jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 36

 


Otra vez me dejaba engañar por unas palabras que cada vez que salían de sus labios parecían ciertas. Sabía que estábamos actuando, que las cámaras apuntaban hacia nosotros, que él tan solo repetía un guion aprendido mientras se mantenía en la marca que le había indicado el director, y, aun así, por unos instantes, llegué a creer que sus palabras eran ciertas.


Cuando me caí por la zancadilla de una de las envidiosas mujeres que querían mi posición junto a Pedro, una posición que yo nunca había deseado porque hacía daño, me sentí humillada, avergonzada y fea. Con el hermoso vestido arruinado por el agua, no esperé que ninguna mano me ayudara a levantarme, sólo risas y algún dedo acusador que señalara mi torpeza, ya que las mujeres como yo nunca brillaban frente a la cámara, sino que simplemente permanecían a un lado, sin molestar.


Pero, una vez más, Pedro apareció para representar ante mí su papel de galán y yo no pude evitar creer en su magnífica actuación. Cogiendo la firme mano que me tendía, me hizo sentir hermosa porque sus ojos azules, a pesar de mi lamentable apariencia, me miraron como si fuera la mujer más bella del mundo. Dándome esa seguridad que tanto necesitaba, hizo que me colocara en mi lugar y, de este modo, yo me mantuve delante de la cámara, nerviosa pero emocionada ante la que iba a ser una bonita escena de amor debajo de la romántica y suave lluvia. Pero mis ilusos pensamientos se vinieron abajo cuando alguien, recordándome que eso era la vida real, volvió a estropearlo todo. El aguacero que cayó sobre mí sorprendió a casi todas las personas del plató, con la excepción de alguna maliciosa actriz que intentó esconder una perversa sonrisa.


Después de percatarme de cómo miraba el director mi lamentable aspecto debajo de esa lluvia, pensé que todo estaba acabado para esa escena de amor que Pedro y yo íbamos a representar. En ese momento, al no verlo a mi lado creí que me había dejado sola. Y, a pesar de sentirme herida y perdida, no pude evitar buscarlo con la mirada.


Permanecía lejos de mí, como si todo un mundo nos separara. Pero, de repente, arrojó su paraguas a un lado y corrió en mi dirección, improvisando y cambiando a su gusto el guion, pues según éste debía ser yo quien corriera hacia él, y me convenció por completo de que ésa era nuestra escena de amor.


Sentí sus brazos más cálidos que nunca a pesar de la fría lluvia que nos empapaba, sus besos fueron tan apasionados como si no quisiera soltarme nunca, y sus palabras me hicieron llegar hasta el cielo, para luego estrellarme contra el suelo cuando el director dijo «¡Corten!» y yo recordé que, a pesar de que mi corazón no lo hiciera, el suyo simplemente estaba actuando.


Mientras los compañeros de rodaje rodeaban a Pedro felicitándolo por su trabajo a la vez que me apartaban de él, mostrándome cuál era mi lugar, no pude evitar alejarme de nuevo de él mientras corría para huir de sus «te quiero», que, en ocasiones, podían hacer tanto daño.


Encerrada en el camerino, denigraba a un hombre por su magnífica actuación, a pesar de que, al ser su representante, debería haberlo felicitado.


Mis maldiciones no cesaron ni siquiera cuando él me sorprendió entrando en el camerino.


—¡Maldito bastardo! ¿Por qué tus palabras tienen que parecer tan reales? —lo maldije mientras, entre dolorida y furiosa, le arrojaba todo lo que tenía a mi alcance a la vez que las lágrimas descendían por mi rostro, ocultándose entre las gotas de agua que todavía permanecían sobre él.


Pedro, a pesar de lo que yo le arrojaba, siguió avanzando persistentemente hacia mí mientras esquivaba la cabeza de un maniquí, unos zapatos de diseño, un bote de desmaquillante y un elaborado sombrero mientras su rostro lucía una sonrisa llena de satisfacción. Cuando llegó a mi lado, me sostuvo la mano para que no le arrojara una caja de pañuelos, y, acercándose peligrosamente a mí, susurró esas palabras en las que siempre me prometía a mí misma no creer, pero ante las que siempre acababa cayendo:

—Te quiero, te quiero, te quiero.


—¡Mentiroso! ¡Mentiroso! ¡Mentiroso! —repetí por cada uno de sus «te quiero», rechazándolos por completo.


Y, cuando su boca acalló la mía, pasó a demostrarme con sus besos las palabras que yo rechazaba de sus mentirosos labios e hizo que, una vez más, volviera a caer entre sus brazos.



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