jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 38

 


—La has vuelto a cagar, ¿verdad? —le preguntó Gustavo a su amigo mientras veía cómo éste se equivocaba de nuevo y, al contrario que en sus ensayadas escenas, no podía repetir una y otra vez ese momento y su historia de amor se quedaba estancada.


—¿Por qué piensas eso?


—Porque estamos de nuevo en el bar del tío de Paula y tú no paras de buscarla con la mirada.


—¿No puedes pensar que simplemente estoy ensayando el papel de patético enamorado que tengo que representar ante tu cámara?


—Demasiado sincero para ser sólo un papel. ¿Sabes lo que me gusta de ti? Que eres un actor muy singular: sin apenas darte cuenta, cuando lees un guion, te metes en la historia convirtiéndote en el protagonista y utilizas el recuerdo de tus propios sentimientos para dárselos a tus personajes, haciéndolos muy reales. Por eso, hasta ahora, los papeles en los que hacías de enamorado sonaban aceptables pero vacíos, pues si nunca te habías enamorado, si nunca habías sentido eso por una mujer, ¿cómo podías llegar a proporcionarle ese sentimiento a un personaje? Sin embargo, desde que encontraste a Paula eres diferente, por eso siempre quise que actuaras junto a ella. Tanto el hombre como el personaje que representas se han enamorado de esa mujer. ¿Por qué no luchas por ella, Pedro?


—¿Crees que no lo hago? ¿Que no corro tras ella a la menor oportunidad? ¿Que no le grito lo que siento hasta quedarme afónico?


—No, tú no corres, Pedro, tú sólo esperas la oportunidad para una nueva escena, una nueva ocasión en la que vuestros caminos se crucen para volver a interpretar tu papel. Pero, en la vida real, las oportunidades se nos esfuman y la marca que indica dónde debemos ponernos para comenzar nuestra actuación nunca está ahí.


—No quiero convertirme en un hombre patético —dijo Pedroevitando la escrutadora mirada de su amigo.


—Ya eres un hombre patético si no corres para conseguir aquello que deseas, si no luchas por lo que quieres tan apasionadamente como haces delante de mi cámara. Cuando te grabo con esa penosa actriz interpretando un papel que nunca fue escrito para ella, sé que tus palabras son para Paula, que tus frases son para ella y que sólo me estás mostrando lo que quieres que suceda en tu historia mientras, cobardemente, te escondes sin atreverte a perseguir tu propio final feliz.


—Sí lucho por ella, Gustavo: lo hago una y otra vez hasta que el papel de estúpido enamorado me duele demasiado. Pero si ella no quiere creer en mí ni luchar por lo nuestro, yo no puedo hacerlo por los dos.


—¿Ves? Por eso yo nunca voy a enamorarme —declaró Gustavo mientras ponía una nueva cerveza delante de su amigo y lo animaba a ahogar sus penas en ella—. ¿Qué vas a hacer cuando terminemos este proyecto?


—Creo que iré a Hollywood. Daniela me ha presentado una buena agencia donde tal vez puedan sacar provecho de mi talento.


—Pero ¿no estabas ya en una agencia?


—Sí, en la de la madre de Paula, que es como si hubiera sido creada para entretener a esa alocada mujer y nada más. Promete mucho, pero cumple poco. Y mientras me hace soñar, sigo atrapado en ella sin avanzar en absoluto. Paula y su madre se parecen mucho las dos: me hacen soñar, de distintas maneras, para acabar dejándome estancado. Y yo quiero avanzar.


—Puede ser un duro golpe para ellas perder a alguien como tú.


—Me tenían en su mano y ninguna de las dos ha sabido aprovecharme. El problema es suyo, no mío.


—Dime que no lo haces porque estás resentido con esa mujer.


—No lo hago porque esté resentido con… —comenzó a decir PedroY ante la irónica ceja de su amigo, que se alzaba sarcásticamente hacia él, conociéndolo demasiado bien, al final confesó—: Duele, Gustavo. Lo he dado todo por esa mujer, y, aun así, no cree en mis palabras. Se deja engañar fácilmente por los malentendidos y nunca cree en mí. Sólo quiero alejarme de ella y dejar de sufrir.


—¿Y qué te hace pensar que, si ahora no puedes apartarla de tu cabeza, el tiempo lo logrará?


—Pretendo llenar mis días con trabajo, mujeres y fiesta. De este modo, si no tengo ni un minuto de descanso, no podré pensar en ella. Hasta que llegue el momento en que no la recuerde.


—Pero, amigo mío, lo harás cada vez que interpretes una de esas escenas de amor porque, al actuar como lo haces, acabarás recordándola a ella una y otra vez.


—Eres un cabrón, Gustavo.


—Quizá, pero un cabrón que va a ser un famoso escritor de intriga, así que, por ahora, los guiones se han terminado para mí. Ésta será mi última película.


—¡¿Eh?! Pero ¿por qué? —preguntó Pedro confuso.


—Porque no me gusta que los protagonistas de las películas sean tan diferentes de los que creo en mis escritos y, sobre todo, porque los finales felices están muy lejos de ser ciertos —respondió Gustavo. Y, sacando el rotulador que siempre llevaba en alguno de sus bolsillos, añadió—: Y ahora que estamos lo suficientemente borrachos, vamos a dejar un buen mensaje en ese callejón de atrás, para que a mí me recuerden como a un maravilloso escritor, y a ti, como el penoso actor que en ocasiones puedes llegar a ser, estés delante o detrás de una cámara.


—Sí, ¿por qué no? Vamos allá: voy a concederles el privilegio de tener uno de mis autógrafos. Pero antes, amigo mío, para que ambos entremos en ese callejón como es debido… —indicó Pedro, bastante borracho, mientras se dirigía hacia la barra para enfrentarse al hosco pelirrojo que estaba detrás de ella, lanzándole un beso mientras le gritaba—: ¡Este beso de despedida es para su encantadora sobrina!


Cuando el furioso irlandés salió precipitadamente de su lugar para darle una lección, Pedro no huyó, sino que permaneció firme hasta que llegara su momento. Ambos hombres enfrentaron sus miradas, animados por el gentío que reclamaba una buena pelea. Pero, antes de que el dueño de ese local levantara los puños, Pedro los sorprendió a todos con una sonrisa pícara, y, en vez de golpear a su contrincante, lo cogió por la cabeza con las dos manos para plantarle un rápido y sonoro beso en los labios. Luego salió corriendo hacia el callejón, y, antes de que el iracundo tío de Paula reaccionara, o de que lo hiciera su boquiabierto amigo, Pedro dejó ese gran y pelirrojo problema en manos de Gustavo al gritar pública y desvergonzadamente:

—¡Y ése es el beso de despedida que mi amigo quería darle a usted!


En esta ocasión, Gustavo llegó al callejón antes que Pedro, aunque no por sus propios medios, precisamente… Y, tal y como los dos amigos se habían prometido, escribieron un imaginativo mensaje en esos muros:

Gustavo, uno dedicado a un pelirrojo bastante irascible y rabioso, mientras que Pedro escribió otro destinado a la mujer que se había llevado su corazón para dejarlo solo y vacío en medio de un oscuro callejón que no tenía salida alguna para su amor, aunque sí para su resentimiento.




No hay comentarios:

Publicar un comentario