—¡Estúpida! ¡Estúpida! ¿Por qué tengo que ser tan estúpida? —me reprendí a mí misma delante del espejo del baño de señoras al que había llegado tras la alocada carrera que había emprendido para alejarme de Pedro y de sus palabras, unas palabras en las que estaba tentada de volver a creer, a pesar de todo el daño que me había hecho.
»¿Cómo puede el muy maldito decir que me ama cuando me ha hecho tanto daño? ¡Simple y llanamente porque es una más de sus mentiras! —le grité a la tonta enamorada que me devolvía la mirada en el espejo para que volviera a abrir los ojos a la realidad.
»¿Cómo he podido dejar que me besara? —me increpé a mí misma mientras me tocaba los hinchados labios, notando que el sabor de los besos de ese hombre y la pasión que siempre me embargaba no eran fáciles de olvidar—. ¡Para él no soy nada! —exclamé firmemente a mi reflejo, recordando cuán fácilmente se había olvidado de mí y nos había desechado, tanto a mí como a nuestro hijo, de su nueva vida en Hollywood.
Que yo nunca tendría un lugar protagonista junto a ese hombre era algo que siempre había tenido presente y que, por supuesto, no había cambiado con nuestro reencuentro. Tras cerrar los ojos, apenada por los recuerdos del pasado, volví a abrirlos con decisión para recordarme que esta vez no estaba junto a Pedro para buscar un lugar en su vida, sino para vengarme de todo el daño que me había hecho, haciéndolo arrepentirse de lo que una vez olvidó con tanta facilidad mientras buscaba cumplir mi sueño de ser guionista.
—Repasemos el plan de venganza: lo impresionas con tu nuevo aspecto, lo seduces, lo enamoras, te acuestas con él y lo echas a un lado como la basura que es, haciendo que se sienta tan insignificante, desgraciado y miserable como tú te has sentido a lo largo de estos años. Y luego triunfas en Hollywood con tu guion y lo vetas de todas tus maravillosas películas… —pronuncié ante el espejo, recuperando mis fuerzas para comenzar esa lucha. No obstante, las perdí todas cuando unos fuertes brazos me rodearon desde atrás y una profunda y sensual voz me propuso al oído:
—Eso de vetarme en tus películas me parece algo drástico, especialmente después de saber lo buen actor que soy, aunque, en general, me gustan esos planes de venganza tuyos. Así que, dime, Paula, ¿cuándo piensas empezar a seducirme? Porque puedo asegurarte que estoy preparado para ello… —Tras estas palabras, Pedro me mostró lo preparado que estaba cuando acercó su duro cuerpo al abrazarme, haciendo que mi trasero notara la firme evidencia de su deseo—. O tal vez prefieras que comience yo con la seducción… —insinuó mientras mordía eróticamente mi oreja.
—¡¿Qué haces aquí?! ¡Esto es el baño de señoras! —exclamé alarmada, intentando alejarme de su lado. Pero fallé por completo cuando esos brazos me encerraron con más fuerza en torno a él, como si me necesitara. Y entonces ese hombre comenzó a besar mi cuello.
—No te preocupes: he echado el pestillo…, así que ya puedes comenzar a vengarte de mí sin preocuparte de que nos interrumpan —anunció burlonamente mientras sus dedos comenzaban a desabrochar mi blusa despacio, botón a botón, sin dejar de acariciar cada porción de piel que quedaba expuesta, manteniendo sus ojos fijos en el espejo que teníamos delante, atento a las reacciones que yo mostraba ante sus roces.
—Lo has malinterpretado todo… —comencé a protestar, intentando volver a cerrarme la blusa. Pero cada vez que trataba de abrochar un botón, él lo desabrochaba con más celeridad.
—Ajá…, entonces ¿no quieres vengarte de mí? ¿Y qué hay de las bruscas caricias que les has dedicado a mis mejillas y con las que has estado disfrutando durante toda la mañana? ¿No son tu forma de enseñarme una lección? —inquirió alzando irónicamente una ceja.
—¡Claro que no! —mentí descaradamente mientras recordaba cuánto había disfrutado con las continuas repeticiones de la escena. Pero mi satisfecha sonrisa me delató.
—¡Ah, entiendo! Entonces es que tus gustos han cambiado y ahora prefieres cosas más excitantes… Por mí está bien: estoy dispuesto a jugar tan duro como tú quieras.
—¿A qué te refieres? —pregunté confundida, hasta que Pedro se apartó ligeramente para poder propinarme una cachetada en el culo, haciéndome comprender qué tipo de juegos creía él que me gustaban—. ¡Como vuelvas a pegarme un tortazo, te aplasto las pelotas! —grité revolviéndome con furia, algo que solamente lo hizo sonreír. Y más cuando mis pechos, envueltos por un insinuante sujetador de encaje negro, se movieron excitantemente frente al espejo.
—Mi Paula…, tan cariñosa como siempre —dijo Pedro con una maliciosa sonrisa que recordaba muy bien.
