jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 71

 


—¿Cómo te ha ido? —se interesó Gustavo en cuanto vio a su amigo adentrándose en su apartamento un tanto cabizbajo.


—Bueno…, me excité con un zombi bastante espeluznante.


—Mira que eres morboso —opinó Gustavo negando con la cabeza.


—Ese zombi era Paula.


—¡Ah! Entonces eso lo explica todo, lo veo mucho más normal — manifestó su amigo, poniendo los ojos en blanco—. Bueno, ¿qué? ¿La convenciste para volver a rodar?


—Veamos: le sobé el culo, luego pasé a las tetas, y su respuesta final fue una sonora bofetada, pero no me quedó muy claro si ésa era sólo la respuesta a mis avances o también a mi proposición de trabajo.


—Como siempre, tus encantos arrasaron con ella —dijo irónicamente Gustavo, alzando una ceja.


—Con ella no tengo ningún encanto —confesó Pedro frustrado, mesando con nerviosismo sus cabellos.


—Y eso la hace única —le recordó Gustavo, haciéndolo sonreír con tristeza.


—En eso tienes razón.


—¿Y la relación con Romeo cómo va?


—¿Con quién?


—¡Joder, Pedro! ¡Su hijo!


—¡Ah! Se llama Romeo… Espera, que lo apunto.


—Eres un desastre —declaró Gustavo mientras negaba con la cabeza—. ¿Has avanzado con el niño o no?


—Pues veamos: si antes sólo me detestaba, ahora me odia. Creo que necesito una copa —exclamó Pedro tras dejar salir un desconsolado suspiro para acercarse al mueble bar de su apartamento.


—Tú lo que necesitas es arreglar tu vida de una puñetera vez.


—¿Y quién va a conseguir ese milagro? —se lamentó Pedro, vaciando de un trago la copa que se había servido—. ¡Venga, hada madrina, agita tu varita y conviérteme en un príncipe! —manifestó burlonamente a su amigo, consiguiendo que éste le lanzara a la cabeza uno de sus libros, que Pedro esquivó con habilidad antes de volver a servirse otra copa.


—¿A que te arreo? —lo amenazó Gustavo, cogiendo otro de sus gordos tomos.


—¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? —se quejó Pedroderrumbándose junto a su amigo con la botella en la mano.


—Porque esto es la vida real —repuso Gustavo. Y, arrebatándole la botella, le dio un largo trago antes de devolvérsela a su amigo—. Vaya petición más estúpida, por cierto: el príncipe es el personaje más aburrido de la historia. Siempre perfecto y heroico…, ese papel no es para ti.


—Por lo menos, no se equivoca —apuntó Pedro, volviendo a quitarle la botella de las manos.


—¿Quién dice que no? ¡A saber lo que pasa cuando termina la historia que nos cuentan! Seguro que se la pega a la princesa con las hermanastras… —declaró Gustavo con una maliciosa sonrisa, provocando que Pedro volviera a sonreír, aunque sólo fuera a través de una botella—. Ahora vamos a animarnos: veamos una de tus patéticas películas. Me dedicaré a señalarte todos los defectos de tu pésima actuación, aunque, si me emborrachas lo suficiente, tal vez me olvide de ello y sólo me limite a gritarle al protagonista lo estúpido que es en esa historia.


—No tengo bastante alcohol en mi casa para emborrachar a un escocés.


—Sólo medio escocés, así que me conformaré con que emborraches a mi parte inglesa —dijo Gustavo mientras buscaba en el repertorio de películas de Pedro la más adecuada—. ¡Ésta! En ésta estuviste patético.


—Oye, ¿por qué no te vas a fastidiar un poco a tu esposa y me dejas a mí en paz?


—Porque cuando está inspirada para escribir no me quiere a su lado y parece que yo la distraigo demasiado. Aunque cuando habla con su editor tampoco me quiere a su lado, ya que protesto mucho.


—Vaya…, ¿y se puede saber cuándo te quiere junto a ella?


—¿No es evidente? —preguntó Gustavo, abriendo los brazos mientras señalaba con una bromista sonrisa hacia sí mismo—. Cuando estamos en la cama.


—¡Uf! Anda, pon esa película, que tengo que borrar la penosa imagen de tu culo desnudo junto a Samantha. Aunque también podría imaginármela a ella sola —replicó Pedro con una sonrisa burlona, recibiendo un golpecito en la cara con la carátula de su película.


—Tú limítate a seducir a una única mujer, la tuya, y deja a la mía en paz.


—Si tan sólo se dejara… —suspiró Pedro, echando hacia atrás la cabeza mientras cerraba los ojos, evadiéndose por unos instantes de la realidad, algo que su amigo no le permitió por mucho tiempo.


—¿Cuándo piensas preguntarle a Paula si Romeo es tu hijo?


—No lo sé —respondió Pedro, mirando a su amigo con el dolor y la confusión que guardaba en su corazón.


