—¡Te quiero! ¡Por favor, cree en mí y no me abandones! No me dejes ahora que hemos vuelto a encontrarnos… —repetí una vez más dirigiéndome a una mujer por la que no sentía nada, repasando mi guion con una novata a la que le costaba seguir mis líneas. Y, tras terminar esa frase, fulminé a mi amigo con la mirada por haber escogido esa parte en concreto de su guion para la prueba, poniendo nuevamente en mis labios las palabras que no me atrevía a decirle a Paula en voz alta y que, tal vez, se quedarían atrapadas entre mis labios cuando volviera a verla.
Suspirando hastiado a causa de todos los «te quiero» que había pronunciado en lo que llevábamos de mañana, me apoyé en la pared y cerré los ojos a la espera de la siguiente aspirante y de otra penosa actuación en la que, una vez más, pronunciaría unas palabras que nunca significarían nada si ella no estaba allí.
—Gisela Grey, ¿se llama así realmente o es un nombre artístico? — preguntó mi amigo, interesándose por primera vez en una de las aspirantes cuando entró en la sala, algo que hizo que abriera mis ojos con curiosidad para ver quién era esa mujer. Y, antes de que ella pronunciara su nombre, yo ya lo tenía en mis labios.
—Es mi nombre artístico, el verdadero es…
—Paula Chaves… —anuncié sin poder evitar acercarme hacia ella y casi babear a sus pies.
La distancia y los años habían convertido a la desgarbada chica que poco a poco salía de su cascarón que yo conocía en una hermosa mujer con pronunciadas curvas y largas piernas. Su rostro, que un día estuvo lleno de inocencia, lucía ahora una ladina sonrisa que me hacía saber que ya no era tan crédula, mientras que la ira que se manifestaba en sus ojos y que en esos momentos dirigía hacia mí me declaraba que yo era el culpable de ello.
Arrebatándole el currículum a Gustavo, contemplé su foto, donde aparecía despeinada y con unas horrendas gafas, sin gota de maquillaje.
Tras ver esa fotografía nada favorecedora supe que la mujer de la que me había enamorado aún seguía allí, aunque ahora se ocultaba de mí de otra manera. Me percaté de que Paula había tapado con su foto la de otra persona, pero decidí ignorarla y pasé a concentrarme en el fantasioso currículum de Paula a la vez que me preguntaba, algo celoso, para quién se habría arreglado tanto en esa ocasión antes de acudir a mi lado.
—«Diplomada en Arte Dramático y especializada en artes escénicas» — leí acercándome a ella. Y, mientras caminaba a su alrededor sin poder dejar de mirarla, continúe con mi interrogatorio—. Creí que te habías especializado en dirección, Paula. Después de todo, tu lugar siempre ha sido detrás de la cámara, no delante. ¿O acaso eso ha cambiado? —le pregunté cogiendo su barbilla y alzando su rostro hacia mí. Pero, al contrario que en el pasado, ella no mostró ninguna timidez.
—No sé qué decirte, ya que he aprendido algo de interpretación del mejor —respondió fijando sus retadores ojos en mí. A continuación, acortó la distancia que nos separaba acercándose a mí para apoyarse en mi pecho y susurrar en mi oído las palabras que siempre había querido oír de sus labios, descolocándome por completo—. Te he echado tanto de menos… — anunció con voz anhelante mientras sus manos me acariciaban con deseo—. Me has hecho tanta falta… —continuó apoyando su cabeza en mi pecho, como si estuviera comprobando que los latidos de mi acelerado corazón sólo eran por ella—. Me has hecho sufrir tanto… —siguió diciendo Paula con un tono dolorido que me rompió el alma—, y ahora que te tengo delante sólo quiero… —en ese instante se interrumpió para acercar sus labios a los míos en una prometedora muestra de deseo…, para luego negarme ese anhelado beso y ofrecerme una respuesta inesperada—: vengarme de ti…
Tras sus irónicas palabras, me soltó con frialdad y se alejó de mí con una maliciosa sonrisa en sus labios.
—¿Ves cómo mi actuación ha mejorado mucho, Pedro?
—¿Sabes cinco idiomas? —inquirí en voz alta, intentando recomponerme cuando lo único que quería era abalanzarme sobre ella y arrebatarle ese beso que sus labios me habían prometido, hasta hacer que esas apasionadas palabras que habían salido de sus labios mostrándome deseo fueran ciertas—. Bien, pues dime algo en cada uno de ellos.
Y, con una perfecta pronunciación, Paula me insultó imaginativamente en cinco idiomas, insultos que no quise traducir a los demás presentes en la sala, así que, antes de que me lo pidieran, continué con la entrevista.
—«Danza del vientre, claqué y…», ¿cinco años de ballet? —pregunté alzando irónicamente una ceja—. ¿Podrías hacernos una demostración de lo que aprendiste en esos cinco años, Paula? —la azucé mientras me preguntaba si su carácter se habría suavizado con los años.
