jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 91

 


Las palabras que faltaban quedaron sin pronunciarse. Paula y Pedro prefirieron acallarlas mediante la respuesta de sus besos, de sus caricias y de sus cuerpos, que se buscaban con desesperación, pretendiendo recuperar el tiempo que habían perdido por no confiar en ese amor que ninguno de ellos se atrevía a proclamar en voz alta.


Pedro respondió a los dulces besos de Paula exigiéndole más. Su lengua se adentró en ella buscando recordar su sabor y la devoró por completo mientras la encerraba entre sus brazos, queriendo impedir que se alejara de él.


Sin apenas dejarla tomar aliento, la acogió entre ellos para dirigirse a su habitación. Paula enredó las piernas alrededor de su cintura, y sus brazos se entrelazaron en torno a su cuello mientras devolvía la pasión que él le demostraba con cada uno de sus besos.


La impaciencia de su deseo llevó a Pedro a apoyarla contra la pared mientras sus caricias comenzaban a descender por su cuerpo. Sus labios apenas se separaron para tomar aliento a la vez que sus desesperadas manos se desprendían mutuamente de las ropas que representaban una barrera entre ambos.


Pedro ayudó a Paula a despojarlo de su camiseta, para luego retirar el burdo pañuelo que ella llevaba en el pelo y poder enredar sus manos en él mientras profundizaba su beso. Paula, devolviéndole la pasión que exigía la avasalladora lengua de Pedro, agarró firmemente sus cabellos, reclamándole más.


Los besos de él se permitieron abandonar sus labios cuando ella gimió su nombre mientras arqueaba su cuerpo a la espera de más ardientes caricias.


La boca del actor comenzó a descender por el cuello de Paula mientras sus manos tanteaban los botones del feo mono azul, descubriendo lo que ocultaba. Pedro la hizo temblar de deseo mientras desabrochaba esos botones, porque cada porción de piel de Paula que quedaba expuesta era acariciada lentamente por sus impacientes manos, que tanto anhelaban volver a tocarla.


—¡Dios, Paula! ¡Qué hermosa eres! —exclamó cuando descubrió ante él un pecaminoso sujetador de encaje negro cuya tela apenas ocultaba sus turgentes senos ante su ardorosa mirada. No obstante, a pesar del pecaminoso manjar que tenía frente a él, sus ojos se desviaron hacia el rostro de Paula cuando la oyó preguntarle, tan insegura como siempre:

—¿Cuándo era hermosa, antes o ahora?


—Siempre —respondió firmemente Pedro. Y cuando ella desvió su mirada hacia un lado con una cínica sonrisa con la que le confirmaba que, una vez más, no creía en sus palabras, él no pudo evitar intentar convencerla de su sinceridad.


Cogiendo entre sus manos el rostro de esa mujer, le exigió que lo mirara.


Y, descubriendo su corazón ante ella una vez más, Pedro reveló cada una de las razones por las que Paula siempre sería la mujer más hermosa a sus ojos.


—Cuando te conocí eras una hermosa y desafiante mujer que…


—Eso no te lo crees ni tú… —interrumpió despectivamente ella, recordando el lamentable aspecto que tenía cuando se conocieron.


—… que se escondía muy bien —prosiguió Pedro mientras acallaba sus desconfiados labios con un dedo y sus besos se deslizaban de nuevo por su cuello, haciéndola temblar a la vez que susurraba en sus oídos la verdad de la que ambos siempre se escondían—. Tú y yo siempre hemos sido muy buenos actores ante la gente, aunque no ante nosotros mismos. Ambos nos escondíamos a simple vista de todos y, tal vez, por eso supimos reconocer tan bien nuestras propias mentiras.


—Tú siempre has brillado ante todos y aún ahora lo sigues haciendo. En cambio, yo nunca brillaré —dijo Paula, pero mientras cerraba los ojos ante las palabras de Pedro, apoyaba la cabeza en la pared, cediendo a las caricias que comenzaron a descender por su cuerpo, esta vez quitándole el mono que vestía para seguir incendiando su piel con cada uno de sus besos, que reclamaban no sólo su rendición, sino también algo que ella no se atrevía a dar: su corazón.


—Yo tengo un falso brillo que engaña a todos y, sin embargo, los que me conocen de verdad me dicen que sólo puedo llegar a deslumbrar a alguien cuando dejo atrás al actor y soy simplemente un hombre… —susurró Pedro, marcando sus palabras en su piel cuando sus labios dejaron de lado el tentador pecado de sus suculentos senos y pasaron a deslizarse lentamente por su cuerpo.