—Sólo tienes que acercarte a ella y hacerle la pregunta.


—No es tan fácil, Gustavo —dijo él, levantándose furioso—. ¿Cómo me acerco a ella sin que salga corriendo? ¿Cómo le planteo esa pregunta a una mujer que me confunde hasta volverme loco? En un momento me mira con odio, y al siguiente con deseo. Y cuando sus ojos muestran un gran dolor, no quiero preguntarle nada, sólo abrazarla contra mi pecho hasta apaciguar ese daño que ellos me indican que yo le he causado.


—Demasiadas excusas para una simple pregunta. Muy bien, dime ahora: ¿la verdad es…? —cuestionó Gustavo, conociendo muy bien a su amigo.


—Tengo miedo. Si Paula me dice que Romeo no es mi hijo, me dolerá ver lo rápido que me olvidó; pero si me dice que sí lo es, sufriré más al conocer el secreto que durante tanto tiempo me ha ocultado, negándome tantos momentos de su vida de la que me apartó sin remordimientos. ¿Por qué me lo ocultó? ¿Tan decepcionante es ser tan sólo un hombre a los ojos de la mujer que uno ama? ¡¿Es que siempre tengo que seguir actuando en ese maldito y eterno papel de brillante estrella?! —gritó airadamente Pedro, arrojando la botella contra la pared, que acabó hecha añicos, en tantos pedazos como su roto corazón.


—Esos miedos van a destruirte por dentro, Pedro, y te digo por experiencia propia que pueden llevarte a perder lo que más quieres. Hazle tu pregunta y escucha su respuesta: si hay algo que me gustaba cuando os veía en escena es que ninguno de los dos podía engañar al otro con su disfraz. Y no creo que Paula llegara a enamorarse del Pedro Alfonso estrella de cine, sino del simple e imperfecto Pedro Alfonso que siempre se mostró ante ella, es decir, del hombre real.


—Bueno, olvidémonos de todo por un rato y veamos esa película — propuso Pedro, escondiendo su dolor para mostrar tan sólo una falsa sonrisa.


—Y ahí está de nuevo el eterno actor haciendo su papel… —le señaló Gustavo a su amigo mientras negaba con la cabeza.


—Ya sabes el dicho: el show siempre debe continuar… —respondió Pedro antes de poner la película para olvidarse de todo mientras veía el final feliz de una historia que él había protagonizado, aunque no fuera la suya.


Tras dos botellas de su mejor whisky, Gustavo dejó de criticar la actuación de Pedro para dedicarse a gritar al protagonista que huyera de la trampa que era el amor mientras le arrojaba palomitas. Por supuesto, habiendo bebido lo mismo que su amigo, Pedro estuvo totalmente de acuerdo con Gustavo.


Al final, ante los gritos de espanto que ambos proferían frente a la película romántica que estaban viendo como si se tratara de una de terror, Samantha salió alarmada de su habitación para encontrarse una lamentable escena: a esos dos tiarrones hechos y derechos comportándose como unos niños. Tras reprenderlos y apagar el televisor, Samantha tuvo que confiscar la película, el alcohol y también las palomitas cuando comenzaron a lanzárselas al escote, compitiendo por ver quién encestaba más.


—¡Estáis castigados, así que a dormir la mona en el sofá! —los riñó, arrojándoles a ambos un par de mantas.


A pesar de las protestas del molesto pelirrojo, su mujer se mantuvo firme, y él, tras refunfuñar su enfado, no tardó en roncar como un cosaco junto al oído de su amigo. Mientras Pedro, a pesar de tener una amplia habitación para él solo, prefirió quedarse junto a Gustavo.


Y, aunque no pudiera dormir a causa de sus ronquidos, tampoco podría hacerlo debido a los miles de preguntas que rondaban por su cabeza acerca de la mujer a la que, a pesar de todo, aún amaba.


Mirando el techo a oscuras, permaneció despierto pensando en los momentos que había pasado junto a Paula y en los que quería pasar junto a ella en el futuro si tan sólo le concediera una oportunidad. Mientras reflexionaba, vio a Samantha saliendo de su habitación y usando su teléfono móvil para iluminarse sin molestar, mientras se acercaba a Gustavo para arroparlo cariñosamente antes de darle un cálido beso lleno de amor.


Cuando ella se retiró de nuevo a su cuarto para seguir simulando que estaba enfadada con su marido, Pedro suspiró. Y, anhelando lo que su amigo tenía, susurró antes de cerrar los ojos:

—Yo también quiero eso…


Esas palabras de desconsuelo fueron oídas por Gustavo, que abrió los ojos y miró a su amigo mientras se decidía a ayudarlo una vez más en su complicada historia de amor, en la que Pedro siempre estaría perdido a menos que aprendiera a dejar de esperar a que alguien le dijera cómo actuar y simplemente se limitara a hacer lo que le gritaba su corazón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario