Daniela, eres una maravillosa actriz con un gran futuro por delante, hermosa, atractiva y con mucho talento para la interpretación. Sin duda, la pareja adecuada para cualquier actor —dijo haciendo que la sonrisa complacida de esa mujer se ampliara, para luego hacerla caer tan implacablemente como ella había pretendido hacer con Paula—. Pero no te engañes: detrás de la cámara nunca seremos nada, porque tú no puedes brillar como ella. Como actriz puedes ser maravillosa, pero como persona dejas mucho que desear —concluyó Pedro, tras lo que se alejó sin importarle la posibilidad de haber perdido a una nueva actriz para su corto, porque, si su pareja no era Paula, él solamente podría representar el papel de un hombre que fingía amar, y no el de uno que amara de verdad.



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