jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 79

 


Paula tenía ante ella a su hombre de ensueño, al único que la hacía sentir viva, al único al que había entregado una y otra vez su corazón, pese a que éste siempre acabara hecho pedazos. Sin duda, todo se trataba de una ilusión porque, al contrario de lo que ocurría en la realidad, Pedro había llegado en el momento preciso para salvarla y, desprendiéndose de la máscara que siempre permanecía en su rostro, había sacado a relucir una ira, unos celos y una pasión hacia ella que no había mostrado con anterioridad.


A pesar de que había deseado a Pedro, en cuanto volvieron a verse, Paula pudo resistirse a él después de ese tórrido encuentro en el aseo de señoras porque también lo odiaba por todo el daño que le había hecho y todas las mentiras que era incapaz de olvidar. Pero sus defensas se resquebrajaron en cuanto tuvo ante ella, no a ese perfecto y brillante actor que encandilaba a todos, sino al hombre imperfecto que sólo se mostraba más humano cuando estaba a su lado.


Decidida a sucumbir al placer que le ofrecía ese sueño, Paula no pensaba dejarlo escapar. Así que, sin importarle que no fuera ni el momento ni el lugar, se echó en sus brazos resuelta a que dejara de lado su eterno papel de hombre perfecto y fuera simplemente el hombre perdidamente enamorado que sólo ella había visto en el pasado.


Dispuesta a seducirlo, se deshizo de la camisa con la que él pretendía cubrir su desnudo cuerpo, y, de rodillas sobre la cama, trató de desabrochar los pantalones de un hombre que no la acompañaba entre las sábanas, sino que permanecía de pie frente a ella, intentando comportarse como todo un caballero.


En medio de la neblina del ensueño que la rodeaba, Paula notó que el inoportuno amigo de Pedro y el villano de esa historia desaparecían de la habitación y, aunque se habían quedado a solas, Pedro intentó resistirse a ella y no caer en la tentación, ya que, reteniéndole las manos entre las suyas, negó con la cabeza mientras le susurraba:

—No, Paula: ésta no eres tú —manifestó tratando de hacerla entrar en razón.


Sin embargo, eso no era lo que Paula deseaba en esos instantes.


—¡Oh, sí! Ésta sí soy yo… —repuso más decidida que nunca a hacerse con sus pantalones.


—Paula, estás drogada, y si haces algo conmigo, posiblemente te arrepentirás de ello mañana —declaró Pedro mientras volvía a apartarle las atrevidas manos de su bragueta para retenerlas entre las suyas.


Mirando con decisión al hombre que pretendía arrebatarle ese momento de ensueño, Paula abandonó las gentiles manos que intentaban calmarla y lo cogió de la corbata para atraerlo hacia sí y confesarle cuán decidida estaba a caer nuevamente entre sus brazos, aunque sólo fuera por una noche.


—Siempre me arrepiento de lo que hago contigo, Pedro, pero mientras llegan los remordimientos, pienso disfrutar de este instante todo lo que pueda.


—Vas a odiarme —dijo él, intentando resistirse a sus encantos.


—Ya te odio —replicó Paula con una cínica sonrisa—, y aun así no puedo resistirme a ti —concluyó mientras tiraba de nuevo de su corbata y le daba un beso que lo llevara a olvidarse de esa imagen de hombre respetable que pretendía representar ante ella y que no iba con él en absoluto.


Como Paula pensaba, ante la pasión de su beso y el reclamo de su ardiente y desnudo cuerpo que se pegaba al de Pedro, éste cedió a sus exigencias, y, abrazándola con fuerza, la hizo sentir como si ella fuera lo único que necesitaba.


Devorando su boca con anhelo, Pedro buscó recuperar el recuerdo de un beso. Su lengua jugó con la de Paula, exigiendo que rememorara todos los momentos que había pasado alguna vez entre sus brazos.


—¿Por qué me odias? —le preguntó, apartándose un momento de sus labios para buscar una respuesta antes de adentrarse en la cama.


—¿Prefieres que te dedique una extensa explicación de cada uno de mis motivos o que tengamos sexo? —replicó ella mientras sus manos se adentraban en sus pantalones para acoger su duro miembro entre las manos, buscando convencerlo con sus caricias de cuál era la respuesta correcta que los contentaría a ambos.


—Luego quiero oír cada una de esas explicaciones —exigió Pedro mientras se desprendía rápidamente de su camisa—. Quiero saber por qué me odias y los motivos de esta estúpida venganza tuya…


Determinada a llevar las riendas de la seducción, Paula terminó de bajar los molestos pantalones y decidió dejar al maravilloso actor sin habla cuando su boca comenzó a besar el duro miembro que tenía entre sus manos y a lamerlo con lentitud de arriba abajo.


