—Segunda oportunidad…, ¡mis narices! —masculló Romeo cuando vio a la mañana siguiente a su padre y a su abuelo coqueteando descaradamente con las mujeres que los rodeaban, haciéndoles daño a las que amaban de verdad.
—No te gustan, ¿verdad, chaval? —intervino un hosco pelirrojo mientras señalaba al director y al actor principal de esa película—. A mí tampoco. Me parecen demasiado falsos, por eso hago todo lo posible por ver a los hombres de verdad y no las máscaras detrás de las que intentan ocultarse.
—¿Y tú quién eres? —preguntó impertinentemente Romeo al no saber cuáles eran las intenciones de ese hombre.
—¿Me creerías si te dijera que soy una noble ancianita intentando hacer de hada madrina? —ironizó él mientras lo contemplaba con atención.
Y, tras observar al pelirrojo de casi un metro noventa y rudo aspecto, Romeo alzó una impertinente ceja mientras le contestaba:
—Y yo soy un hipopótamo rosa.
Cuando la respuesta del extraño individuo fueron unas estruendosas carcajadas, el niño decidió que le gustaba, y, tendiendo educadamente una mano, se presentó.
—Soy Romeo Chaves.
—Y yo Gustavo Johnson. Encantado, chico… Tu madre es Paula Chaves, ¿verdad? —se interesó Gustavo, contemplándolo cada vez con más interés mientras se acariciaba la barbilla.
—Sí —confirmó Romeo, sabiendo que su respuesta no desvelaría nada, a pesar de que los intensos ojos del pelirrojo siguieran fijos en él buscando alguna respuesta.
—¿Y tu padre es…?
—Un capullo —replicó él sin pensar. Y, a pesar de no fijar la mirada sobre Pedro para no delatar el secreto que su madre aún pretendía guardar, el pelirrojo sonrió complacido, como si al fin hubiera resuelto un enigma que se le resistía.
—Te creo. Yo soy amigo de ese patético actor, que, al parecer, no te agrada demasiado —manifestó Gustavo. A continuación, le hizo una pregunta que atrajo toda la atención de Romeo—: ¿Te digo cómo puedes fastidiar muchísimo a esos dos? Róbales la escena. Estoy convencido de que, de los presentes, tú eres el único con el suficiente encanto y talento para hacerlo. Después de todo, lo llevas en los genes… —declaró, insinuando que conocía su secreto, uno que Romeo no sabía si guardaría o no, pero, viendo la maliciosa sonrisa que le dirigía Gustavo a su amigo, se decantó por la segunda opción y decidió seguir los consejos de esa hada madrina de casi metro noventa de la que aún no tenía muy claro si quería ayudar a otros o tan sólo fastidiar lo máximo posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario