jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 24

 


Gustavo observaba desde lejos la historia de amor que se estaba desarrollando delante de él, y, como cualquier espectador, callaba mientras los personajes representaban su papel. El protagonista era un actor poco creíble que nunca se había enamorado y que, ahora que lo hacía, resultaba tan patético como cualquier hombre, algo que a Pedro, a quien no le agradaba abandonar el papel de hombre perfecto, no le gustaba hacer en absoluto.


Por su parte, la protagonista, como en cualquier ñoña novela romántica, era una mujer hermosa que se ocultaba de todos y que sólo había comenzado a brillar cuando se había enamorado. Pero, al contrario que en esas novelas, Paula no caía rendida ante las palabras de amor con las que el protagonista adornaba sus oídos.


No obstante, que no creyera en esas palabras podía deberse tanto al hombre, que no confiaba en su amor lo bastante como para perseguirlo, como a la mujer, que no creía en ella misma o en la posibilidad de que alguien la amara.


Y, así, Gustavo seguía con interés los interminables capítulos de ese romance en el que decir «te quiero» no significaba nada y no conducía a un final feliz, simplemente porque ninguno de los dos protagonistas creía que fuera cierto.


Para aumentar la intriga de esa historia, a los malentendidos surgidos entre ellos se les sumaban las envidias de las mujeres que ambicionaban un papel junto a ese actor y los celos de un quejica que, cuando había notado lo mucho que esa mujer podía brillar lejos de él, no podía dejar de lamentarse mientras se resistía cobardemente, como siempre, a dar el primer paso.


Gustavo debería haber permanecido como un ojeador imparcial en toda esa historia mientras escribía la novela de unos personajes que nunca cometerían los mismos estúpidos errores que hacían los de verdad, pero no podía, porque el llorica del protagonista, que en esta ocasión era más real que nunca, no paraba de calentar sus orejas con sus lamentos.


—¿Por qué ha cambiado tanto? Esos vaqueros son demasiado ceñidos, esa blusa muestra demasiado escote, su pelo está demasiado brillante y… ¿se puede saber dónde ha dejado sus horrendas gafas?


—Hace apenas unos meses te quejabas de todo lo contrario, Pedro. Yo creo que su aspecto ha mejorado mucho. ¿Es que acaso no te parece que ahora está más bonita que nunca? —preguntó Gustavo, pinchando a su amigo a la vez que le señalaba cómo los compañeros de clase que antes se habían mantenido alejados de Paula ahora utilizaban cualquier excusa para poder entablar una conversación con ella.


—Sí…, no… Ella siempre fue bonita —contestó Pedro, revelando sin querer la verdad de lo que le molestaba de la nueva apariencia de Paula.


—¡Ah, comprendo! Lo que te molesta es que, mientras antes solamente tú veías lo hermosa que es, ahora todos los demás lo ven también.


—¿Qué hago? —preguntó Pedro sin contestar a las palabras de Gustavo mientras se derrumbaba sobre la mesa de la cafetería para seguir observando desde lejos a la única mujer a la que sus ojos nunca podrían dejar de perseguir, mostrara o no un bonito aspecto.


—Grita «te quiero» —propuso él, sin sospechar que su desesperado amigo se tomaría su consejo al pie de la letra.


—¡Te quiero! —exclamó escandalosamente el actor sin dejar de mirar a la mujer a la que iban dirigidas sus palabras, atrayendo la atención de todos en el lugar. Unas palabras que llegaron a todas las chicas que lo observaban ilusionadas, esperando que su nombre fuera el que acompañara a esa confesión. Todas excepto la que él pretendía conquistar, cuya respuesta fue negar con la cabeza mientras le dedicaba una irónica sonrisa que sólo tenía un significado: no lo creía.


—¿Nunca te he dicho cuánto te quiero, Gustavo, amigo mío? —añadió Pedro mientras abrazaba a Gustavo, simulando que sus palabras habían sido para éste cuando se sintió de nuevo rechazado por Paula.


—Cobarde —murmuró él mientras se quitaba de encima al quejica de su amigo.


Y, harto de que los protagonistas de esa historia se complicaran tanto la vida, así como la de los demás, Gustavo se levantó de su asiento y señaló a los dos para gritarles, bastante cabreado:

—¡Tú y tú, a ensayar! A ver si, por lo menos, delante de la cámara podéis dejar de actuar —manifestó antes de marcharse, dejándolos a ambos confundidos con sus palabras. Pero eso se debía a que ni Pedro ni Paula se habían visto en escena, cuando ambos tenían que enfrentar sus miradas permaneciendo en sus marcas y sin poder huir como en la vida real, en donde decían todo lo que guardaban sus corazones, convirtiendo esos ensayos en unas escenas más reales que la vida misma.




No hay comentarios:

Publicar un comentario