Deshaciéndose de las piernas que lo apresaban, cayó de rodillas ante Paula para intentar llegar hasta ella y conseguir que, si Paula no creía en sus palabras, sí lo hiciera al menos en sus caricias cuando quedaran grabadas sobre su piel, mostrando tanto su ardiente deseo como su anhelante amor.


Los besos de Pedro descendieron tentadoramente por el vientre de su amada y por su ombligo mientras sus manos continuaban en su tarea de desprenderla de ese horrible mono de limpieza, que no tardó en quedar a sus pies.


Pedro reposó cariñosamente su cabeza por unos instantes junto al lugar que había cobijado a su hijo, y, tras besarla con cariño, alzó el rostro hacia la mujer que miraba confusa cada una de sus muestras de amor, sin saber qué pensar de él.


—Y ese hombre sólo sale a escena cuando tú estás junto a mí. Sólo tú eres capaz de fascinarme tanto como para olvidar mi aprendido papel — declaró. Y, poniéndose de pie, le tendió una mano para que lo acompañara esa noche en la que ambos dejarían atrás los papeles que les había otorgado la vida y serían, simplemente, un hombre y una mujer enamorados.


Olvidando sus miedos y sus dudas, Paula aceptó esa mano con firmeza, y, cuando Pedro la atrajo hacia sí, la abrazó con fuerza para hacerle una última confesión antes de llevarla a la cama.


—Tú para mí siempre serás la mujer más hermosa, porque te quie… —y antes de que terminara de pronunciar unas palabras que en el pasado le habían hecho tanto daño, y en las que aún no podía creer del todo, Paula las acalló con un beso para dejarse llevar simplemente por la pasión que siempre había hablado por ellos. Una pasión que, a pesar del tiempo, aún seguía presente entre ambos. Tal vez porque sus confusos corazones seguían buscando un final feliz para su historia.


Pedro la llevó directamente hasta la cama. Tumbándola en ella, se deshizo rápidamente de sus ropas. Y castigándola por las palabras que no le había permitido decir, la besó con el ardor que guardaba en su corazón.


Luego, pillándola por sorpresa, la tendió boca abajo y le susurró junto a su cuello su rendición, al tiempo que le exigía la de ella.


—Como veo que no quieres escuchar mis palabras, guardaré silencio el resto de la noche. Aunque no puedo afirmar que tú vayas a hacer lo mismo… —anunció el canalla que solamente con ella salía a jugar, para comenzar a sellar un camino de besos por su espalda que la hicieron temblar de anticipación.


Los besos de Pedro descendieron por el cuerpo de Paula lentamente, seguidos muy de cerca por una ardiente lengua que marcaba su piel y por unos traviesos dientes que la rozaban tentadoramente, evidenciando cuán grande era su avidez.


Las manos de Paula retorcieron fuertemente las blancas sábanas de la cama, grabando su deseo y su rendición en ellas en lugar de hacerlo en el hombre al que deseaba, y apretaron todavía más fuerte cuando las manos de Pedro se deshicieron del cierre trasero del sujetador para quitárselo lentamente. Las sutiles caricias de unos audaces dedos, que apenas llegaron a contentarla, la llevaron a buscar el tacto de esas manos.


Pedro siguió despacio el contorno de sus senos y acarició las excitadas cumbres por encima de la liviana tela de encaje con una sutil caricia. Y sólo cuando Paula se estremeció de placer comenzó a deshacerse de su sujetador, avivando su deseo al rozar sus senos con la fina tela que sus dedos apartaban de su camino.


Acercándose más a ella, Pedro le mostró la firme evidencia de su deseo cuando ésta descansó duramente contra su trasero. Y en el momento en que Paula comenzó a rozarse para provocarlo, él simplemente se apartó para proseguir con sus juegos.


Los besos de Pedro continuaron descendiendo hasta llegar a su trasero, un provocador manjar apenas oculto por el encaje negro de un fino tanga.


Aprovechando la sugerente escena que se presentaba ante él, Pedro besó sus nalgas, las torturó con el roce de su lengua y las castigó con varios provocadores mordiscos que la hicieron gemir mientras él marcaba su piel.