—¿Estás seguro de que quieres seguir hablando? —preguntó ladinamente, alzando irónicamente una ceja.


—A partir de ahora soy mudo… —anunció Pedro, apremiándola a continuar con las caricias de su lengua.


—Lo suponía —repuso ella condescendiente antes de devorarlo con su boca, haciéndolo gemir de placer.


Mientras sus labios lo torturaban, apretándolo en su húmeda boca, imponiendo un ritmo que Pedro alentó acariciando sus suaves cabellos, las uñas de Paula marcaron su pecho, castigándolo por unos pecados que él todavía desconocía, aunque estaba más que dispuesto a cometer algunos en esa cama.


Los dedos de ella se deslizaban por su cuerpo lentamente, haciéndolo arder de placer cuando notaba cómo buscaban agasajar cada parte de él, pero como si luego recordaran que eso era algo que no se merecía, sus uñas pasaban intentando borrar cada una de sus caricias.


Los cabellos de Paula ocultaban parcialmente su rostro, y el placer que le proporcionaba con su boca tendría que mantenerlo lo bastante distraído como para que no se diera cuenta de los confusos sentimientos de Paula, pero, debido a que Pedro se sentía igual, no pudo evitar percatarse de ellos.


—Si quieres marcarme, castigarme o hacerme daño por algún motivo que aún no comprendo, tendrás que clavar tus uñas más profundamente en mí —musitó acercando hacia sí esas manos que hasta entonces sólo se habían atrevido a tocarlo con el leve roce de sus dedos.


Con sus palabras, consiguió que Paula se alejara de él, negándole el deleite de su boca, pero al menos esos ojos al fin lo vieron y ella tuvo que enfrentarse a la realidad.


—Quién sabe…, si persistes en clavarme las uñas, tal vez podrías llegar a mi corazón —anunció Pedro, resistiéndose a soltar esas manos, a pesar de que solamente querían dañarlo.


—Tú no tienes corazón —respondió ella deshaciéndose de su agarre e intentando alejarse a pesar de que su cuerpo, después de que la droga comenzara a hacer su efecto, ardiera de necesidad, anhelándolo más que nunca.


—Es cierto… —admitió Pedro, sorprendiéndola por completo, hasta que acabó de desprenderse de sus ropas para unirse a ella en la cama y la retuvo debajo de su cuerpo para confesarle al oído—: Tú te lo llevaste cuando me alejaste de ti. No me culpes ahora si no tengo uno con el que contentarte. Pero tú ahora no quieres mi corazón, ¿verdad, Paula? — preguntó con una cínica sonrisa, recordándole que esa noche, en esa cama, solamente quería que representara el papel de semental y se acostara con ella, dejando a un lado todo tipo de emociones.


Y tal vez porque Paula deseaba olvidar todos los sentimientos que alguna vez había tenido hacia él, Pedro hizo todo lo posible por recordárselos, para que lo tuviera tan presente en su corazón como él la tenía a ella en el suyo.


—Dime, Paula, ¿por qué, a pesar de los años, no puedo olvidar tus besos? —preguntó, tentándola con sus labios muy cerca de los suyos, anunciando la promesa de un beso. Y cuando ella se acercó a él en busca de ese beso, Pedro retiró el rostro mientras sus cálidos labios besaban levemente la piel de su cuello con dulces caricias que comenzaron a descender por su cuerpo.


Pedro besó, lamió y mordisqueó su cuello, sus hombros, sus brazos, sus manos y cada uno de sus dedos. La besó con devoción para demostrar que la amaba. Pero, a pesar del tiempo transcurrido, o precisamente a causa de éste, Paula no supo si ese cariño que le profesaba solamente era parte de una maravillosa actuación.


Sin embargo, pese a los confusos sentimientos de la joven, su cuerpo respondía a cada una de sus caricias alzándose en busca de más cuando éstas cesaban, buscando una muestra de que ella lo aceptaba, aunque sólo fuera por esa noche.


Los labios de Pedro continuaron calentando su piel. Sus caricias se tornaron más atrevidas cuando el roce de sus manos se unió al placer que le prodigaban sus dulces besos. Acariciándola sutilmente con un solo dedo, la hizo estremecer mientras tocaba los lugares correctos y su boca hacía el resto, dejándola impaciente y anhelando más.


Los besos que descendían por su cuerpo ignoraron sus senos y las erguidas cumbres que éstos mostraban reclamando su boca. Decidido a hacerla sufrir tanto como ella lo hacía sufrir a él negándole las caricias de unas manos que agarraban fuertemente las sábanas de la cama para no ceder a la tentación de tocarlo, Pedro dirigió sus labios hacia su barriga y se entretuvo con su ombligo mientras sus ladinos ojos azules la veían temblar de placer.


