jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 92

 


—¿Ves algo? —preguntó Amalia a Bruno después de haberse adentrado en su piso y haberlo obligado a utilizar su telescopio, y no precisamente para mirar las estrellas del firmamento que él estaba acostumbrado a observar—. ¿Están hablando? —curioseó aproximándose más a él, con lo que su cercana presencia y el recuerdo de la última noche lo puso algo nervioso.


—¿Se supone que deberían estar hablando? —inquirió Bruno irónicamente tras ver una de las ardientes escenas de esa pareja.


—Si no están arreglando las cosas, ¿se puede saber qué demonios están haciendo esos dos? —preguntó Amalia, bastante molesta.


Y por toda respuesta Bruno se echó a un lado para que ella viera de primera mano lo que estaba haciendo la pareja.


—Cuando me dijiste que me necesitabas te abrí mi puerta, preparado para ello, pero nunca esperé que lo que necesitaras de mí fuera ayudarte a espiar a alguien.


—¿En serio? ¿Y cómo te habías preparado para darme tu ayuda? — preguntó Amalia algo confusa, volviendo su atención hacia ese hombre.


Cuando Bruno desapareció de su lado para volver instantes después con una gran cámara fotográfica colgando del cuello y una ladina sonrisa en el rostro, la mujer adivinó el tipo de ayuda que quería volver a brindarle, una que, por supuesto, ella no estaba dispuesta a volver a requerir.


—Ya puedes ir olvidándote de eso, Bruno, tengo todas las fotografías tuyas que necesitaba. Y, además, ahora tenemos a nuestro cargo a un menor —repuso Amalia mientras señalaba a un serio niño que, una vez más, le daba una seria advertencia a Bruno con la mirada.


—Bueno, ¿y me puedes explicar a quién estás espiando y por qué? —se interesó Bruno, dejando a un lado la cámara cuando vio que Amalia continuaba observando a la pareja.


—Y luego se escandaliza por mis fotografías… —susurró ella, alzando las manos al cielo mientras se alejaba del telescopio y le concedía a la pareja la intimidad que necesitaba a la vez que intentaba contestar a las palabras de Bruno lo más vagamente posible—. Espío a unos tontos enamorados que tienen mucho que arreglar. En cuanto al porqué, es fácil: les he dado una oportunidad a esos dos para que hablaran y se dijeran todo lo que tenían que decirse, pero, por lo visto, aún no he aprendido esa lección que dice que nunca se debe confiar en un actor… —dijo Amalia, mientras dirigía la mirada hacia otro maravilloso actor y, por tanto, otro gran mentiroso.


—Creo que esa pareja aclarará sus pormenores de una manera u otra y que tú deberías darles la intimidad que necesitan para hacerlo —señaló Bruno reprendiéndola por su comportamiento, ante lo cual Amalia se limitó a bufar despectivamente.


Y cuando Bruno estaba a punto de comenzar a reprenderla de nuevo por sus precipitadas y alocadas acciones, Romeo lo interrumpió, haciéndolo atragantarse con sus palabras.


—¿Puedo ver lo que están haciendo mis padres? —dijo el pequeño señalando el telescopio y haciendo que los dos adultos le dieran la misma rotunda contestación.


—¡No!


Ante las palabras de Romeo, Bruno cayó en la cuenta de lo que estaba ocurriendo ahí.


—¡Eh! ¡Espera un momento, Amalia! ¡¿Ésa es mi hija?! ¡¿Mi hija está haciendo «eso» con un actor de pacotilla?!


—Sí, ya ves que parece tener el mismo mal gusto que yo para los hombres.


—¿Y quién es ese tipo? —la interrogó Bruno, interesado en saber quién era el hombre que jugaba con su hija. Y mientras acercaba sus manos hacia el telescopio, ella se le adelantó y las rechazó con un par de golpecitos, recordándole que él no era el más adecuado para juzgar a nadie.


—Deberías darle intimidad a esa pareja para que arregle sus diferencias —dijo Amalia con recochineo, recordándole sus propias palabras.


—Pues así la verdad es que no creo que lleguen a arreglar nada, y por lo poco que he podido observar, hablar es lo último que tenían en mente — protestó él antes de exigir el nombre de un individuo al que poder darle una debida advertencia—. ¿Quién es el padre de Romeo?


—Eso es fácil de adivinar, querido: como Paula tiene las mismas preferencias que yo por los hombres, tan sólo tienes que buscar al más atractivo, al más encantador, al más famoso, al que deslumbre con más intensidad a todos con su actuación en Hollywood… —declaró Amalia mientras acariciaba provocativamente el rostro de Bruno, para luego añadir con alguna que otra aleccionadora palmadita en su mejilla—: y, por supuesto, al más mentiroso y engañoso de todos —finalizó mientras le señalaba un lugar desde donde no pudiera llegar al telescopio para inmiscuirse en la vida de una hija que ni siquiera sabía de su existencia.


Bruno, resignado, se sentó junto a ese receloso niño que aún lo despedazaba con la mirada cada vez que se acercaba demasiado a su abuela.


—¿Así que tú eres mi nieto? —preguntó algo incómodo.


—¿Así que tú eres mi abuelo? —replicó Romeo, devolviéndole impertinentemente la pregunta.


—¿Y ese vestido de exploradora? —señaló Bruno, curioso por su extraña vestimenta.


—Mejor no preguntes —declaró Romeo mientras dirigía su acusadora mirada hacia su abuela para luego cerrarse en banda negándose en redondo a hablar del tema.


Viendo que ese chiquillo sería algo difícil de manejar, Bruno utilizó todos sus encantos para intentar llevarlo a su terreno y sonsacarle quién era su padre, pero su maravillosa actuación quedó anulada por la de ese niño, que, esquivando cada una de sus preguntas, lo llevó hacia donde le dio la gana. Podría decirse que Bruno desperdició la oportunidad de conseguir un nombre, de no ser porque Romeo, con su maravillosa interpretación, le recordó a un gran y famoso actor cuyo nombre todos conocían en Hollywood y que él, a partir de ese momento, no olvidaría con facilidad.




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