—¡Pedro es un cabrón y ahora tengo pruebas irrefutables de ello! — exclamó Paula nerviosa mientras salía precipitadamente del apartamento seguida por Amalia—. ¿Cómo pudiste ayudar a Romeo a llegar hasta él? — le recriminó a su madre, sabiendo que ésa era la única manera en la que su hijo podría haber llegado al apartamento de su padre.
—No sabes lo convincente que puede ser ese crío en algunas ocasiones —dijo Amalia mientras recordaba al chantajista de su nieto y las amenazas de contarle a su madre quién era Bruno Baker.
—Pedro está reteniendo a Romeo en contra de su voluntad.
—¿A Romeo?
—Sí.
—¿En contra de su voluntad? —repitió Amalia, dirigiéndole a su hija una mirada escéptica, ya que conocía muy bien lo taimado que podía ser su nieto.
—¡Sí! —afirmó tajantemente Paula mientras cogía prestado el coche de Nicole para conducir hacia donde se encontraba su hijo—. ¡En estos momentos mi pequeño debe de estar muy asustado! ¡Y a saber lo que le estará haciendo ese hombre…, o lo que le estará contando sobre mí! — prosiguió Paula, divagando preocupada.
Y como Amalia no quería interrumpir su concentración al volante, se calló todas las protestas que tenía para recordarle que Romeo era un diablillo muy astuto y un manipulador nato. Sin duda, muy parecido a su padre.
Cuando llegaron a su destino, pararon en un parking cercano y observaron cómo la prensa rodeaba el lujoso edificio de apartamentos mientras Lidia Shane, la actriz principal que coprotagonizaba junto a Pedro su película, se pronunciaba a sus puertas, inventando todos los momentos de una noche que ella nunca había vivido con el afamado actor.
—¿Has pensado cómo entraremos en ese lugar? —preguntó Amalia, sabiendo que en esta ocasión la idea de las exploradoras a ellas no les serviría, ya que estaban bastante creciditas.
—Sí, tu amiga Nicole me ha ayudado dándome todo lo que necesito para pasar desapercibida en este lujoso lugar —anunció Paula, señalando los aparejos de limpieza que Nicole guardaba en el maletero de su coche. Luego, sacando unos feos monos azules de limpieza, le pasó uno a su madre.
—Estás loca si piensas que me voy a poner eso…
—¡Te lo vas a poner porque eres la única responsable de que Romeo esté en manos de ese desaprensivo! ¡Ah, y fuera maquillaje!
—Lo haces para castigarme, ¿verdad?
—No, lo hago para llegar hasta mi hijo, y te necesito para que me ayudes a cuidar de él e impedir que nadie me lo arrebate.
—Trae eso acá —dijo Amalia, cediendo a los requerimientos de Paula cuando contempló el rostro preocupado de su hija y las lágrimas que comenzaban a aparecer en él.
Tras cambiarse en el interior del coche, ambas cubrieron sus cabellos con un insulso pañuelo. Y, desprendiéndose del maquillaje y las joyas, cogieron los útiles de limpieza del maletero dando comienzo a su pequeña actuación, una que Paula había interpretado toda su vida, con la que su presencia pasaba desapercibida a ojos de todos aunque, como en esta ocasión la interpretaba junto a su escandalosa madre, no pasó tan inadvertida como podía imaginar.
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