Tras un vuelo de casi doce horas con dos interminables escalas, los Chaves finalmente llegaron a Los Ángeles. En el aeropuerto, una mujer de unos cincuenta años con unos cabellos teñidos de un llamativo rojo y unas nada discretas ropas con manchas de leopardo daba pequeños saltitos mientras sujetaba un cartel con sus nombres, intentando llamar su atención.
La figura de la amiga de su madre, al contrario de lo que Paula pensaba, no tenía nada que ver con los estándares de las estrellas de Hollywood.
Nicole, la mujer de la que Amalia no había dejado de hablar desde que había subido al avión, era baja y rellenita, y lucía un amable rostro que les daba la bienvenida.
En cuanto Amalia la vio corrió a sus brazos, perdiendo la compostura y la actitud de mujer sofisticada que siempre intentaba aparentar y, ante los ojos de todos, ambas amigas volvieron convertirse en unas alocadas adolescentes cuando trataron de contarse a la vez todas las aventuras que habían vivido desde que se separaron.
Nicole les ofreció su casa con los brazos abiertos, pero antes de dirigirlos hacia su hogar les dedicó un pequeño tour por la ciudad de las estrellas, mostrándoles lo mejor y también lo peor de esa gran ciudad.
La primera visita obligatoria fue al Paseo de la Fama, una avenida conocida también como «el paseo de las estrellas», un lugar en el que los grandes artistas de Hollywood dejaban marcado su nombre en grandes estrellas rosas de cinco puntas. La familia Chaves, como todo visitante que llegara al lugar por primera vez, se dedicó a buscar el nombre de sus intérpretes preferidos.
Mientras caminaban por esa extensa avenida envueltos por el peculiar ambiente del lugar, con músicos callejeros tocando las bandas sonoras de famosas películas o imitadores de grandes artistas que se hacían fotografías con los turistas a cambio de unas pocas monedas, Paula y su familia llegaron al siguiente lugar de la lista: el teatro Dolby, anteriormente conocido como teatro Kodak, el lugar donde todos los años se celebraba la mundialmente famosa entrega de los Óscar. A pesar de que en esos momentos carecía de la grandiosa alfombra roja, Amalia y Nicole no pudieron evitar posar ante sus puertas como dos estrellas, lanzando besos hacia sus ficticios admiradores, mientras Paula las fotografiaba.
Luego le tocó el turno al conocido teatro chino de Grauman, en cuyos exteriores se podían apreciar las huellas de pies y manos de multitud de artistas famosos junto con sus firmas, como homenaje a esas celebridades que habían brillado con su talento en la meca del cine por encima de otros actores y actrices cuyos nombres no habían quedado grabados en ningún lugar, pasando simplemente al olvido.
Ese teatro era uno de los más antiguos de la ciudad, y una leyenda en Hollywood afirmaba que las películas que se estrenasen en él serían las más exitosas. Pero a Paula, aunque su visita guiada por el interior, incluyendo la entrada a los camerinos, le pareció bastante interesante, no la impresionó tanto: a ella le pareció un cine más, un lugar en el que las personas que no habían logrado llegar a la gran pantalla intentaban imitar a las estrellas más brillantes de la historia delante de ese espectacular edificio para ganarse alguna que otra moneda de los turistas.
Y, en efecto, cuando salieron del edificio con la intención de continuar el pequeño tour por la ciudad de las estrellas, Paula observó que un Charlie Chaplin, un Elvis Presley, un Michael Jackson y una Marilyn Monroe no tardaron en acercarse a saludarlos efusivamente, tras lo que se pusieron a alabar a Amalia, que, según ellos, era la mejor imitadora de Marilyn de todos los tiempos.
Paula miró a su madre en ese momento, sospechando que su vida en ese lugar no había sido nada fácil, pero Amalia, como hacía siempre, se limitó a sonreír y se dispuso a realizar una espléndida imitación de Marilyn cantando su famoso «happy birthday, mister president» para todos, acompañada del saxofón de un músico callejero, lo cual atrajo la atención de una pequeña multitud.
