—¡¡Gustavo, enhorabuena!! ¡Van a hacer las películas de tus novelas!
—¿Eh? ¡Ah! ¡Espera un momento, Natalia, contesto a un lector por Facebook y ya estoy contigo! —anunció Gustavo a su editora por teléfono mientras tecleaba un mensaje a uno de sus muchos admiradores… Pero cuando ella lo oyó recitando en voz alta el mensaje que estaba escribiendo, se preguntó cómo podía ese molesto pelirrojo tener algún lector que lo siguiera—: «Lamento que mi personaje tenga una personalidad que no le agrade…, pero es así meramente porque me salió de los cojones escribirlo de esa manera. Un saludo y a pastar».
—¡No te atrevas, Gustavo, no te atrevas! ¿Me oyes? ¡Ni se te ocurra mandar ese…!
—Mensaje enviado.
—¡Serás…! ¡No me explico cómo puedes tener algún lector todavía, cuando los tratas a patadas!
—Yo no me meto en sus trabajos, por lo que no veo por qué motivo tienen que hacerlo ellos con el mío. Si les gustan mis novelas, bien; si no les gustan, pues que no las compren…, ¡pero que no me vengan con mierdas sobre cómo deberían ser los personajes de mi historia! ¡Son como yo decido y punto! Por cierto, ¿qué decías de una película?
—¡¿Qué voy a hacer contigo, Gustavo?! En fin…, sí, te decía que, como al fin terminaste la saga «Redes de amor», la editorial ha llegado a un acuerdo con un productor de Hollywood que quiere hacer las películas de las siete novelas. ¡Así que tus escritos muy pronto darán el salto a la gran pantalla! ¿No es fabuloso?
—¡Humm! Oye, Natalia…, ¿sabes que en la universidad yo hice mis pinitos como guionista y director? —manifestó él mientras se acariciaba pensativo la barbilla.
—¡Gustavo, ni lo pienses! ¡Como les toques las narices a los de producción nos quedamos sin películas! Y tú no querrás eso, ¿verdad? ¡Piensa en el dinero! —dijo Natalia, utilizando la única baza que siempre le servía para que ese irascible pelirrojo recapacitara, algo que creyó que estaba haciendo cuando no oyó ninguna impertinencia como respuesta.
Sin embargo, su tranquilidad duró poco, porque ese hombre solamente estaba esperando el momento oportuno para soltarle una noticia que la hizo temblar de pies a cabeza.
—¡Decidido! Natalia, me voy a Hollywood. Y para que veas que soy muy responsable con mi trabajo, antes me voy a enterar de dónde son los castings para asistir a ellos y encargarme de que escojan a los actores más apropiados para interpretar a los personajes de mi novela.
—¿Cómo que «responsable con tu trabajo»? ¡Llevas un mes de retraso con la entrega de tu última novela y Samantha ha tenido que amarrarte, literalmente, a la silla, para que terminaras la anterior! «Responsable» es la última palabra que se me pasa por la cabeza para describirte, Gustavo… ¿No será que quieres escaquearte una vez más de escribir tu novela?
—No te preocupes: ya tengo completamente visualizado cómo acabará esta obra.
—¿Ah, sí? ¡Eso es estupendo, Gustavo! En ese caso, dame un adelanto, una pista, algún indicio que pueda presentarle a mi jefe para que se le pase un poco el cabreo por el retraso que llevamos.
—Sí, por supuesto, ¡cómo no! Apunta y no pierdas detalle, que es buenísimo: en la última página pondrá «Fin» —manifestó Gustavo socarronamente. Después se limitó a colgar el teléfono, dejando a su editora con la boca abierta antes de que pudiera reaccionar y comenzara a maldecirlo.
Como ya le había anunciado su viaje a su editora, Gustavo no veía necesario contactar con Natalia a cada hora, especialmente porque sólo lo molestaría con sus quejas, así que decidió desconectar su teléfono para que nadie lo incordiara. Y, de paso, también decidió apagar el móvil de su esposa por si su editora decidía presionarlo a través de ella para que acabara una novela a la que no sabía cómo ponerle fin.
Disimuladamente, entró en el estudio con la esperanza de que Samantha se encontrara absorta en sus escritos, de modo que él pudiera hacerse con el teléfono antes de que Natalia la llamara recurriendo a la artillería pesada para que lo obligara a acabar su obra. Pero, justo en ese momento, Samantha se encontraba en medio de una llamada y, a juzgar por la expresión apenada que mostraba, no se trataba de Natalia, sino de su propio editor, un tipo que no le caía demasiado bien a Gustavo, además de porque no valoraba el talento de su mujer, también porque últimamente reclamaba demasiado su atención, y Samantha estaba reservada exclusivamente para él.
Decidido a animarla, se acercó lentamente a ella para abrazarla…, hasta que oyó el tema de la conversación, momento en que comenzó a recular, intentando escaquearse hacia la salida.
—Me alegra mucho que al fin hayáis podido terminar con las copias ilegales que ese hombre vendía de mi novela en papel, sobre todo porque aún no la habíamos publicado en ese formato. Pero, Gregorio, ¿cómo puedes creer que yo sería capaz de enviar a un matón para amenazar a uno de mis lectores, por más aprovechado y caradura que éste fuera? —preguntó Samantha ofendida, hasta que su editor comenzó a describirle al matón. Y, alzando la mirada, ella pudo ver a su marido huyendo lentamente hacia la puerta—. ¡Ah! Metro noventa, pelirrojo, ojos castaños y con muy mala leche… —repitió mientras sus ojos violetas se clavaban en Gustavo, advirtiéndole silenciosamente de lo que le ocurriría si se atrevía a dar un paso más—. No, no tengo ni idea de quién puede ser… —mintió descaradamente para luego colgar a su editor mientras fijaba sus ojos en el irascible hombre que, en ocasiones, la amaba demasiado. »¡¿Cómo has podido, Gustavo?!