Paula intentó alejarse del abrumador deseo que la dejaba sin sentido, pero él la sujetó exigiéndole que se lo diera todo esa noche: toda su pasión, todo su deseo, todo su amor…


Acallando cada una de las protestas de Paula, la distrajo con sus intransigentes dedos, que reclamaban su rendición. Las manos de Pedro comenzaron a jugar con el tanga que ocultaba el húmedo vértice entre sus piernas, tirando de él y produciendo un placentero roce que la hizo gritar su nombre, sin confirmar si estaba pidiendo que esas caricias cesaran o continuaran.


Perdida en medio del deseo, Paula alzó el trasero hacia esas provocadoras manos mientras ella sujetaba la almohada, que no dudó en morder para no gritar todo lo que guardaba en su corazón.


Y, como si Pedro intuyera lo que ella le estaba negando, apartó a un lado la tela del escueto tanga e introdujo un dedo en su interior, haciéndola alzarse más en busca del goce que el placentero roce contra su clítoris le prometía, mientras otro dedo la penetraba una y otra vez, imponiendo un ritmo incitante pero insuficiente para llegar al clímax.


Cuando el trasero de Paula se elevó aún más en busca de sus caricias mientras se apoyaba sobre sus codos, Pedro aprovechó el momento para mostrarle su dura impaciencia, una exhibición de deseo ante la que ella respondió meciéndose insinuante para incitarlo, con lo que consiguió que una provocadora mano ascendiera por su cuerpo hasta acariciar sus senos y sus sensibles y enhiestos pezones, que hasta ese momento sólo se rozaban con las sábanas, y que acabaron sometidos a las caricias de esas expertas manos que marcaban un ritmo enloquecedor hacia su perdición.


Incapaz de retener por más tiempo la intensidad de su deseo, Pedro le arrancó el tanga para luego, tras agarrar fuertemente su trasero, adentrarse en su húmedo interior de una dura embestida. Sus manos buscaron avivar más la pasión del momento, y acariciando de nuevo la zona más sensible del cuerpo de Paula, la hizo comenzar a rendirse a él.


Las profundas acometidas de Pedro establecieron un ritmo avasallador, mientras el movimiento de sus cuerpos provocaba que los excitados pezones se rozaran con las sábanas, obligando a Paula a tratar de acallar sus gritos contra esa almohada que todavía contenía su pasión y las palabras prohibidas que no debía dejar salir esa noche.


Pero como si Pedro deseara oírlas, hizo que Paula soltara la almohada y levantó su cuerpo hacia él, alzándola para que entrelazara sus manos detrás del cuello de su amante, apoyándola contra él. Pedro la penetró profundamente moviendo sus caderas al son que ella reclamaba, mientras sus manos acariciaban sus pechos y su clítoris, llevándola más apremiantemente hacia el clímax al que ambos querían llegar.


Pedro aumentó el ritmo, acompasándolo a los gritos que salían de los labios de Paula y a los gemidos que salían de su propia boca. Y cuando las caderas de ella comenzaron a mecerse exigiendo más, él fue implacable.


Más duro, más fuerte y más profundo que nunca porque no hablaba sólo su cuerpo, sino también su corazón. Por ello, Pedro siguió buscando esa pasión que durante tantos años había añorado.


Cuando las uñas de Paula se clavaron impacientemente en su nuca, él aceleró sus embates y le dio todo lo que le exigía mientras se rendía junto a ella ante un intenso orgasmo en el que ambos, por medio de un beso, silenciaron los gritos del otro y todas las palabras que aún no estaban preparados para expresar en voz alta.


Saciado por la pasión, el cuerpo de Paula se derrumbó lánguidamente sobre la cama cuando las manos de Pedro dejaron de sujetarla, y un incómodo silencio se creó entre ellos, uno que Pedro no tardó en romper de nuevo con sus provocadoras palabras.


—No creerás que he terminado contigo, ¿verdad? —le susurró al oído para, a continuación, volverla hacia él mientras fijaba sus ardientes ojos azules sobre ella y anunciarle sin compasión antes de adentrarse de nuevo profundamente en ella—: Mi actuación esta noche sólo acaba de comenzar y, como siempre, has sido muy dura con tus críticas, por lo que estoy decidido a repetirla una y otra vez hasta que ambos quedemos satisfechos.


Y las posibles protestas de Paula murieron entre sus labios cuando Pedro la besó, reclamando nuevamente su pasión e interpretando ante ella un papel que nunca podría olvidar esa noche: el de ese hombre enamorado que siempre la llevaría en el corazón.





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