jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 63

 


Romeo no podía dejar de fulminar a su abuelo con la mirada. Si su padre había sido una gran desilusión, su abuelo había sido completamente decepcionante.


Ninguno de esos dos hombres sem merecía a las mujeres tan maravillosas que habían dejado de lado. Él se iba a encargar de protegerlas para que no cayeran ante sus embaucadoras palabras. Y, si querían volver junto a ellas, tendrían que hacer ese esfuerzo que, por lo visto, nunca se habían molestado en realizar para estar a su lado.


«¿Cómo pueden ser tan tontos esos hombres?», pensaba Romeo mientras recordaba a las chicas de falsas sonrisas que habían rodeado a su padre y observaba a las mujeres jóvenes que coqueteaban con Bruno, intentando halagarlo.


—Vaya, pues parece que no eres tan tonto, abuelo… —susurró Romeo mientras sonreía complacido al ver cómo los ojos de él se desviaban continuamente hacia su abuela, una mujer que siempre brillaría dentro y fuera de escena.


Por desgracia para ella, las miradas que Bruno Baker le dedicaba también fueron captadas por alguna de las jóvenes que pululaban alrededor del afamado director, declarándolo su presa y dirigiendo unas pérfidas sonrisas hacia Amalia, seguramente planeando su caída en ese programa al que él la había apuntado. Pero eso era porque aún no habían tratado con Amalia Chaves y no sabían lo difícil que sería hacer caer a una mujer como ella. Romeo, tan protector como siempre, estuvo pendiente de cada uno de los pasos que su abuela daba por el plató, que contaba con unas gradas repletas de público, un escenario de chillonas luces y una enorme pantalla detrás de unos luminosos atriles donde los invitados se colocaban para ser entrevistados y participar en algún estúpido juego.


Como Romeo sospechaba, cuando su abuela entró en escena la cámara sólo la vio a ella, eclipsando a todas las demás personas, incluida la joven presentadora, que a su lado parecía aburrida y monótona. Al contrario de lo que veían los que estaban delante de la pantalla, Amalia no lo tuvo fácil para brillar: sus viejas compañeras intentaron recordar antiguos escándalos que alguna vez rodearon su nombre, algo que ella evitó con gran habilidad; otras intentaron sonsacar el nombre del tipo por el que había abandonado la actuación, y más de una arpía que trabajaba como azafata le hizo la zancadilla cuando le indicaban que se moviera de lugar para alguna necia prueba, un hecho que hizo que Romeo se precipitara hacia delante, dispuesto a entrar en escena para poner a cada una de esas idiotas en su sitio. Pero fue su abuelo quien lo sujetó, impidiéndole que irrumpiera en el programa y lo estropeara todo.


—Ella es fuerte —le dijo Bruno. Y, mientras lo sujetaba levemente del brazo, Romeo pudo contemplar cómo ese hombre miraba anhelante a su abuela, mostrando a todos que aún seguía sintiendo algo por ella—. Nunca se dejará intimidar ni permitirá que nadie la defienda —añadió, exhibiendo una sonrisa y una mirada desenfocada que demostraba que se había perdido en algún grato recuerdo.


Los dos observaron con una sonrisa cómo Amalia esquivaba las inoportunas piernas que se interponían en su camino mientras, disimuladamente, hincaba el tacón de sus afilados zapatos a alguna de esas chicas. Sin perder la sonrisa ni la compostura, Amalia se colocó junto a esas jóvenes cuando la presentadora anunció una ronda de preguntas. Todo parecía tranquilo, hasta que Romeo y Bruno se tensaron cuando vieron que una de las chicas a su lado le aflojaba disimuladamente el enganche que sujetaba su vestido al cuello, y, cuando Amalia se movió, éste se desprendió, mostrando a todos el bonito sujetador de encaje negro que llevaba.


—Y ahí va el famoso temperamento de Amalia Chaves… —anunció Bruno a Romeo con una sonrisa mientras el pequeño, sabiendo la que se avecinaba, se golpeó la frente con una mano.


Amalia no se tapó tímidamente con su vestido. De hecho, ni siquiera se lo volvió a abrochar, sino que, colocándose ante las chicas que pretendían molestarla, les bajó descaradamente los sinuosos escotes de sus vestidos una a una para dejarlas a la par.


Cuando la presentadora le exigió, escandalizada, una explicación para sus actos, Romeo comenzó a temerse lo peor, ya que las acciones de su abuela no tenían lógica alguna.


—¡Ah, perdona! Dado que estas chicas me bajaron el vestido, creí que la siguiente prueba que tocaba ahora era un concurso de tetas, por lo que me he apresurado a devolverles el favor.


La presentadora le mostró la salida mientras la regañaba, y, antes de que llamaran a seguridad, Amalia decidió salir de escena con los aires de una diosa mientras dejaba al público cuchicheando alterado, a las azafatas avergonzadas y llorosas y a la presentadora malhumorada. Finalmente, antes de marcharse, Amalia no pudo evitar decir la última palabra:

—Y que conste que, a pesar de mi edad, las mías habrían ganado porque me conservo muy bien y son de verdad…


Mientras Romeo seguía escondiendo su rostro, avergonzado por las locuras de su abuela, no pudo evitar alzarlo cuando las carcajadas de Bruno inundaron el plató, seguidas de unas palabras que le mostraron que tal vez aún habría esperanzas para ese hombre.


—¡Por Dios, Amalia, no sabes cuánto te he echado de menos y cómo de aburrido ha sido todo esto sin ti!


—Romeo, vámonos —lo llamó ella mientras se arreglaba el vestido, ya lejos de las cámaras—. Voy a presentar mi renuncia, ya que a mí nadie me despide.


—¡Muchacho, cuídala mucho! —pidió Bruno sin poder dejar de mirar a la mujer que, a pesar de los años transcurridos, todavía conseguía hacerlo sentirse como un imberbe adolescente que tan sólo quería correr detrás de ella—. Porque ésa es una estrella que nunca dejará de brillar —finalizó Bruno soñadoramente antes de dejarlo marchar.


—Pero ese brillo en ocasiones puede llegar a apagarse —replicó Romeo.


E, intentando buscar un final feliz para la historia que algunos mayores trataban de olvidar, decidió concederle a su abuelo una nueva oportunidad, por lo que colocó en manos de Bruno una fotografía muy maltratada que Amalia conservaba de él y que mostraba todo el dolor y el odio que guardaba hacia el hombre al que un día había amado.


Sin molestarse en ver su reacción, Romeo corrió hacia su abuela. Y, cuando se giró por unos instantes, lo vio contemplar esa fotografía con asombro para luego fijar sus ojos con decisión en Amalia.


—Al fin… —susurró Romeo, viendo que su abuelo estaba decidido a luchar por ella.


Y, mientras se alejaban de él con una sonrisa, el chiquillo comenzó a reflexionar sobre si no sería buena idea hacer lo mismo y concederle otra oportunidad a su padre, un hombre que a lo mejor tan sólo era un actor que, simple y llanamente, había perdido su camino en el amor y no sabía cómo encontrarlo.





No hay comentarios:

Publicar un comentario