Finalmente, la última visita antes de dirigirse a casa de Nicole fue contemplar el célebre e icónico Hollywood Sign, el gigantesco letrero con la palabra «Hollywood» sobre la montaña. Desde un mirador que había en un centro comercial junto al teatro Dolby llegaron a una pasarela, desde la que pudieron contemplar en la lejanía esas grandes letras que identificaban a la ciudad de Los Ángeles como ninguna otra atracción turística local.
Paula se percató de que, mientras que a los demás sólo les llevaba unos segundos admirar esas vistas, su madre permanecía un poco más de tiempo observando atentamente, tal vez reflexionando sobre lo cerca y, a la vez, lo lejos que estaba su sueño. Alargando la mano hacia la lejanía, Amalia habló para la confusa hija que la contemplaba y que en ese viaje estaba conociendo esas partes de ella que nunca le había mostrado hasta entonces.
—Hija, esto es lo más hermoso de Hollywood: esas enormes letras que se pueden ver desde todas partes de la ciudad y que siempre nos hacen soñar con que llegaremos a conquistarlas, un sueño que aún está muy lejos para muchos de nosotros. Pero algún día… —manifestó Amalia soñadoramente para acabar bajando la mano. Tras dejar de contemplar el paisaje, fijó los ojos en su hija y le dijo—: ¿Sabes, Paula? Hollywood tiene una parte hermosa, llena de glamur y grandeza, pero también otra terriblemente cruel. En esta enorme ciudad hay una gran diferencia entre la zona rica que podemos ver al norte y la zona pobre del sur. Es un lugar de enormes contrastes: aquí puedes contemplar algunas de las casas más lujosas del mundo, en Beverly Hills, y también puedes ver muchas familias sobreviviendo como buenamente pueden en los suburbios de South Central o mendigando en el Hollywood Boulevard. Las pandillas y los gánsteres que en ocasiones aparecen en las películas no son ficción ni una exageración, sino parte de la realidad que se esconde en algunas zonas de Los Ángeles. Y aunque hay lugares que pueden parecer bastante seguros durante el día, por la noche no lo son tanto. »A Nicole le costó mucho salir de uno de esos barrios —continuó Amalia —. Yo la conocí cuando me perdí un día en medio de uno de estos tours por la ciudad, en un lugar que no debía y en el momento más inoportuno. Tal vez, sin su guía y su intervención, mi carrera en Hollywood habría sido bastante más corta de lo que fue. »Hija, debes tener muchísimo cuidado en esta enorme ciudad, pero también debes aprovechar el momento de ir a por tus sueños para no arrepentirte el día de mañana por no haberlo intentado. Mientras estás aquí debes insistir para que alguien lea ese guion, Paula, porque es muy bueno. Productores, actores, directores…, tienes muchas posibilidades de hacer que llegue a buenas manos y, tal vez, al cine.
—¿Y cómo lo hago, mamá? ¿Lo fotocopio y lo dejo como lectura alternativa en los servicios de los estudios? ¿O me dedico a importunar a todo el mundo mandándoselo por correo con una carta hecha con letras recortadas de revistas como hacen los acosadores para que les presten atención? —ironizó Paula, que, aunque quería perseguir su sueño, nunca sería capaz de ser tan alocada como su madre para ir tras ellos.
—Mira tú por dónde que no son malas ideas, ya que, por lo menos, lo moverías por ahí. Paula: no puedes simplemente pretender que tus sueños se cumplan si no haces nada para intentar alcanzarlos.
—Mamá, la historia de mi guion aún no está terminada…
—Pues ya es hora de que la termines.
—Duele demasiado recordar a esos protagonistas que he abandonado por un tiempo.
—¿Y a qué hemos venido aquí, sino para que encuentres un final, tanto para la historia de tus protagonistas como para la tuya propia, cariño? Mañana vas a entrar en el plató con la seguridad que te da poseer el talento suficiente como para actuar en esa película, y vas a darle a ese hombre lo que se merece. Y mientras tú trabajas duramente en tu guion, nosotros te apoyaremos, ¿verdad, Romeo? —preguntó Amalia a su nieto, dirigiéndole una taimada mirada que hizo que éste se echara a temblar temiéndose lo peor.
Pero como él quería animar a su madre por encima de todo, finalmente asintió con la cabeza, concediendo su beneplácito a esa locura que empezaría cuando las cámaras comenzaran a grabar.
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