jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 77

 


La vergüenza que había sentido al entrar por la puerta de esa extravagante fiesta ataviada con ese vestido tan terriblemente ceñido que daba la sensación de que no llevaba nada había desaparecido bajo la copa de un caro champán que me ofreció un desconocido.


Franco era el sueño de cualquier mujer: un hombre guapo, seductor y encantador, del cual se podía adivinar que poseía una parte peligrosa al contemplar el pendiente de su oreja o los tatuajes de sus brazos, que tentaban a caer en el pecado. Y mientras lo observaba mirar el guion que tenía entre las manos, aparentemente igual de interesado en él que en mí, me preguntaba por qué no podía atraerme. Por qué no se me aceleraba el corazón. Para mi desgracia, eso sólo lo conseguía un hombre, justamente el que había vuelto a olvidarse de mí.


Cuando me arreglé para esa fiesta no me permití pensar en Pedro.


Disfruté de ver a mi madre y a su amiga sacando de mí ese brillo que ella siempre me decía que escondía, y luego entré por la puerta decidida a hacerme notar, tanto a mí como a mi guion, pero no fui consciente de que eso sólo había sido una excusa con la que me había engañado a mí misma hasta que Felicitas me comunicó que Pedro no estaba allí. En ese momento la decepción tomó el mando, yo dejé de buscarlo con la mirada y mi sonrisa se apagó.


Escudándome en el guion que contaba mi propia historia, busqué a alguien que me escuchara, que leyera lo que llevaba en el corazón. Tal vez si alguien hiciera una película de mi patética historia, él, algún día, podría llegar a verla e incluso a interpretarla, siendo al fin el protagonista de su propia historia de amor. Pero Pedro no estaba allí.


Entre los brazos de un desconocido que me adulaba con falsas palabras, me dejé guiar hacia un lugar más íntimo y más cómodo. Y mientras mis pasos seguían a ese hombre sin rechistar, mi mente me gritaba que todo estaba mal, que ésos no eran los brazos que debían abrazarme, que esas palabras que elogiaban mi belleza no eran las que yo quería escuchar, y que el hombre que tenía a mi lado no era el que debería estar junto a mí.


Cuando llegamos a una habitación vacía quise huir, pero mi cuerpo no me obedeció. Y ese hombre en el que había confiado ingenuamente me condujo hacia el interior, llevándome hasta una cama en la que yo no quería estar junto a él.


Mirándolo con odio allí tumbada, observé cómo se desprendía de su camisa mientras yo intentaba arrastrarme lo más lejos posible de él, pero mi cuerpo apenas me obedecía y parecía pesar toneladas.


—¿Adónde vas? ¿Acaso no sabes lo que tiene que dar una chica como tú para triunfar en Hollywood? —inquirió Franco divertido mientras me atrapaba del tobillo sin piedad y me arrastraba hacia él.


En el momento en el que me agarró entre sus brazos intenté forcejear con él, pero mis golpes eran tan débiles que sólo lo hacían reír.


Manejándome como a una muñeca rota, me desprendió fácilmente de mi vestido, tras lo que se tumbó junto a mí en la cama. En ese instante sólo fui capaz de llorar por unas caricias ante las que mi cuerpo respondía, pero que yo no deseaba.


—Vamos, preciosa: la droga que te he dado no tardará en hacer efecto, y te aseguro que entonces no podrás despegarte de mí. De hecho, creo que te haré rogar por mis caricias —anunció Franco. Y, tras limpiar mis lágrimas, me besó mientras sacaba con su móvil unas fotografías de una noche que yo nunca desearía recordar.


Con las pocas fuerzas que me quedaban, le mordí la lengua, consiguiendo que se alejara para aclararle por qué nunca suplicaría por sus caricias.


—Yo nunca desearé que me toques, porque tú no eres el hombre que amo —le dije desafiante, sintiéndome impotente al no poder alejarme de él.


Franco podría haberme golpeado como el típico villano de película, o acallado mis palabras amordazándome, pero, para mi asombro, se limitó a suspirar con frustración, como si el papel que estaba desempeñando no le gustara. Entonces se sentó a mi lado para comentarme, mientras me dedicaba una cínica sonrisa, lo que pensaba de mí y de mi estupidez.


—¿Estás tan segura de ese hombre? ¿Crees de verdad que vendrá a salvarte en el último momento? ¡Pero, por Dios, qué inocente eres! Pedro Alfonso, ese famoso y maravilloso actor, en estos precisos instantes debe de estar en otra escandalosa fiesta como ésta, rodeado de bellezas. »Los finales felices solamente existen en las películas, a ver si aprendes que en la vida real no se dan ese tipo de escenas. Pero juguemos un rato mientras esa droga te hace desearme: vamos a esperar a ver si aparece tu príncipe azul, y, mientras tú apuestas por tu final feliz, yo lo haré por otro en esta cama.


Sus palabras y mi impotencia para moverme me hicieron llorar más, ante lo que Franco continuó:

—Y dime, ¿cómo podrías entretenerme mientras espero? —preguntó recorriendo lascivamente mi cuerpo. Pero, al contrario que sus ojos, sus manos se comportaron educadamente, limpiaron mis lágrimas y, tras vislumbrar en ese hombre un poco de arrepentimiento, algo que un villano nunca tendría, supe cómo podría ganar tiempo, si bien tal vez no para que me salvaran, cosa que no esperaba porque eso era la vida real, tal y como Franco había dicho, sí para hacerlo por mí misma, creando un final alternativo a esa trágica historia que otros habían escrito por mí y que yo me negaba a representar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario