Mientras observaba feliz el festejo que se celebraba esa noche con todos los que apoyaban mi relación con Paula, no pude evitar molestar un poco a su tío, ese irascible irlandés que me había arrojado al callejón de atrás en más de una ocasión. Así que, frente al ceño reprobador que todavía me mostraba Alberto Chaves, para alegría de todos, excepto del dueño del pub, grité:
—¡Barra libre para todo el mundo, invita la casa!
Al mismo tiempo que el enfurecido propietario del pub intentaba quitar de en medio a los gorrones, observé cómo otro molesto pelirrojo entraba por la puerta, seguramente con la intención de volver a incordiarme con alguna de sus proposiciones para que protagonizara otra más de sus películas.
Para mi asombro, Gustavo venía acompañado, no por su bonita esposa ni por uno de sus agentes, sino por un individuo de aspecto estirado que no cesaba de charlar y que, indudablemente, lo estaba molestando, pues mi amigo exhibía en su rostro una de sus maliciosas sonrisas, que anunciaba que iba a hacer una de las suyas.
Así pues, quitándole la bandeja a una de las camareras, me acerqué a su mesa con la excusa de servirles para poder escuchar así la conversación de mi amigo.
—Como usted comprenderá, el fuego con el dragón es una simbología que trato en uno de mis manuales de psicología. Sé que se ha valido de mi trabajo para realizar la cubierta de su libro de intriga, ¡así que le exijo que la cambie! —decía el desconocido en esos instantes, mostrando dos libros: el de mi amigo, en cuya cubierta aparecía un poderoso dragón echando fuego, y el suyo, con un dragón de papel rodeado por un círculo de humo.
—¡Si se parecen tanto como un huevo a una castaña! Dudo mucho que en las librerías nos confundan —repuso Gustavo—. En cuanto a eso de que he copiado su cubierta…, siento decirle, amigo mío, que no he podido hacerlo. Primero, porque no leo sus libros y, segundo, porque no sé quién coño es usted.
—¡Me ofende usted, señor mío!
—¿Ah, sí? Pues espérese, que aún no he terminado; le voy a enseñar exactamente de dónde saqué la idea y dónde está la simbología que usted busca. ¡Duncan! ¡Enséñale de dónde saqué la idea del dragón de mi cubierta! —gritó Gustavo en dirección a uno de los asiduos del bar. Y, en cuanto caí en la cuenta de la localización de ese dragón, supe que ese tipo no se quedaría por mucho tiempo allí.
Duncan, un hombre con decenas de tatuajes que siempre enseñaba cuando se emborrachaba, y más todavía si lo alentaban a ello como en esos momentos estaba haciendo mi amigo, se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta enseñar al estirado acompañante de Gustavo el trasero, donde, efectivamente, tenía tatuado un dragón muy parecido al de la cubierta de mi amigo.
Por poco no se le salieron los ojos de las órbitas al indignado hombrecillo, que aún no podía creerse lo que Gustavo le había contestado ante su exigencia de que cambiase la cubierta de su novela. Pero es que era evidente que no conocía lo cabrón que podía ser ese pelirrojo cuando se lo proponía.
—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Tiene ya claro que no lo he copiado? Como muestra de buena voluntad y para evitar equívocos similares en el futuro, voy a pedirle a Duncan que le enseñe de dónde he sacado la idea para la cubierta de mi próximo libro. ¡Duncan, enséñale dónde tienes tatuada la serpiente!
Y antes de que Duncan se volviera para enseñarle esta vez su delantera, el sulfurado escritor salió corriendo por la puerta, no sin antes gritar alguna que otra amenaza a Gustavo, amenazas que él se pasó, obviamente, por el mismo lugar donde Duncan tenía tatuado su dragón.
—¿A qué has venido, Gustavo? Además de a espantar a ese tipo, claro está —le pregunté a mi amigo mientras ocupaba su mesa.
Pero, antes de que pudiera contestarme, uno de mis fans se acercó a mí para pedirme un autógrafo y comentar mi último trabajo.
—¡Oh, usted es Pedro Alfonso! —anunció el muchacho emocionado mientras me tendía una servilleta para que se la firmara—. Es usted uno de mis actores favoritos, aunque no me gustó para nada el final de su última película. Creo que al guion le faltaba fuerza y, tal vez, si usted lo hubiera interpretado de otra manera, podría haber quedado mejor. Creo que ese final se tendría que rehacer y…
En ese momento intervino Gustavo, desplegando todos sus encantos.
—¡Oh, no se preocupe, amigo! Tiene usted razón. Por ello los productores han decidido que van a cambiar el final de la película —dijo en un tono falsamente jovial, luciendo en el rostro una de sus temibles sonrisas.
—¿Ah, sí? ¿De verdad? —preguntó mi fan ilusionado.
—Sí, claro. Verá usted: van a hacer una gira por las casas de cada uno de los espectadores para interpretarles el final que a cada uno les salga de los coj…
Tapando la boca de mi amigo con una mano, evité que Gustavo terminara su ofensiva frase, pero no tuve dudas de que mi fan se imaginó el resto cuando, finalmente, se alejó de nosotros sin su autógrafo.
—Hazme un favor: cuando vengas a verme, no me defiendas, Gustavo.
—No tendría que venir a verte continuamente si accedieras de una maldita vez a ser el actor principal en mi película —replicó él molesto tras apartar mi mano.
—Lo haré, pero antes haré la de Paula.
—¿Qué te da ella? Doblo la apuesta para que hagas antes la mía.
—Se va a casar conmigo.
—¡Mierda! Eso no puedo superarlo: ya estoy casado y no estoy demasiado atractivo con faldas —bromeó mi amigo mientras me felicitaba —. ¡Enhorabuena! ¡Ahora que al fin has conseguido a la mujer que querías, tu culo no acabará más en ese callejón!
—Sí…, me pregunto quién será el nuevo incauto que acabe con su culo en ese lugar —dije mientras observaba que, desde detrás de la barra, el tío de Paula me fulminaba con la mirada. Pero en ese momento su mirada se desvió hacia la puerta, por donde entraba Bruno Baker. Entonces supe que mi duda había quedado resuelta—. Te apuesto cincuenta libras a que, en menos de quince minutos, Bruno Baker sale por la puerta. Y no precisamente andando.
—Acepto la apuesta, amigo mío, porque éste es un espectáculo que tan sólo acaba de empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario