jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 97

 


—¿Cómo puedes decir que ese hombre está solo, Romeo? —inquirió Amalia furiosa mientras fulminaba a Bruno con la mirada y, de paso, también al falso actor del que se había enamorado su hija—. Está rodeado de bellezas que sólo halagan su ego.


—Sí, pero ¿acaso alguna de esas mujeres lo conoce de verdad? — respondió Romeo a su abuela, recordándole lo falsos que podía llegar a ser los actores.


—Ése no es mi problema, no pienso hacer las paces con ese hombre después de todo el daño que me ha hecho —declaró Amalia mientras se dirigía hacia uno de los camerinos vacíos para que los curiosos oídos que rondaban por el plató no oyeran más de los secretos que guardaba su vieja historia de amor—. Es un hombre egoísta, cobarde, falso y…


—Me pregunto por qué solamente tú lo conoces tan bien, abuela… — manifestó Romeo mientras cerraba la puerta para enfrentarse con ella, intentando darles a los perdidos hombres de su familia una oportunidad.


—No me voy a dejar engatusar por tus palabras, Romeo. Si quieres interceder para juntar a tus padres, me parece perfecto y yo te ayudaré, porque ellos se merecen un final feliz en su historia de amor, pero la mía terminó hace mucho tiempo.


—Pero, abuela, ¿es que tú no mereces un final feliz también?


—Ya lo tengo, hijo: os tengo a ti y a tu madre, y eso siempre me ha hecho feliz.


—Sí…, qué pena que mi abuelo no haya encontrado su felicidad y esté siempre tan solo.


—¿Solo, Romeo? ¡Pero si siempre está sonriendo felizmente a todos mientras no deja de coquetear y…!


—No, abuela: siempre está desempeñando el papel que ha aprendido a interpretar en Hollywood para que nadie vea que está solo. Cuando fui a ver a mi padre y lo conocí, él no era como yo pensaba, ni mi abuelo tampoco, pero lo que ninguno de los dos pudo esconder de mí fue la soledad que los envolvía. A pesar de estar siempre rodeados de gente, nadie ve lo solos que están cuando las cámaras se apagan y su actuación termina.


—El defecto de esos hombres es que nunca dejan de actuar.


—Sí lo hacen, abuela. Mi abuelo lo hace cada vez que está delante de ti, y mi padre pierde el pie de su actuación cuando ve a mi madre, esté ella en escena o no.


—Romeo, esa soledad que siente tu abuelo se la buscó él mismo cuando no vino a por mí. Me perdió en el momento en el que decidió que no valía lo suficiente como para dejar de lado su carrera por unos momentos y demostrarme cuánto me amaba el hombre, y no el actor.


Tras pronunciar esas frías palabras que le hacían tanto daño al recordar esos momentos en los que ella necesitó al hombre que amaba pero ante los que tan sólo encontró a una lejana e inalcanzable estrella, Amalia sintió unos brazos que la rodeaban y una dulce voz que intentaba conseguir algo imposible para un corazón roto.


—Y ahora que he dejado de actuar, ¿qué tengo que hacer para recuperarte? —preguntó Bruno, mostrándole que había escuchado parte de esa conversación privada.


—Tu actuación ha terminado demasiado tarde para que haya un final feliz en nuestra historia, Bruno. Y más vale que dejes de representar el personaje de padre sobreprotector en esta historia, porque no te has ganado ese derecho —declaró Amalia, volviéndose para enfrentarse a Bruno mientras recordaba todo el daño que le había hecho ese hombre.


—Amalia, quiero una oportunidad. Sé que no la merezco, pero la quiero: quiero que mi hija sepa quién soy, quiero poder acercarme a ella como algo más que como un desconocido al que admira, quiero recuperar un poco del tiempo que he perdido a su lado por necio, y quiero estar a tu lado para recuperar el nuestro.


—No, Paula es mi hija, no hay un «nuestro» en esta ecuación. Ella no necesita saber quién es su padre, ha vivido muy bien sin saberlo durante todos estos años y no me ha preguntado por ti ni una sola vez. Saber quién es su padre no es algo que le quite el sueño —mintió descaradamente Amalia sólo para hacer sufrir a ese hombre con su declaración tanto como ella había sufrido con su ausencia.


