jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 68

 


—¡¿Cómo que estoy despedida?! —gritó Paula airadamente a la persona que le comunicaba que su mala suerte en ese día aún no se había acabado —. ¿Podría al menos decirme la razón por la que me han despedido?


Y cuando su interlocutor al otro lado del teléfono comenzó a relatarle todas las barbaridades que habían cometido los Chaves desde que habían aparecido por Hollywood, Paula no pudo oponer ninguna excusa a que la expulsaran de ese lugar.


—Ajá… —asintió ante las explicaciones que le daban mientras fijaba sus ojos en su hijo y en su madre, que intentaban representar una escena de la más pura e ingenua inocencia…, fallando estrepitosamente, ya que, según lo que Paula estaba oyendo, ninguno de los dos se iba a librar de una buena regañina.


Cuando finalizó la llamada, Paula les dirigió una furiosa mirada. Y, cruzándose de brazos, esperó a que alguno cediera y confesara. Pero después de comprobar como esos dos intentaban esquivar todo contacto visual con ella, finalmente comenzó a reprenderlos:

—Tenías razón cuando predijiste que arrasaríamos en Hollywood, mamá, aunque tal vez no lo hayamos logrado de la manera que esperabas. Lo que sí está claro es que, después de nuestra visita a los platós de grabación, nadie podrá olvidar con facilidad ninguna de las apariciones que hemos realizado los Chaves en la ciudad de las estrellas —ironizó, para luego añadir en un tono más severo—: ¡¿Se puede saber qué habéis estado haciendo mientras yo trabajaba?!


Tras oír sus palabras, y sabiendo que no tenían escapatoria, ambos se pusieron de pie y, señalando al otro, se echaron mutuamente las culpas, intentando librarse de un sermón.


—¡Fue culpa de la abuela, que me llevó a un casting de niñas!


—¡Fue culpa de Romeo, que me apuntó a un programa de viejas promesas!


—Según lo que tengo entendido, fue culpa de los dos —declaró Paula, logrando que abuela y nieto bajaran la cabeza intentando parecer arrepentidos. Pero Paula sabía perfectamente que un Chaves jamás se arrepentía de sus acciones, por más alocadas que fueran—. Romeo, ¿no te da vergüenza hacer llorar a unas inocentes niñas burlándote cruelmente de ellas después de haber conseguido su papel?


Y cuando él iba a señalar que ninguna de esas niñas era tan buena como parecía, su abuela le advirtió por señas que lo mejor era permanecer en silencio hasta que Paula terminara su regañina.


—Y tú, mamá, ¿cómo has podido enseñar las tetas en un programa en horario infantil? —y cuando Amalia iba a abrir la boca para protestar, Paula la acalló para continuar con su bronca—: ¡Y no me refiero a las tuyas, sino a las de aquellas otras mujeres a las que hiciste llorar desconsoladamente! ¡Por Dios, que tienes cuarenta y siete años! ¡Deberías ser mucho más madura que dos atolondradas chicas de veinte! —Tras una pequeña pausa para tomar aire, Paula añadió—: ¿Qué tenéis que decir a todo eso?


Y, ante su pregunta, esos dos rostros supuestamente arrepentidos lucieron unas ladinas sonrisas, dejando de fingir para mostrarle a Paula que lo que ella sospechaba era cierto: que ni su madre ni su hijo se arrepentían de nada.


—Que tengo cuarenta y seis años y diez meses —apuntó Amalia con firmeza, nada dispuesta a que cualquiera le pusiera más edad—. Y que esas víboras se lo merecían. Además, deberían haberme pagado por tener el privilegio de presenciar un desnudo parcial mío después de comprobar que mis tetas valen más que las de esas veinteañeras, que con tanta silicona ni siquiera parecían de verdad.


—Mamá, yo no tengo la culpa de que esas niñas carecieran de talento: rechacé el papel porque no era adecuado para mí, simplemente, pero si lo hubiera aceptado, ten por seguro que habría triunfado.


—¡No puedo con vosotros! —exclamó Paula, llevándose las manos a la cabeza ante el descaro de esos dos.


—Pero, mamá, tengo una duda: ¿por qué te despiden a ti por nuestras acciones? —interrogó Romeo, alzando inquisitivamente una ceja.


Y cuando ella intentó cambiar de tema para no confesar sus propios pecados, Amalia se dio cuenta e insistió:

—Paula, ¿qué has hecho?


—Le di de bofetadas al actor principal de la película… —reconoció finalmente, dejándolos a los dos boquiabiertos mientras la señalaban acusadoramente, quejándose de que sus actos eran mucho peores que los de ellos—. ¡Eh! ¡Que venía en el guion! —protestó Paula, para luego añadir con una sonrisa igual de maliciosa que las de su madre y su hijo—: Pero me lo pasé pipa representando ese papel… Bueno, pues como dijiste que haríamos, mamá: definitivamente, los Chaves hemos arrasado en Hollywood —concluyó desplomándose en el sofá con una resignada sonrisa que anunciaba que su historia allí había terminado.


—Debo confesar que pensaba que lo lograríamos de otra manera, pero sí, cariño, es cierto: después de esto, nadie olvidará nuestro nombre con facilidad —apuntó Amalia, sentándose junto a su hija.


—Sí, pero lo recordarán para ponernos en la lista negra —indicó Paula.


—¡Bah! Si Hollywood no sabe reconocer nuestro talento, no merece la pena que nos quedemos aquí. No nos echan, mamá: nos vamos nosotros — añadió Romeo imitando los aires de grandeza de su abuela, haciéndolas reír a ambas.


—¿Crees que dejamos algo atrás? —preguntó Amalia a su hija, sabiendo que la historia de Paula aún no había terminado.


Ella dudó por unos momentos, y, tras recordar a ese hombre que tanto daño le había hecho y lo poco que hacía para remediarlo, contestó:

—Nada que valga la pena.


Cuando Paula se puso en pie para empezar a hacer las maletas, su teléfono volvió a sonar. Y, para su enorme sorpresa, la llamaban para comunicarle que, a pesar de su desastroso paso por Hollywood, la meca del cine le concedía otra oportunidad.


—¡Mamá! ¡Me ofrecen un papel en otra película! ¿Qué hacemos? — preguntó a sus familiares. Y, cuando observó los rostros de esos dos, resplandecientes de alegría ante la noticia, Paula tuvo que aceptar.


Mientras lo hacía, supo que, a pesar de que en un principio solamente había querido quedarse en Hollywood para vengarse de ese hombre que tanto daño le había hecho, ahora que había comprobado lo vacía que estaba la vida de Pedro quería permanecer allí para enfrentarse a él y ofrecerle otra oportunidad para que se quitase su falsa máscara delante de ella o para que siguiera como siempre, resignado a que en su vida no hubiera nada más.





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