jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 57

 


Mi mejilla comenzaba a tornarse roja y yo ya estaba empezando a perder la sonrisa cuando mi papel en esos momentos se limitaba a recibir una y otra vez una sonora bofetada de parte de Paula. Quería que nuestro encuentro tuviera lugar detrás de las cámaras, y no delante. Quería pedirle una explicación a sus miradas llenas de odio y a sus vengativas palabras, que no comprendía. Quería camelarla y tentarla hasta llevarla nuevamente a mi cama. Quería su amor, pero en esos instantes sólo recibía su odio mientras me preguntaba por qué razón éste empañaba lo que una vez habíamos sentido. Detrás de la cámara, un maldito pelirrojo me indicaba que eso era lo que me merecía por cobarde mientras su maliciosa sonrisa me revelaba que mi lección no pararía hasta que dejara de serlo.


La escena de la bofetada nunca parecía quedar suficientemente perfecta para Gustavo, y los ojos de Paula cada vez que alzaba la mano contra mí brillaban con odio, un odio que no podía comprender, así que, saliéndome de mi guion, de mi marca y de mi actuación, detuve esa mano que se elevaba una vez más contra mí y tiré de ella, atrayéndola hacia mí, haciéndola caer entre mis brazos para proporcionarle una razón válida para que me abofeteara.


Antes de que mi amigo tuviera la oportunidad de cortar esa escena o de que ella levantara nuevamente la mano, la estreché entre mis brazos, y, acercándola atrevidamente a mi cuerpo, le susurré con malicia al oído:

—Te puedo asegurar que esto no forma parte de la actuación.


Después de esa advertencia, ante la que ella me miró confusa, la besé. La besé con la impaciencia que había guardado desde que habíamos vuelto a encontrarnos, con el anhelo de esos nueve años en los que no había podido dejar de pensar en ella.


Paula forcejeó por unos instantes, pero yo me mostré firme y hundí la lengua profundamente en su boca, obligándola a recordar mi sabor a la vez que yo degustaba el suyo hasta hacerla rendirse ante mí y gemir entre mis brazos, rememorando esa pasión que nunca podríamos llegar a olvidar.


Cuando comencé a recordar dónde estábamos y todos los que seguían mi improvisada escena creyeron que estaba actuando, la solté poniendo fin a ese beso. Por supuesto, Paula no se salió de su guion, y, tras recibir de sus ojos una nueva mirada de odio, ella volvió a darme una fuerte y furiosa bofetada.


—Ahora ya tienes una buena razón para abofetearme —anuncié con una desvergonzada sonrisa—. Pero tal vez debería darte alguna más para que estuviéramos a la par de tu impetuosa interpretación —insinué, haciendo que su mano volviera a alzarse, una mano que en esta ocasión no dudé en detener para interrogarla por la causa de ese odio mientras la miraba a los ojos—. ¿Por qué me odias, si yo solamente puedo recordarte con amor? — confesé dolorido y confundido con su rabioso comportamiento hacia mí antes de soltarle la mano.


Cuando su mano volvió a golpear mi mejilla, lo hizo con menos fuerza y convicción que antes, y sus ojos, en vez de odio, mostraron un dolor que yo no comprendía, pero cuya causa quería conocer, tal vez para curarlo.


—Porque aún duele demasiado… —susurró Paula. Tras ello, se cogió su dolorida mano y se alejó de mí y de esa escena que al fin había contentado a todos. A todos excepto a mi solitario corazón, que se daba cuenta de que, una vez más, había dejado marchar lo que tanto necesitaba.


—¡Corten! —exclamó entonces el maldito pelirrojo después de que lo anunciara el director—. Y ahora es cuando termina la escena y comienza la vida real —me recordó, haciéndome correr tras ella con la esperanza de volver a alcanzarla, esta vez en la realidad y no en una maldita escena cuyo desempeño alguien me marcaba.





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