jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 47

 


Que un actor llegara tarde a un casting era un pecado terrible, pero que lo hiciera uno de los jueces que tenían que realizarlos era algo imperdonable.


Mientras varias de las famosas estrellas con las que me encontraba protestaban indignadas, yo permanecía callado porque sabía que, por más que uno se quejara, no podía hacer para nada para cambiar el carácter de ese maldito pelirrojo cuyo hobby era fastidiar a todos.


Mi amistad con Gustavo había seguido con el paso de los años. Mientras él triunfaba como escritor, yo lo hacía como actor y ambos continuábamos importunándonos a pesar de la distancia o de lo ocupados que estuviéramos.


Una vez al año siempre nos reuníamos en su casa de Escocia, donde, escondidos de la fama, volvíamos a ser simplemente nosotros mismos.


Al tiempo que yo había triunfado gracias a esas películas que tanto detestaba, el cabrón de mi amigo lo había hecho mediante unos personajes que se había inventado basados por completo en mí y en la mujer a la que una vez amé. Las aventuras que vivían, sus profesiones y otros detalles no coincidían con nosotros, pero el carácter del protagonista de esas malditas novelas era idéntico al mío, mientras que la mujer a la que éste amaba se parecía mucho a Paula, tanto que yo no podía ignorarlo. Y, para fastidiarme aún más, el muy condenado no había escrito un final feliz para ellos, sino que los protagonistas, al igual que nosotros en la vida real, se separaban y se acercaban en varias ocasiones.


En cuanto comencé a leer el primer libro que ese fastidioso pelirrojo me envió, me quedó claro que ese personaje tan bien definido era yo. No lo terminé, y acabé colocando su obra debajo del viejo sillón de mi padre, que cojeaba, encontrando el lugar perfecto para él. Por supuesto, cuando Gustavo me preguntó qué me había parecido su libro, le mandé una foto del lugar privilegiado que ocupaba en mi hogar, ante lo que él no tardó en enviarme otra mostrándome el espacio que ocupaban mis melosas películas en el suyo: los DVD de mis películas colgaban como un adorno en su porche para espantar a los pájaros.


El muy condenado de Gustavo, como si quisiera mandarme un mensaje indicándome lo que tenía que hacer con mi vida en vez de quejarme por lo que había perdido, había seguido separando cruelmente a la pareja de su historia, haciendo sus novelas cada vez más famosas. Esa interminable historia de amor había dado para siete libros, y, a pesar de que Gustavo se había resistido durante dos años a darle un final, tal vez porque sabía que yo aún no había hallado el de la mía, definitivamente había puesto punto y final a su saga un año atrás.


Irónicamente, la conclusión de su historia no se debió a que yo hubiera encontrado un final feliz para la mía, sino porque, contra todo pronóstico, ese irascible pelirrojo se había enamorado y, tal vez, después de vivir lo que podía llegar a doler el amor, quiso poner fin a mi sufrimiento.


Antes de que mi representante me hiciera llegar el guion para participar en el casting de esa película, yo ya lo había recibido de parte de un irascible pelirrojo que me retaba a ser yo mismo. Y mientras Felicitas, que sólo conocía mi cara falsa, se preocupaba porque el protagonista era bastante distinto de mí y tal vez yo no pudiera interpretarlo adecuadamente en la gran pantalla, el fastidioso pelirrojo que me conocía demasiado bien me había retado a quitarme la máscara delante de todos. Y yo, recogiendo el guante, allí estaba, esperando interpretar el papel protagonista que ya me sabía de memoria porque, simple y llanamente, estaba escrito para mí.


En cuanto Gustavo llegó al lugar, no accedió a la habitación en la que se celebraría la selección por una puerta trasera, sino que, pasando por en medio de la sala de espera, comenzó a señalar con el dedo a cada uno de los actores que se habían presentado a las pruebas. Sin saber que estaban siendo descartados, éstos sonreían alegremente mientras Gustavo murmuraba los defectos que veía en ellos para interpretar a su personaje. Finalmente, cuando llegó junto a mí, me saludó más efusivamente que nunca, atrayendo todas las miradas hacia nosotros y provocando cuchicheos y comentarios por toda la sala. Unos instantes después, cuando se alejaba hacia la habitación a la que todos los actores temíamos, algunos de mis rivales se enfrentaron a mí con envidia.


—Siendo amigo del escritor, seguro que lo tienes más fácil —apuntó un novato, haciendo que pusiera los ojos en blanco.


—Si conocieras un poco a Gustavo, te aseguro que no dirías eso.


—¡Venga ya! Seguro que esto está amañado y el papel protagonista ya está decidido de antemano para ti… —comenzó a quejarse otro actor un poco más famoso, encontrando eco en todas las demás voces que empezaron a alzarse.


Y, como si Gustavo supiera el escándalo que había iniciado y estuviera orgulloso de ello, una vez que llegó a la puerta de la sala donde se celebrarían las audiencias, se apoyó en ella y, mirándome con malicia, me señaló como a todos los demás mientras anunciaba en voz alta en lugar de en susurros como al resto:

—Demasiado falso como enamorado.


Después del rechazo de Gustavo, todos los rumores se apagaron y los actores me miraron extrañados al sospechar que ese inquisitivo dedo que los había señalado momentos antes no los había elegido, sino descartado.


—¿Qué significa eso? —preguntó uno de los sorprendidos candidatos, queriendo confirmar sus dudas.


Y yo, llevándome las manos a la cabeza mientras recordaba mis años de universidad, contesté:

—Que, por ahora, todos estamos descartados.


Mientras los demás actores empezaban a preocuparse y a ponerse nerviosos, yo simplemente me dirigí a la máquina expendedora mientras me preparaba mentalmente para el casting más difícil de mi vida, en el que, al contrario de lo que los demás pensaran, no tenía ningún privilegio y rezaba para que el mal humor de Gustavo sólo se debiera a que tenía hambre y todo se solucionara con una chocolatina.



No hay comentarios:

Publicar un comentario