jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 113

 


Cuando Pedro se presentó en el plató a la mañana siguiente, no tuvo que recorrer dos veces con la mirada el lugar para saber que Paula había desaparecido y se había marchado. Tal vez para siempre.


El bullicioso Romeo, que correteaba siempre por todas partes encandilándolos a todos, no se encontraba allí haciendo que las chicas se agruparan a su alrededor para darle algún caramelo. La escandalosa Amalia, que solía coquetear con el director, mejorando o empeorando su humor según a ella le apeteciera, había desaparecido dejando en su lugar a un hombre taciturno que se veía tan perdido como él. Y su alegre Paula, que se movía de un lugar a otro incansablemente, tratando de que las personas indicadas le echaran un vistazo a su guion, brillando más que ninguna estrella de Hollywood con su simple sonrisa, había abandonado el lugar, dejando un oscuro vacío en su corazón.


Pedro había perdido tanto… y aun así tenía que seguir actuando ante los demás y ante sí mismo porque ése era su trabajo.


Los días dieron paso a las semanas; las semanas, a los meses. Y él continuó sin saber qué hacer, así que, simplemente, seguía actuando porque, cuando dejaba de hacerlo, recordaba el patético hombre que era y se derrumbaba.


Finalmente, uno de esos días en los que no pudo seguir manteniendo su fachada de hombre encantador y continuar fingiendo ante todos, se encerró en su apartamento y sus manos se toparon con un olvidado guion que comenzó a leer, esta vez desde el principio y con toda su atención, tratando de comprender esa historia.


Cuando lo terminó, todo estaba decidido. Sin ninguna duda, él era el actor más adecuado para protagonizar esa historia y no había nadie que pudiera arrebatarle ese papel, ya que había decidido hacer una última actuación para Paula en la que, esta vez, le mostraría todo su potencial.


Sin saber a quién más acudir para que lo ayudara, Pedro habló con ese molesto pelirrojo que, desde que Paula se había ido, solamente sabía fulminarlo con la mirada, y le pidió una vez más esa ayuda que él siempre le prestaba cuando más la necesitaba.


—Gustavo, necesito hacer ese papel.


—¡Al fin lo has leído! ¡Ya era hora! —exclamó él sin preguntar de qué papel se trataba porque, seguramente y como siempre, ese insufrible pelirrojo ya sabía cuál debía ser el siguiente paso que Pedro tendría que dar en su historia de amor—. No te preocupes. Si no recuerdo mal, la víbora no para de jactarse de que ese papel ya es tuyo. Ahora sólo tienes que terminar mi película y prepararte para tu gran escena de amor. Yo te ayudaré a convencer a los productores de que escojan al equipo adecuado, incluido el director. De hecho, tengo uno en mente que no se podrá negar…


—¿Sabes que tu película me llevará cerca de un año de rodaje y no sé si Paula me esperará tanto? Además, necesito que la traigas aquí cuando comencemos a grabar la primera escena de su obra.


—¿Por qué no intentas hablar con tu hijo para que espíe a su madre? ¡Incluso, quién sabe, quizá interceda por ti, ablandándola un poco!


—No creo que sea buena idea. Creo que Romeo me odia.


—¿En qué te basas para decir eso?


—Pues, para empezar, están esas conversaciones que mantenemos por teléfono, en las que solamente me contesta con monosílabos, las imágenes de su trasero con las que me responde cuando le pido una fotografía y los progresos en sus clases de informática, que lo han llevado a crear junto a su abuela un grupo de Facebook, conmigo como tema principal, que se llama «Todos odiamos a Pedro Alfonso».


—Bueno, por lo menos piensa en ti. ¿Y qué tal si tratas con Bruno Baker? Tal vez él se lleve mejor con su nieto.


—No, su otro grupo en Facebook es «¡Bruno Baker apesta!».


—¡Mierda, ya se me ha adelantado…! Bueno, voy a echarles un vistazo a esos grupos y a solicitarles amistad para poder seguirlos.


—¡Eh! ¿Piensas ayudarme o divertirte a mi costa?


—Pues, mira, si puedo conseguir las dos cosas, mejor para mí…


—Gustavo, ¿crees que esta historia acabará bien? —preguntó Pedrocon miedo a fallar una vez más en su historia de amor.


Pero, como siempre hacía, el pelirrojo le señaló:

—Eso dependerá de lo mucho que arriesgues en esta ocasión.


—Esta vez estoy dispuesto a todo —repuso él, más decidido que nunca.


—Entonces ésa es una actuación que no me puedo perder porque, siendo tú, seguro que será digna de admirar.





No hay comentarios:

Publicar un comentario