Y, mientras contemplaba a ese sinvergüenza, me prometí no volver a caer ante sus caricias ni ante sus mentiras, e intenté recordar todo el daño que me había hecho, algo que fue en vano cuando él volvió a susurrar en mi oído esas palabras que siempre serían mi perdición después de llevarse una de mis manos a su dolorida mejilla y mirarme con un anhelo y un intenso deseo a través de su reflejo en el espejo:
—Castígame todo lo que quieras si con ello me dejas volver a amarte.
Yo retiré la mano, asustada de que mi corazón volviera a creer en sus mentiras y de que comenzara a latir de nuevo por ese hombre que no se lo merecía. Mis temblorosas manos se apoyaron sobre el mármol del lavabo y yo bajé la cabeza, por miedo de caer de nuevo ante ese hombre si volvía a contemplar esos intensos ojos azules que siempre me pedían demasiado y nunca daban nada a cambio.
Él abrochó lentamente mi blusa, sin apenas tocarme en esta ocasión, y cuando hubo acabado dio un paso atrás concediéndome el espacio que necesitaba. Y cuando lo hizo, me sentí vacía.
Mi mirada se alzó entonces, creyendo que él se había ido, pero sus penetrantes ojos me contemplaron desde el espejo. Ambos, como siempre hacíamos, nos encontramos a través de nuestras estúpidas máscaras, detrás de las que nos escondíamos de todo y de todos, hasta que finalmente cedimos a nuestros deseos.
—Sólo será sexo…, un simple calentón en unos lavabos…, ¡y que conste que estaré pensando en otro! —le dije cediendo a la locura que era volver a acostarme con él mientras intentaba excusarme en que eso sólo sería parte de mi venganza para bajar su sobrevalorado ego.
La pícara sonrisa del sinvergüenza que sólo yo conocía y que nunca dedicaba a la cámara se mostró ante mí, y muy pronto sus brazos volvieron a acogerme, haciéndome sentir completa de nuevo.
Sus dedos, que antes habían abrochado mi blusa con lentitud, en esta ocasión la apartaron a un lado con brusquedad, consiguiendo que algún botón saltara por los aires. Yo lo reprendí con una furiosa mirada ante la que Pedro se limitó a reír a la vez que desabrochaba atrevidamente el cierre delantero de mi sujetador, por lo que finalmente lo dejé por imposible y, apoyando las manos en el lavabo, me abandoné a sus caricias.
Mis senos quedaron expuestos frente a ese espejo, que reflejaba una ávida mirada que me devoraba por completo. Yo cerré los ojos, intentando huir de ella, pero Pedro no me permitió que olvidara quién me estaba amando mientras sus manos acariciaban lentamente mi expuesta piel, haciéndome estremecer al tiempo que sus palabras se grababan en mi cuerpo.
—Paula, ¿de verdad estás pensando en otro mientras te hago el amor… —susurró él dulcemente en mi oído a la vez que sus dedos subían por mi cintura hasta mis pechos, para luego cobijarlos entre sus manos y agasajarlos con sus dedos, consiguiendo que mi cuerpo temblara entre sus brazos—, mientras te acaricio… —continuó, acogiendo traviesamente mis enhiestos pezones, jugando con ellos, acariciándolos levemente para luego pellizcarlos sin contemplaciones, haciéndome gemir de goce cuando el leve dolor cesaba y él volvía a rozar mi sensible piel—, mientras te hago gemir…? —apuntó, mordiendo mi sensible oreja como castigo por no darle una respuesta.
Tras mi silencio, una de sus manos descendió por mi cintura hasta llegar al borde de mi falda. Y, metiéndose bajo ella, comenzó a acariciarme por encima de mis braguitas de encaje.
—… Mientras te doy placer… —insistió él a la vez que uno de sus dedos me hacía gritar cuando, sin dejar de lado sus caricias, apartó de su camino mi ropa interior para introducirse en mí, dándome lo que mis caderas, que se movían al compás de su mano, habían comenzado a exigirle.
Pedro marcó un ritmo más fuerte con los dedos, hundiendo otro más en mi interior. Y, mientras lo hacía, no dejaba de agasajar mis senos con su otra mano y de deslizar ardientes besos por mi cuello, provocando mi sensible piel mientras él me movía a su antojo, guiándome hacia el placer.
No obstante, justo cuando estaba a punto de llegar, sus dedos se apartaban y mi cuerpo protestaba y lo buscaba. Pero Pedro no me daba lo que necesitaba para llegar al clímax, sino que se introducía pacientemente en mí, con una lentitud que me hacía gritar su nombre de pura frustración, pero sin lograr nunca alcanzar la cúspide del placer.
—Paula, ¿estás segura de que estás pensando en otro en estos momentos? —volvió a preguntar en tono molesto mientras volvía a torturarme con sus caricias, alejándolas nuevamente de mí cuando estaba cerca del orgasmo—. ¡Entonces, abre los ojos y mírame! —me ordenó. Y, cuando los abrí, vi ante mí, no la imagen del seductor y encantador hombre que todos podían contemplar en la gran pantalla, sino la del duro e imperfecto sujeto que lo exigía todo de mí.
