Un mes después
—¡¿Cómo que si estoy embarazada?! ¿Qué clase de pregunta es ésa, mamá? —exclamó Paula mientras Amalia enarcaba una de sus impertinentes cejas desde su lugar en la mesa de la cocina, donde estaban desayunando, para luego ir alzando uno por uno sus aún más impertinentes dedos para revelar los motivos de su pregunta.
—Aumento de peso.
—Gracias, mamá, por decirme que estoy gorda.
—Aumento del tamaño de tus senos.
—Bueno, sí, han crecido un poco…, pero ¿no crees que ya era hora?
—Leve hinchazón abdominal.
—Eso sólo son gases.
—Retraso menstrual.
—Ya sabes que nunca he sido como un reloj y que mi ciclo está un poco loco.
—Deseos alimentarios estrafalarios, también llamados «antojos».
—¡Vamos, mamá! Que me apetezca desayunar pepinillos no significa nada…
—Ajá —dijo Amalia mientras cogía una taza del fuerte café que últimamente su hija no podía soportar y lo pasaba bajo su inquisitiva nariz para tener la última palabra a la vez que le señalaba—: Aversión a los olores fuertes.
—Eso no signif… —y, antes de que terminara de replicar las locas ideas de su madre, Paula salió corriendo disparada hacia el cuarto de baño para vaciar su estómago.
—Y, por último, náuseas y vómitos —señaló Amalia mientras miraba a su hija desde la puerta del cuarto de baño, disfrutando aún de su café.
Como Amalia ya había pasado por eso, sabía lo que vendría a continuación: la negación, las quejas, los llantos, las maldiciones y, por último, el miedo. Aunque su hija prefirió comenzar el proceso de otra manera.
—¡Hijo de…! ¡Bluagh…! ¡Cabrón! ¡Bluagh…!
Resignada a que Paula cometiera los mismos errores que ella, Amalia tiró el resto de su café por el lavabo y se acercó a la niña que, cuando apenas había comenzado a crecer y a extender sus alas para buscar sus sueños, la vida se las cortaba. Una vez que Paula dejó de maldecir, abrazada al inodoro tan patéticamente como la misma Amalia hizo en una ocasión, buscó los ojos de su madre con miedo.
—Dime que sólo son gases…
—O tal vez podría ser un virus intestinal… —manifestó Amalia, exponiendo ante su hija una de las tantas excusas que ella se había dado a sí misma años atrás antes de darse cuenta de su estado. Y, como su hija era bastante más lista que ella, pronto se percató de que esas palabras eran únicamente para tranquilizarla y que se evadiera por un momento de la realidad.
—¡Mierda! Estoy embarazada, ¿verdad?
—Lo primero que haremos mañana será ir al médico para confirmarlo o descartarlo. Luego, según sea el resultado, ya nos ocuparemos de todo lo demás.
—Mamá…, ¿y qué hago con mis sueños de ser guionista? Apenas he comenzado el camino hacia mi meta y éste sólo era mi primer año en la universidad… Yo… ¡no sé qué hacer! —declaró Paula llorando desesperaba, dejándose abrazar por la madre a la que nunca había podido comprender bien. Hasta ese momento.
—Lo que pasa con esos grandes sueños es que, en ocasiones, mientras intentamos alcanzarlos, en nuestro camino se cruzan algunos obstáculos. La mayoría de ellos logramos esquivarlos, pero hay algunos con los que chocaremos una y otra vez. Para tu desgracia, al igual que me pasó a mí, ese obstáculo es el amor por un hombre inadecuado… Y es que, si te enamoras de un actor, sus «te quiero» pueden llegar a parecer muy reales, incluso cuando son mentira, ¿verdad?
Los sollozos desconsolados de su hija le mostraron a Amalia que tenía razón. Y, mientras abrazaba a Paula con cariño para darle esas fuerzas que en ocasiones el amor nos arrebataba, le confesó algo.
—A pesar de las lágrimas que he derramado, de todo lo que he dejado atrás, de lo mucho que he pasado y de que me aún me duela el corazón cada vez que lo recuerdo…, nunca me arrepentiré de haberlo amado, porque él me dio una razón para levantarme una y otra vez: tú —dijo mientras se levantaba del suelo y le tendía la mano a su hija para que ella hiciera lo mismo, pues, aunque a Paula se lo pareciera en ese momento, su sueño no se había roto, sino que tan sólo se encontraba un poco más lejos y simplemente debería buscar otro camino para llegar hasta él.
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