jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 39

 


La película había terminado, al igual que la presencia de ese actor en la universidad. Los rumores decían que volaría bien lejos para probar suerte en Hollywood, pero yo sabía que, como él formaba parte de la agencia de mi madre, aún quedaba mucho para que eso ocurriera.


Cuando expusieron su trabajo en la universidad, no pude resistirme a verlo y, estúpidamente, lloré con cada una de sus frases, como muchas de las mujeres que estaban junto a mí, aunque en mi caso por razones distintas de las suyas, ya que las palabras que Pedro pronunciaba en la pantalla parecían estar dirigidas a mí.


Él eclipsaba a la actriz principal haciéndola parecer falsa y sobreactuada, y en esta ocasión no pude afirmar que fuera un mal actor, porque si yo hubiera estado frente a él en esas escenas, me habría acabado enamorando de Pedro de nuevo.


Para mi asombro, la historia que escribió Gustavo en un primer momento acababa ahora de distinta manera: el final feliz había sido eliminado y, en su lugar, haciéndonos llorar a todos a moco tendido, la pareja se separaba simplemente porque ninguno creía lo suficientemente en el otro.


Los malentendidos que surgieron entre ellos nos hicieron desear gritar a la pantalla lo estúpidos que eran, y las personas que se comportaron como un cruel obstáculo para que ellos pudieran acabar juntos nos hicieron sufrir a cada instante. Lloramos, reímos, sufrimos y disfrutamos de un amor que, aunque sólo era ficción, parecía más real que nunca a nuestros ojos.


En la escena final, cuando ellos se despedían, se nos encogió el corazón a todos y yo lloré más que nunca, porque era como si Pedro se estuviera despidiendo y alejándose de mí como lo hacía su personaje del de la protagonista, y de una forma tan implacable que daba a pensar que era algo irreversible y para siempre. En esos momentos sentía como si Pedro me estuviera obligando a escuchar esas palabras que nunca le permitiría que me dijera, como si su única forma de hacérmelas llegar hubiera sido a través de esa escena con la que me decía adiós.


Cuando llegué a casa alabando a un actor del que no podía evitar admirar su talento, mi madre, muy enfadada, me mostró con sus crudas palabras el verdadero final de esa historia que yo no había visto hasta entonces.


—¡Hazme un favor: no me hables más de ese desagradecido! ¡Con todos los esfuerzos y las esperanzas que he depositado en él, y va y me traiciona de esa manera! ¡Todo ha sido en vano! En su mejor momento ha decidido abandonar mi agencia, dejándome en la estacada. Hoy mismo va a tomar un vuelo hacia Hollywood después de contratar a una nueva representante…


—¡¿Qué?! ¡No puede ser! ¿A qué hora sale su vuelo? —pregunté, sabiendo finalmente por qué me habían afectado tanto las palabas de Pedro: porque no eran otra cosa más que su despedida.


—Dentro de media hora… —replicó mi madre, haciendo que me decidiera a correr como una loca hacia el aeropuerto como en esas chifladas y estúpidas historias de amor. »Paula, no creo que haya nada que puedas decirle a ese hombre que lo haga quedarse con nosotras cuando tiene un maravilloso futuro por delante.


—¡Pero por lo menos tengo que intentarlo, mamá! —repuse antes de marcharme decidida a darle un final distinto a esa historia.


Pero, al contrario que en las hermosas películas románticas, yo llegué tarde: un accidente en la carretera, con su consecuente atasco, me hizo imposible llegar hasta él. Finalmente, sólo pude ver cómo su avión se marchaba mientras recordaba cada una de las palabras con las que se había despedido de mí y de nuestro amor, del que Pedro nunca sabría lo real que había sido, porque ninguno de los dos se había atrevido a afrontarlo.


—¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde…! —grité mientras veía alejarse su vuelo, para luego añadir una verdad que siempre me había negado a ver—: Tanto como yo…


Cuando volví a casa, mis tristes pasos me llevaron hasta ese estrecho callejón donde las personas dejaban sus desconsolados mensajes, buscando las esperanzadoras palabras que él un día me había escrito.


—«Y sólo cuando la encuentre a ella, dejaré de actuar» —leí en voz alta, recordando la confianza con la que él las había plasmado en ese muro en una ocasión.


Y, mientras mis ojos se nublaban a causa de las lágrimas, me dediqué a leer los mensajes de otras personas que, como yo, habían fallado en el amor.


Mis ojos vagaron por ese muro hasta encontrar otro mensaje que Pedro había dejado, de nuevo sólo para mí.


—«¿Y qué hago si ella no sabe separar al actor del hombre?» —leí con desesperanza, sabiendo que, en esa historia, mientras me quejaba de mis heridas, nunca me había fijado en las de él—. ¡Correré hacia ti y…! —grité decidida a encontrarlo.


Pero entonces recordé cuál era el sueño que perseguía Pedro y lo mucho que se arrepentiría si no lo alcanzaba, si yo lo obligaba a volver a mi lado. Como le había sucedido a mi madre. Así que no corrí hacia ningún sitio y me limité a quedarme allí.


Más tarde, cuando mi madre se acercó a mí, no era capaz de precisar cuánto tiempo había pasado mirando las palabras de despedida que permanecían en ese callejón poniendo fin a mi historia.


—Sólo necesitas un pretexto, una excusa para hacerlo volver a tu lado — dijo intentando animarme en mi historia de amor.


No obstante, imaginando el maravilloso futuro que aguardaba a Pedro lejos de mí, simplemente contesté, poniendo fin a todo:

—No tengo ninguna.




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