Pedro me contemplaba con un deseo voraz. Las manos, que se deslizaban por mi cuerpo, lo hacían con ansia, acariciando sin descanso ni piedad mis senos, que devoraba con sus intensos ojos azules.
El espejo me mostraba que una de sus manos estaba desaparecida debajo de mi falda, ofreciéndome una excitante imagen de lo que estaba haciendo bajo ella, del placer que sus dedos me prodigaban. Bajo mi mirada, sus dedos aumentaron la intensidad de sus caricias, mientras su erección se mecía duramente contra mi trasero, y yo me dejé llevar cuando, con sus ojos fijos en los míos, me exigió:
—Paula, ¡dime en quién piensas mientras llegas al clímax!
Sin poder evitarlo, sus palabras y sus caricias fueron mi perdición y yo, contrariamente a lo que le había asegurado, solamente pude pensar en él mientras gritaba su nombre en medio de un arrebatador orgasmo.
Instantes después, mientras me encontraba apoyada en el lavabo, Pedro extrajo sus traviesos dedos de mi interior cuando las réplicas de mi orgasmo todavía recorrían mi tembloroso cuerpo, y no tardó en recordarme cómo era el placer cuando su duro miembro se adentró en mí desde atrás con una ruda embestida, estableciendo un ritmo tan avasallador que no pude evitar seguirlo en busca del placer con el que nuevamente me tentaba.
—Paula, tócame… —suplicó Pedro, intentando apartar mis manos del frío mármol para acercarlas a su piel.
Pero como él ya había conseguido su pequeña victoria haciéndome gritar su nombre, yo pensaba conseguir la mía, y mis manos se agarraron firmemente al mármol mientras nuestros ojos se encontraban en el espejo y yo le negaba ese placer.
—No —dije mientras, para contrariarlo aún más, cerraba los ojos negándome a ver al hombre que me conducía de nuevo hacia la locura.
Pedro guardó silencio, pero supe que estaba molesto conmigo cuando sus manos me hicieron apoyar más mi cuerpo contra el lavabo y, cogiendo rudamente mis caderas, marcó un ritmo tan enloquecedor que tuve que morderme los labios para no gritar su nombre una vez más.
Sin piedad hacia mí, deslizó una mano entre nuestros unidos cuerpos para acariciar mi sensible clítoris mientras aceleraba el ritmo de sus embates y penetraba más profundamente en mi interior. El movimiento descontrolado de mi cuerpo, con el que mis caderas lo buscaban, hizo que mis erguidos pezones acariciaran excitantemente el frío mármol que había frente a mí, haciéndome estremecer con nuevas oleadas de placer que no pude controlar.
Finalmente, Pedro exigió mi rendición y mi cuerpo se dirigió a un nuevo orgasmo más descontrolado que el anterior, en el que esta vez él me acompañó perdiéndose conmigo en el clímax mientras gritaba mi nombre.
Derrumbada sobre el lavabo, noté cómo salía de mi interior y, tras recomponer su aspecto, me ayudaba a recomponer el mío.
Una vez que mi sujetador y mi blusa estuvieron abrochados, mi falda colocada en su lugar y yo al fin pude mantenerme en pie, me volví hacia el hombre que, por unos instantes, me había mostrado a través de su mirada que estaba tan perdido como yo en ese encuentro. No obstante, ese hombre perdido, que mostraba una debilidad igual de grande que la mía, no tardó en ser sustituido por la falsa máscara del actor que tanto detestaba, recordándome de nuevo por qué lo odiaba.
—Me encanta tu venganza, Paula, pero recuerda que Pedro Alfonso no es un hombre fácil de olvidar, especialmente cuando lleva a cabo una magnífica actuación —manifestó despreocupadamente mientras se ajustaba la corbata. Y yo, sin poder resistirme, le di una nueva y sonora bofetada que se había ganado a pulso, acabando de lleno con su sonrisa.
—Creo que ésa era la línea para mi entrada en escena, ¿no te parece? — le dije con sorna mientras sacudía mi dolorida mano ante un asombrado hombre al que, sin duda, en esta ocasión le había partido la cara—. Si algo recuerdo de ti, Pedro, es el maravilloso actor que eras. Has mejorado mucho en el papel de cabrón…, ahora bien, en el de enamorado… en mi opinión todavía dejas mucho que desear —le dije mientras me alejaba de un hombre que, aunque supiera que pretendía vengarme de él, no podría evitar cruzarse en mi camino porque los dos éramos tan idiotas que, cuando estábamos juntos, volvíamos a representar el papel de estúpidos amantes.
Un papel que en esta ocasión yo pretendía interpretar con los ojos bien abiertos, esperando que en esta ocasión fuese él quien cayera en ese juego del amor en el que, por nada del mundo, pensaba arriesgar de nuevo mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario