Cuando llegué a casa me encerré en mi habitación, y, apoyándome en la puerta, dejé salir finalmente mis lágrimas mientras me deslizaba hacia el suelo.
—¿Por qué te estás convirtiendo en tan buen actor? —murmuré, reconociendo para mí misma que, por unos momentos, había creído cada una de sus palabras—. ¿Por qué cada vez me cuesta menos creerte, a pesar de saber que solamente me engañas? —continué mientras repasaba el guion de Gustavo y encontraba en él cada una de las frases que Pedro me había dicho con tanto sentimiento—. ¿Por qué cada mentira que sale de tus labios puede sonar tan real? Y, sobre todo, ¿por qué soy tan estúpida de querer ser esa mujer que guardas en el corazón, cuando sé que en verdad no tienes de eso? —dije abandonándome finalmente a mi llanto.
Cuando me quedé seca de tanto llorar, cogiendo con decisión un rotulador, fui hacia el muro del callejón dispuesta a tachar las engañosas palabras de un pésimo actor. Pero cuando llegué no pude evitar leerlas una vez más, en voz alta: «Y sólo cuando la encuentre a ella, dejaré de actuar».
«¿Y cómo sabrá ella cuándo tiene ante sí al actor y cuándo al hombre real?», apunté finalmente junto a su frase en lugar de tacharla del muro, un muro sobre el que me dediqué a poner alguno más de mis «te odio» contra un hombre que, aunque yo gritara que mi corazón detestaba, aún me dolía demasiado como para que ese sentimiento en algún momento no hubiera sido amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario