jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 112

 


—¡Cásate conmigo! —pidió Bruno Baker a la mujer que nunca podría olvidar y que siempre llevaría en su corazón, y más ahora que, una vez más, había puesto su mundo patas arriba. Pero tal vez el lugar y el momento no fueran los más acertados, ya que Bruno le hacía esa petición en la cama tras una tórrida noche de sexo.


—¿Ahora me vienes con ésas? —inquirió Amalia, sin darle la menor importancia a sus palabras mientras le arrebataba las sábanas para cubrir su desnudez como si fuera una toga romana.


—Yo ya no estoy casado y tú tampoco has rehecho tu vida. Además, tenemos una hija juntos y creo que tendría que hacerme responsable de ello y…


—Tu noble acto de responsabilidad llega veintiocho años tarde, Bruno.


—Amalia, te quiero, y nunca he podido olvidarte. Ahora que he vuelto a encontrarte no quiero perderte. ¡Por favor, déjame pasar el resto de mi vida contigo, con mi hija y con mi nieto!


—Un discurso tan conmovedor como ése habría sido perfecto para encandilar a la chica de dieciocho años que corría detrás de ti, pero no convence para nada a la mujer madura que tienes delante —manifestó ella mientras comenzaba a recoger sus ropas, que estaba esparcidas por la habitación, demostrando lo fogosos que habían sido esa noche.


—Entonces ¿Qué harás? ¿Me abandonarás otra vez? —preguntó Bruno enfadado mientras se enfrentaba a esa mujer que había vuelto a llenar su vida con su presencia para luego dejarla completamente vacía cuando se alejara nuevamente de su lado.


—Ya sabes la razón por la que me fui, Bruno —replicó ella enfrentándose a sus acusadores ojos—. Pero yo aún no sé el motivo por el que tú nunca viniste a buscarme —añadió, haciendo que esos mismos ojos se desviaran avergonzados.


—Yo…


—Siempre has sabido dónde encontrarme y, aun así, nunca te tomaste la molestia de venir a por mí…, ¿y ahora que nos volvemos a encontrar debo creer que me amas? —concluyó ella a la vez que terminaba de vestirse para luego arrojarle la arrugada sábana para que tapara su desnudez.


—Fui un idiota, Amalia, pero no quiero seguir siéndolo —rogó Bruno una vez más mientras atrapaba la mano de esa mujer que se dirigía con paso firme hacia la salida.


—Creo que el gran amor que me declaras ahora es algo que usas para tu propia conveniencia, pero que a mí no me conviene en absoluto.


—Nunca dudes de que te he amado y de que todavía te amo con todo mi corazón, Amalia —dijo él, acercándola a su cuerpo para confirmar sus palabras con un beso arrebatador.


Y cuando ella comenzó a derretirse entre sus brazos y él la soltó creyendo que tal vez tendrían una nueva oportunidad, la cínica sonrisa que Anabel le ofreció como respuesta a su beso le hizo saber que todavía estaba muy lejos de convencer a esa mujer de que la amaba.


—Aún eres un actor excepcional en las escenas de amor. Tanto que, a pesar de los años que han pasado, a veces me haces dudar. Y eso que hace mucho tiempo que me desengañé de tu amor, pero ¿sabes algo, Bruno? En esas escenas que aún intentas representar conmigo siempre falta algo…


—¿El qué? —preguntó él, desesperado porque Amalia se quedara a su lado.


—Corazón —respondió ella mientras ponía sus manos sobre el desnudo pecho de él, sólo para empujarlo lejos y seguir su camino.


—¡Tú te lo llevaste cuando te alejaste de mí! —gritó Bruno airado al ver cómo la última oportunidad de estar junto a la mujer que amaba se le escapaba sin que pudiera decir o hacer nada por evitarlo.


Bruno creyó que sus palabras serían ignoradas por esa mujer, pero la diva que había en ella no le permitía abandonar la escena sin tener la última palabra, así que, tras detener sus pasos, se volvió hacia él. Y, después de echar presumidamente su melena hacia un lado, le preguntó antes de proseguir su camino:

—Y si yo tenía tu corazón, ¿por qué nunca viniste a buscarlo?


Cuando la puerta de su apartamento se cerró dejándolo solo, Bruno supo que todo había acabado, que esa escena de su vida había terminado, y aun así siguió mirando esperanzadamente la puerta mientras se reprochaba una y otra vez:

—¿Por qué nunca fui a por ella?




No hay comentarios:

Publicar un comentario