Después de sus firmes palabras, Bruno agachó la cabeza dolorido, guardando silencio, tal vez porque no tenía nada que decir. Y, a pesar de que en el pasado Amalia pensó que disfrutaría al ver su sufrimiento, éste no la contentó en absoluto.


Decidida a alejarse del daño que había causado, Amalia cogió la mano de Romeo y se encaminó hacia la entreabierta puerta del camerino para huir de Bruno. Pero cuando la abrió del todo encontró ante ella los acusadores ojos de su hija, que, con sus lágrimas, le demostraban que Bruno no era al único al que había hecho daño con sus palabras.


—Paula, puedo explicártelo todo: yo… —comenzó Amalia suplicante, dirigiendo una mano hacia su hija. Una mano que ella apartó.


—¿Por qué has guardado silencio si sabías lo importante que era para mí conocer a mi padre? Ibas a permitir que estuviera tan cerca de él sin saber quién era…


—Paula, yo…


—¡No! ¡Esta vez no quiero escuchar tus excusas, mamá! ¡Él pudo haberte hecho daño a ti, pero tú me lo has hecho a mí al guardar silencio! — exclamó intentando huir de su madre.


—¡Mamá! —gritó Romeo, deseando detener sus precipitados pasos mientras le recordaba su presencia.


Cogiendo fuertemente la temblorosa mano de su abuela, Romeo intentó imbuirse del valor que había perdido ante la acusadora mirada que su madre le dirigió.


—¿Tú lo sabías, Romeo? —preguntó Paula, sintiéndose traicionada.


Y cuando la respuesta de su hijo fue esquivar su mirada, ella cerró los ojos sintiendo que una nueva herida se abría en su corazón. Sin esperar a oír la traicionera respuesta que le haría más daño, Paula salió corriendo ciegamente por los pasillos del plató para, sin apenas percatarse, caer en los brazos del hombre al que había intentado esquivar durante toda la mañana, pero cuyos brazos necesitaba en esos momentos.


—¿Qué te ocurre, amor? —preguntó Pedro, haciendo que sus cálidas palabras parecieran tan reales que ella quiso creer que en esta ocasión eran verdad.


—Yo… te necesito —respondió mientras se aferraba a esos fuertes brazos que querían protegerla de todo.


—Les diré a tu madre y a Romeo que pasarás la noche en mi apartamento y…


—¡No! No quiero hablar con nadie —declaró Paula llorosa mientras escondía las lágrimas en su pecho. Y, sin necesidad de palabras, el único hombre que la conocía mejor que ella misma le dio lo que necesitaba.


Los acelerados pasos de unos escandalosos tacones que siempre reconocería, acompañados de otros pasos más serenos, le hicieron saber a Paula que todos los personajes importantes de esa escena habían llegado junto a ella, aun así, no quiso dar la cara en esa situación.


—Paula se quedará conmigo hoy —oyó pronunciar a Pedro con firmeza, enfrentándose a las posibles protestas de su presencia en su vida—. No te preocupes, Romeo: tu madre estará bien, tú quédate con tu abuela. Creo que a ella le hace falta que estés a su lado en estos momentos —indicó con una voz más calmada y dulce, haciéndole saber que con su infantil comportamiento Paula le estaba haciendo daño a su hijo.


Pero en esos instantes ella no quería ser una madre o una mujer racional, sino la débil persona que se permitía gritar su dolor entre los brazos que la consolaban. Mañana volvería a ser fuerte, pero hoy sólo quería llorar.


Pedro escondió su dolor de todos y la llevó hacia la salida con un paso pausado que le permitió oír que Paula no era la única que sufría en esa historia.


—He perdido tantas cosas en mi vida por tu culpa, Bruno… Te he odiado tanto que no sé si alguna vez llegaré a borrar todo el dolor que has dejado en mi corazón. Pero si pierdo a mi hija por tu culpa…, eso es algo que nunca te perdonaré.




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