—Lo siento, no me he traído las zapatillas de baile.
—Entonces ¿por qué no levantas una pierna por encima de la cabeza o algo así? Después de todo, aquí dice que eres muy flexible…
—Con estos tacones que llevo no puedo, pero no te preocupes: haré lo posible por que compruebes lo flexible que soy… —dijo ella. Y, con un artístico movimiento de los brazos, me dedicó un corte de mangas muy florido. Luego hizo una bonita genuflexión como muestra de despedida—. ¿Cómo? ¿No hay aplausos? —reclamó cuando el resto de las personas que nos acompañaban, ajenos a nuestra historia, la contemplaron boquiabiertas.
Aunque, cómo no, el pelirrojo que estaba en primera fila sí le aplaudió.
—Gracias, gracias… —dijo ella alegremente mientras le lanzaba besos a Gustavo, sacándome de mis casillas.
Por supuesto, Paula sabía que ni siquiera la dejarían tocar el guion, y menos aún después de que sacara a relucir su genio. Así que, antes de que la echaran de la sala, ella misma se dirigió hacia la salida. Yo sabía que tenía que retenerla a mi lado de alguna manera, que no podía volver a perder la oportunidad de conquistarla, pero no sabía qué tenía que hacer o decir para que no se alejase de mi lado y desapareciera de mi vida otra vez.
Mirando a todos lados, busqué con desesperación una solución que nadie me facilitaría porque eso no era el guion de una película, sino la vida real.
Sin embargo, el molesto pelirrojo al que en ocasiones llamaba amigo se apiadó de mí y le hizo una pregunta a Paula para darme la oportunidad de mantenerla cerca.
—Paula Chaves, ¿qué motivo te ha llevado a querer participar en el casting de esta película?
—Él… —respondió ella clavando sus airados ojos en mí. Y, sin llegar a comprender del todo el odio que esa mujer me profesaba, la dejé escapar de nuevo.
—Bueno, eso ha sido algo… —comenzó a decir el productor, sin saber cómo calificar esa prueba cuando ella se marchaba de la sala.
—… distinto —apuntó el director de la película, intentando relajar el tenso ambiente.
—… pero necesario —concluyó Gustavo. Y, ante el asombro de todos, exigió—: ¡Quiero a esa mujer en mi película!
—Pero ¿estás loco? ¡Si es una pésima actriz! ¡Ni siquiera está cualificada! —gritó airadamente el productor, descartándola por completo.
—¿Es que no os habéis dado cuenta todavía de lo importante que es esa mujer para esta película? —inquirió Gustavo.
—¿Por qué dices eso? —quiso saber el director, curioso—. No creo que la actuación de esa chica llegue al nivel de la del resto de las actrices que tenemos preseleccionadas.
—Puede ser, pero es que no tenéis que fijaros en ella, sino en él — manifestó Gustavo señalándome.
Y, con los ojos de todos clavados en mí, dije lo único que sabía repetir, una y otra vez, cuando tenía a esa mujer al alcance de mi mano.
—La quiero —declaré, justificando por qué la necesitaba junto a mí—. Sin duda mi actuación mejorará mucho si ella está en el reparto de la película, aunque solamente sea como un personaje secundario o una suplente.
Muchos de los reunidos suspiraron en señal de aceptación, cediendo a uno de mis caprichos; el director me miró tan pensativo como Gustavo había hecho en más de una ocasión detrás de la cámara, y el maldito de mi amigo se limitaba a sonreírme maliciosamente mientras se acercaba a mí para recordarme lo que se me venía encima.
—Por las airadas miradas que Paula te ha dirigido, sospecho que sólo quiere vengarse del actor que la abandonó.
—Lo sé —contesté recordando las palabras que ella me había susurrado beligerantemente al oído.
—Y, aun así, tú la quieres a tu lado —dijo golpeándome con compañerismo en la espalda.
—Sí —confirmé finalmente mientras me llevaba las manos a la cabeza ante lo que acababa de hacer consiguiéndole a Paula un papel en la película —. ¿Crees que estoy loco? —le pregunté a Gustavo, algo confuso ante el irracional comportamiento que había exhibido tras volver a encontrarme con ella.
—No, sólo enamorado —declaró entre carcajadas, riéndose de mí mientras continuaba—. Y créeme: esa estupidez que te posee no se te pasará hasta que consigas a la chica.
—¿Y el final feliz? —bromeé yo.
—¿Ya quieres llegar al final? Pero, Pedro…, ¡si esta historia sólo acaba de empezar! Aunque eso sí: te aconsejo que esta vez no la dejes a medias… —me advirtió, haciéndome saber que en esta ocasión tendría que luchar por ella hasta el fin.
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