jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 25

 


—«¿Por qué has tenido que cambiar tanto? ¿Por qué has tenido que volverte tan hermosa y hacer que otros ojos se fijen en ti, si yo era el único que quería egoístamente conocer esa parte de ti? Ahora, muchos hombres se te acercan sin verte de verdad y yo, que soy el único que te conoce en realidad, soy el único al que rechazas…» —dije representando el nuevo guion que Gustavo había puesto en mis manos, como si él conociera cada uno de los sentimientos que guardaba en mi interior.


Paula no sintió nada ante las palabras que salían de mi boca, aunque fueran ciertas, e, ignorándome, puso los ojos en blanco como si estuviera cansada de escucharme. Luego, mientras yo seguía intentando llegar hasta ella, se miró las uñas mientras silbaba una canción, se retocó el pelo, se arregló el maquillaje utilizando un espejito que colocó de modo insultante en una de mis manos, tendida pidiéndole una oportunidad y, cuando terminó con todo eso y yo pensaba que por fin me escucharía, sacó un papel con el que se ocultó de mí y que, al acercarme a ella para que no pudiera ignorarme, tuvo el atrevimiento de apoyar sobre mi frente para hacer la lista de la compra.


—¿Has acabado ya? —preguntó Paula cuando me quité furiosamente ese papel de encima y lo arrugué.


Sintiéndome frustrado, fui más allá del guion que Gustavo había colocado entre mis manos, y, poniendo como excusa mi actuación, le reclamé todo lo que nunca me atrevería a decirle fuera de ese ensayo.


—¿Sabes lo que siento cada vez que te veo rodeada de hombres que te devoran con la mirada? —dije mientras arrojaba el guion que tenía entre las manos al suelo para luego pasar a retenerla frente a mí para que me viera y oyera cada una de mis palabras—. Celos, ese estúpido sentimiento que nunca experimenté por ninguna mujer y del que, en su momento, dije despreocupadamente que sólo los hombres débiles mostraban. Sin embargo, hoy me queman por dentro —confesé atrayendo al fin su atención—. No sé cuándo te metiste bajo mi piel y me hiciste verte sólo a ti, pero ahora no puedo dejar de admirarte, y no soporto que lo hagan otros —continué cogiendo su sorprendido rostro entre las manos—. A cada instante tengo que retener mis ganas de besarte delante de todos para reclamar que eres mía… —declaré mientras acariciaba su dulce labio con un dedo—, tengo que contenerme para no golpear a esos hombres que ahora se te acercan; tengo que recordar que sólo yo he sentido la dulzura de tus besos… — continué, muy cerca de sus labios, sin llegar a darle ese beso que, sin duda, ella rechazaría—, la ternura de unas caricias que ahora me niegas… —le recordé mientras con una mano rozaba levemente la desnuda piel de su hombro, tan sólo para que no me olvidara— y el ardor de un cuerpo que solamente ha conocido la pasión con un hombre… —susurré sensualmente a su oído, acercándome íntimamente a ella para que recordara esa noche que yo no podía olvidar—, y ese hombre soy yo —concluí queriendo dejarle claro que no podría olvidarme aunque lo intentase.


Mis palabras, al contrario que en las escenas de amor, no parecieron ser las acertadas, ya que ella me alejó. Y, mientras en una película me habría ganado una bofetada por mi insolencia, en la vida real hizo algo que me dolió mucho más.


—No me creo ninguna de tus palabras. Sigues siendo un pésimo actor — manifestó Paula como si mi amor le resultara indiferente, así que tuve que refugiarme de nuevo en la actuación y el fingimiento para que no me hiciera más daño.


—Pues todas las demás mujeres que he llevado a mi cama no tienen ningún problema en creer en ellas. De hecho, creo que un día tú también llegaste a creerme, ¿verdad, Paula? —pregunté irónicamente con una sarcástica sonrisa asomando a mi rostro, convirtiéndome en un canalla al querer hacerle tanto daño como el que ella me hacía a mí.


Esta vez mis palabras sí se ganaron una fuerte bofetada, permitiéndome comprobar que ella aún sentía algo por mí, aunque sólo fuera odio.


—¡Entonces búscate a otra para esa patética actuación que intentas hacer del amor! —exclamó mientras renunciaba a todo y ponía fin a nuestra escena y, tal vez, a nuestra historia de amor.


Paula se alejó corriendo de mí, con lo que Gustavo intentó ir detrás de ella, quizá para darme una nueva oportunidad de recuperar lo que había perdido. Y yo, tan estúpido como siempre, únicamente cuando me quedé solo ante la cámara pude decir la verdad:

—No puedo buscarme a otra que represente ese papel porque me he enamorado de ti como un idiota…





No hay comentarios:

Publicar un comentario