Con un dedo, acarició la suave piel de Paula desde el cuello hasta la cumbre de esos exquisitos senos, que rozó mínimamente antes de volver a ascender hasta su cuello. Sus roces la hicieron arquearse reclamando más, ante lo que el travieso dedo volvió a bajar por su cuerpo mientras su boca también comenzaba a descender.


Torturándola de nuevo, sus labios se detuvieron sobre el rizado vértice que había entre sus piernas, cubierto con una escandalosa y escueta ropa interior, dedicándole una levísima caricia con su aliento antes de alejarse, lo que provocó que Paula se retorciera en la cama en busca de ese dedo que persistía en su descenso hacia su húmedo interior.


Después de entretenerse juguetonamente con su ombligo, el dedo continuó su descenso hasta deslizarse por encima del tanga de encaje, una caricia tan leve que fue como un ligero susurro en su piel, algo que volvió a hacerla arquearse en busca de más.


—Explícame, Paula, ¿por qué no puedo borrar de mi memoria tus caricias? —exigió Pedro a la obnubilada mente de Paula, que, incluso perdida en el deseo, intentó contestar. Pero, como si Pedro solamente hubiera querido asegurarse de que ella tampoco pudiera olvidar sus caricias, sin esperar respuesta alguna, apartó el tanga a un lado y hundió la lengua entre sus piernas, devorándola por completo.


Mientras su boca la degustaba, sus manos se dirigieron hacia los excitados senos, concediéndole las caricias que reclamaban, consiguiendo con ello que una descarga de placer la abrumara, llevándola a gritar su nombre.


Las fuertes manos de Pedro rozaron los enhiestos pezones, los agasajaron y los torturaron con leves pellizcos, haciéndola estremecer de placer, mientras su lengua, sin ninguna piedad, acariciaba la parte más sensible de su cuerpo.


Acomodando las piernas de ella sobre sus hombros, Pedro alzó el trasero para devorarla mejor. Y mientras una de sus manos controlaba los impulsivos movimientos de sus caderas, la otra jugó con ella hundiendo el travieso dedo en su interior a la vez que marcaba un apremiante ritmo que seguía al de su lengua, logrando que Paula al fin se deshiciera entre sus brazos y que sus manos cedieran en su intención de no tocarlo, agarrándose fuertemente a sus cabellos al tiempo que gritaba su nombre al llegar al clímax.


Con su cuerpo saciado, pero comenzando a calentarse de nuevo a causa de la droga excitante que aún actuaba en su organismo, Paula miró confusa al exigente amante que se erguía sobre ella, reclamando que se rindiera a él por completo.


—Y dime, ¿por qué no puedo olvidarme de que contigo nunca fue simplemente sexo? —inquirió Pedro antes de adentrarse profundamente en su interior de una dura embestida.


Y Paula, rindiéndose por completo, lo atrajo hacia sus brazos y reconoció la verdad que tal vez a la mañana siguiente intentaría ignorar.


—No lo sé, pero yo tampoco puedo olvidarme de ti.


Sus palabras hicieron que Pedro se hundiera más profundamente en ella y comenzara a marcar un ritmo lento que la hizo despertar a la pasión.


Y sólo cuando ella comenzó a buscarlo de nuevo y a gritar su nombre, él la acalló con sus labios mientras aceleraba sus acometidas, llevándola junto a él hacia la cúspide del placer con un arrebatador orgasmo.


Derrumbados en la cama, permanecieron abrazados en silencio hasta que Paula volvió a recordar todos los motivos por los que odiaba a ese hombre.


—¿Por qué eres tan buen mentiroso? —le reclamó beligerante a Pedrosin ofrecerle ninguna explicación a sus palabras.


—Yo no miento, Paula, no te he olvidado a pesar de los años que han pasado.


—No, tú no me olvidaste al irte: ¡tan sólo me borraste de tu vida! — exclamó ella furiosa, recordando todas las cartas que le había devuelto a lo largo de los años o su fría respuesta ante ella y su hijo.


—A pesar del tiempo que ha pasado, todavía sigues sin creer en mis palabras, y yo me he cansado de intentar explicarme, así que hoy me limitaré a interpretar el papel que me has concedido en esta cama.


—¿Cuál? ¿El de hombre enamorado? —preguntó cínicamente Paula, riéndose de él.


—No: el de semental… —susurró maliciosamente Pedro en su oído, acercándola a su cuerpo cuando ella comenzaba a excitarse de nuevo por los efectos de la droga. Y, con un simple beso, consiguió su silencio y su rendición.




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