jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 95

 


Gustavo contemplaba con asombro el rodaje de ese día.


Normalmente era él quien interrumpía las escenas con alguna que otra protesta sobre la actuación de alguno de los actores, en especial de la de su amigo cuando quería representar el papel de hombre perfecto y él no se lo permitía, porque su personaje era un hombre con muchos defectos, como cualquier otro.


Pero ese día no era él quien interrumpía las memorizadas frases de Pedro una y otra vez, dando su opinión, sino el director, un director que parecía guardarle algún tipo de resentimiento a su actor principal y lo hacía sudar a conciencia delante de la cámara, repitiendo una y otra vez la misma escena.


La curiosidad de Gustavo y las ganas de fastidiar un poco a su amigo lo llevaron a acercarse a Pedro en uno de los escasos descansos que se habían tomado ese día para preguntarle qué parte de la historia se había perdido.


Pedro, ¿le has hecho algo al director? Te lo pregunto porque te ha hecho repetir la misma estúpida escena veinte veces y hoy nada de lo que hagas parece contentarlo.


—Que yo sepa, no he tenido ningún roce con ese hombre —respondió despreocupadamente él mientras se secaba el sudor de la frente y tomaba un poco de agua de la botella que le tendía Gustavo—. Tal vez no le gusten los rumores que han surgido sobre mí y que pueden enturbiar su película.


—No, no puede ser eso. Los directores están más que acostumbrados a tu escandaloso comportamiento y a tus turbias relaciones. Aquí tiene que haber algo más… —opinó Gustavo mientras se acariciaba pensativamente la barbilla.


—Pues, que yo sepa, Bruno Baker no puede tener otra razón para odiarme.


—¿Estás seguro de que en lo que llevas de rodaje no la has vuelto a cagar con Paula y te has acostado con la mujer de Bruno Baker, su novia o algún miembro de su familia o algo así?


—Gracias por tu voto de confianza hacia mí, Gustavo —dijo irónicamente Pedro mientras fulminaba con la mirada a su molesto amigo —. Con la única mujer con la que me he acostado desde que comenzó este maldito rodaje es con Paula y, por cierto, ella es la única a la que quiero seguir llevando a mi cama —anunció con decisión mientras su mirada perseguía a esa esquiva mujer.


—Ya lo tengo… —manifestó Gustavo, chasqueando los dedos tras prestar atención a las miradas perdidas que Bruno y Amalia se dirigían en más de una ocasión y detectar cómo observaba el director a Paula, a la que había tomado bajo su protección como guionista asistente: parecía observarla con algo similar al orgullo—. ¡Te has acostado con su hija!


—¡No seas ridículo, Gustavo! ¿No te acabo de decir que con la única mujer que me he acostado ha sido con… —y antes de que Pedro terminara sus palabras, Gustavo lo cogió de los hombros para darle la vuelta y que contemplara de primera mano lo mismo que sus sagaces ojos habían captado— su hija? ¡Oh, mierda!


—¡Esto se pone cada vez más interesante! Mañana me traeré un bol de palomitas para disfrutar del espectáculo —anunció Gustavo, luciendo una maliciosa sonrisa por los problemas que se le venían encima a su amigo.


—Sabes que no puedes comer nada mientras se lleva a cabo el rodaje de las escenas, ¿verdad?


—¿Quién te ha dicho que el espectáculo tendrá lugar delante de las cámaras? Con tu reputación y tu historial con las mujeres, en especial con Paula, un padre cabreado será algo digno de admirar.


—¿Estás seguro de que Bruno es el padre de Paula? Todos en Hollywood saben que ese hombre no tiene hijos.


—Me guío por lo que me dice mi instinto —apuntó Gustavo, vanagloriándose de ser más sabio que su amigo.


—Y, por lo visto, también por lo que dicen las revistas de cotilleos — replicó Pedro, sacando del bolsillo trasero del pantalón de su amigo una revista con unas escandalosas fotografías de Amalia y Bruno—. ¿Crees que alguien sospecha que Paula puede ser hija de Bruno?


—Creo que ni siquiera ella lo sabe —declaró Gustavo mientras señalaba cómo Paula dedicaba al director una mirada de admiración al tiempo que permanecía manteniendo las distancias como haría con cualquier desconocido.


—¡Mierda, Gustavo! ¿Para qué has hecho que reparara en eso? Ahora no sé si debo contárselo a Paula o no. No sé si saber eso la haría feliz o la entristecería, y yo ya le he hecho demasiado daño…


—Piensa una cosa: ¿estás seguro de que no le harás aún más daño con tu silencio? Y otra más: ese silencio, ¿lo guardarías para no hacerle daño a Paula, o por tu propia conveniencia?


—¡Joder, Gustavo! ¡Paula va a matar al mensajero! Y, si no lo mata, lo menos que hará es odiarlo.


—Bueno, eso no es algo a lo que no estés acostumbrado —indicó Gustavo, palmeándole amigablemente la espalda.


—¿Por qué tengo que tomar esta difícil decisión? ¡Maldita sea!


—Porque, amigo mío, en la vida real nadie nos escribe el papel que debemos representar, sino que somos nosotros mismos quienes elegimos quién queremos ser.


—¿Ésas son todas las palabras de ánimo que tienes para darme en estos momentos? —preguntó Pedro, bastante molesto con su amigo.


Y entonces, cuando Gustavo observó que Paula se acercaba a ellos, le susurró a Pedro las últimas palabras que tenía para él antes de salir de escena:

—Que empiece la actuación…




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