—¿Qué tal? ¿Mis fans me han mandado algo interesante? —preguntó despreocupadamente Pedro Alfonso a su agente, Felicitas Wright, una despiadada y eficiente rubia de ojos azules, unos quince años mayor que él, que se encontraba revisando su correspondencia, mientras él se hallaba tumbado en el sofá de su lujoso apartamento tapando su rostro con el guion de otra nueva y estúpida historia de amor.
—Lo de siempre: ropa interior con números de teléfono, algunas fotos de chicas desnudas… ¡Ah! Y ese molesto pelirrojo al que llamas «amigo» te vuelve a enviar una foto de su trasero.
—¡Hum! Creo que me voy a hacer una del mío y se la mando autografiada… —musitó Pedro mientras se levantaba alegremente de su lugar, complacido con la distracción que le había proporcionado Gustavo para olvidarse de esas estúpidas historias de amor en las que lo habían encasillado. Por una cruel ironía del destino, el único tipo de papeles que Pedro no quería interpretar por lo mucho que le habían dolido, y que aún le dolían, era justamente en el que más había brillado y en el que todos querían que actuara una y otra vez, haciendo imposible que alguna vez llegara a olvidar a la mujer que amaba.
—¡Quieto ahí! ¡No quiero ni un escándalo más! —le ordenó Felicitas tajantemente, ante lo que Pedro volvió a derrumbarse sobre su sofá mientras intentaba disculpar un comportamiento que ni él mismo podía llegar a comprender.
—¡Vamos, Felicitas! Mi última cita no fue para tanto: los paparazzi ni siquiera me pillaron entrando en el apartamento de las gemelas.
—No, cierto: sólo te pillaron bailando en pelotas dentro de una fuente pública —replicó ella, alzando su fría mirada hacia el hombre que, a pesar de haber empezado tan bien su carrera, cada vez que leía un guion romántico, ya fuera de un anuncio, una serie o una película, reaccionaba con alguna locura.
—Puedo asegurarte que en esa ocasión no fue culpa de mis compañeras o del alcohol: es simplemente que Gustavo me retó y yo…
—Siempre pasa lo mismo: cada vez que lees uno de tus nuevos guiones, antes de ponerte en serio con él, pasas por esta estúpida fase que únicamente nos traes problemas. ¿Me puedes explicar a qué se debe?
—Yo… Humm…, oye, Felicitas, ¿por qué no me buscas un trabajo que no esté relacionado con el amor? —suspiró Pedro mientras intentaba esconder el rostro bajo uno de sus brazos.
—Porque eres el mejor en ese tipo de escenas, Pedro. Aunque en las demás brilles, en éstas los deslumbras a todos con una actuación tan realista que hasta yo, una escéptica en el amor, me creo que el hombre que hay delante de la cámara está enamorado —respondió Felicitas, haciéndolo enfrentarse a la realidad: ese tipo de papel era el único que podía representar si quería llegar a destacar por encima de los demás.
—El mejor… —murmuró Pedro, para luego pasar a reírse cínicamente de sí mismo mientras recordaba el pasado y lo crítica que había sido con él la mujer que amó—. ¿Sabes una cosa, Felicitas? No debes reprocharme las locuras que cometo cuando me traes uno de estos nuevos estúpidos guiones, porque es la forma que tengo de intentar olvidar que duelen demasiado… —declaró mientras se levantaba del sofá para dirigirse hacia la salida.
—Sabes que tienes que aprenderte las escenas de mañana, ¿verdad? — protestó Felicitas, intentando retener a ese irresponsable actor.
—¡Bah! Son siempre iguales: los protagonistas se enamoran como dos idiotas para luego comportarse de una manera bastante estúpida mientras intentan alcanzar ese amor. Y lo más patético de todo es que ellos pueden alcanzarlo —declaró Pedro mientras recordaba que, para él, alcanzarlo había sido simplemente imposible—. Ahora, si me disculpas, tengo una cita que no puedo eludir de ninguna manera.
—¿Se puede saber adónde vas?
—A enseñarle el trasero a mi amigo por videoconferencia, a no ser que prefieras que se lo enseñe a la prensa, claro está —respondió el alocado actor, que, a pesar de odiar tanto el amor, podía llegar a representarlo tan bien.
—¿Y qué se supone que debo hacer con esto? —preguntó Felicitas mientras señalaba la montaña de cartas de sus fans que tenía ante ella.
—¡Oh! Tú decides cómo prefieres responderles: puedes elegir entre «con cariño» o «con mucho amor» —declaró él mientras le señalaba a su agente dos montones diferentes de fotografías suyas, firmadas con esas dos dedicatorias y su nombre.
—Fabuloso… ¿Y si encuentro entre ellas a alguna acosadora o alguna amenaza? —insistió Felicitas, intentando que Pedro se tomara sus responsabilidades más en serio y viera que ella no era la más adecuada para leer su correspondencia privada. Pero cuando creía haber hecho recapacitar a ese hombre con sus palabras, él la sacó de nuevo de su error.
—Eso es fácil… —dijo Pedro cogiendo su chaqueta. Y cuando la agente esperaba que le ordenara mandar ese tipo de cartas a la policía, el irresponsable actor la sorprendió anunciándole con una maliciosa sonrisa—: Ese tipo de cartas las respondes con las fotografías que están dedicadas «con mucho amor». Especialmente las de las amenazas —terminó cínicamente antes de salir por la puerta para perderse en algún estúpido escándalo que lo llevara a olvidarse de que tenía una nueva actuación en la que debía fingir de nuevo que era un hombre enamorado.
—¡Si no fueras tan buen actor, te juro que te abandonaba! —exclamó Felicitas furiosa mientras arrojaba un montón de cartas contra la puerta.
En ese momento, una de las cartas cayó al suelo haciendo un extraño ruido, demostrando que llevaba en su interior algo más que un papel.
Confusa y reticente por lo que pudiera encontrar en su interior, la agente abrió el sobre especulando con que tal vez pudiera tratarse de algo que amenazara a su nuevo y prometedor actor. Y, cuando tuvo entre sus manos el objeto que guardaba la carta, concluyó que, en efecto, eso amenazaba a Pedro, aunque, si bien no se trataba de una amenaza directa a su persona, sí lo era para su carrera.
—¿En qué nuevo lío te has metido en esta ocasión, Pedro? —preguntó Felicitas en voz alta mientras observaba un test de embarazo con un resultado positivo.
Dispuesta a mandar un cheque que solucionara ese pequeño inconveniente en la prometedora carrera de su nuevo representado, buscó la carta para saber qué le exigía esa mujer a su actor y, sorprendida, no pudo evitar leerla en voz alta:
—«Sólo quiero que sepas que vas a ser padre y que no te necesito, ni a ti ni tu patética actuación sobre qué es el amor, así que… ¡que te jodan!».
Tras leerla, Felicitas no pudo evitar sonreír ante el atrevimiento de esa mujer, la única capaz de rechazar a ese hombre.
—¡Sí, señor, toda una declaración de amor! —opinó con cinismo mientras negaba con la cabeza—. Definitivamente, tú mereces una del montón de «con mucho amor» —reflexionó en voz alta antes de añadir un cuantioso cheque junto a una fotografía autografiada de ese irónico hombre que solamente se burlaba del amor y que, por supuesto, nunca habría cometido el error de enamorarse.
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