—¡Oh, muy sencillo! Después de que me contaras que ese tiparraco había imprimido tu novela y la vendía, lo busqué por internet y le pedí que me vendiera un ejemplar, a lo que él accedió, y quedamos para hacer el intercambio.
—¡No puedes ir por ahí amenazando a mis lectores, por muy capullos que sean!
—La editorial no podía hacer nada, cariño, ya que las copias eran vendidas en otro estado. Sólo podíamos combatir el fraude si tu editorial sacaba tu novela en formato físico y la ponían a un precio más asequible que ese desgraciado, y, como se negaban a hacerlo, no vi otra solución más que o amenazar a tu editor o a ese tipo. Y, como supuse que me tocaría dormir en el sofá si amenazaba a tu adorado editor, que me cae como el culo, opté por la segunda opción. Compré uno de tus libros pirateados, me reuní con el vendedor y luego le insinué lo que podía pasarle si volvía a cometer ese tipo de fraude. Dio la casualidad de que en esos momentos estaba escribiendo aquella novela sobre mafiosos, ¿recuerdas?, y fui a la reunión acompañado por un individuo bastante intimidante con el que me estaba documentando para la ocasión. Creo que el tipo captó bastante rápido el mensaje, e incluso me parece que se meó en los pantalones, pero, la verdad, no quise comprobarlo. »Y una cosa más: ya que Natalia no puede convencer a los de la editorial para que publiquen tus novelas, he hablado con Jorge. Después de revisar las cláusulas de tus contratos, hemos comprobado que podemos publicar tus novelas en formato físico y venderlas nosotros mismos en pequeñas librerías y a través de una página de venta online. Así que, ahora que todo está solucionado, espero impaciente tu agradecimiento… —finalizó Gustavo mientras abría los brazos a la espera de las muestras de afecto y agradecimiento de su esposa, que no tardaron en llegar cuando Samantha le soltó una sonora bofetada antes de anunciarle:
—¡Hoy duermes en el sofá!
—¡No me jodas! —protestó Gustavo.
—¡Pues mira tú por dónde que hoy voy a cumplir ese deseo y eso tampoco lo vamos a hacer! —dijo Samantha antes de intentar salir de la habitación, consciente de que, si se quedaba más tiempo, las palabras de ese tramposo la convencerían para que dejara atrás su enfado. Porque su marido no era sólo el amor de su vida, sino también el escritor de sus sueños y, cuando quería, Gustavo era capaz de crear hermosas palabras que conquistarían a cualquier mujer.
Y, tal y como suponía, ese irascible pelirrojo no la dejó marchar, sino que, abrazándola por la espalda, le susurró la única razón que ella nunca podría ignorar.
—Te quiero, Samantha, y si lo hice fue porque ese hombre te hizo llorar. Y, mientras pueda evitarlo, no quiero ver tristeza en tus ojos.
—Quiero el éxito tanto como cualquier escritor, Gustavo, pero quiero lograrlo por mí misma, porque mis libros gusten, porque la gente los reconozca, porque los lean…, no porque tú me ayudes.
—Pero ése es el problema, cariño: que si nadie los lee, no pueden ver lo buena que eres. Yo no te he comprado el éxito, simplemente te he dado un empujoncito para que tú sigas escalando, además de quitarte alguna traba del camino. Sé perfectamente lo difícil que será seguir subiendo cada escalón, pero déjame ser tu apoyo en cada momento.
Mientras Gustavo acogía a Samantha entre sus brazos, pensó si anunciarle o no la nueva noticia que afectaba a sus novelas, porque, a pesar de que ella lo adorara como escritor, siempre podía haber un momento en el que esa alegría que ella sentía por él se tornara en amargura cuando, al intentar alcanzarlo, quedara demasiado rezagada para seguir sus pasos.
—¿Y bien? ¿Cuándo nos vamos a Hollywood? —preguntó entonces Samantha, acabando de lleno con las dudas de Gustavo al mostrar en su rostro una alegre sonrisa.
—En cuanto hagas las maletas.
—Enhorabuena, cariño. Natalia ya me dijo que piensan llevar tus novelas al cine y, conociéndote, sé que querrás estar allí en persona para ver por ti mismo lo que hacen con tus libros… y también para tocarle las pelotas al director.
—No te preocupes por eso: seguro que soy de gran ayuda. De hecho, tengo en mente al actor perfecto para protagonizar esta historia. Él sabe que ese papel está hecho para él, aunque tal vez lo haga sudar un poco antes.
—Bueno, si acepto a viajar contigo es para tenerte vigilado. No pienses ni por un momento que te vas a librar de terminar esa novela en la que ya llevas demasiado retraso. Yo personalmente me voy a encargar de que le pongas un final y… ¡¿Se puede saber qué haces?! —se quejó Samantha cuando su marido la cargó sobre uno de sus hombros para dirigirse hacia su dormitorio.
—Es que antes de viajar necesito algo de inspiración, pero no te preocupes, mi vida: no tardarás en saber qué tipo de escena estoy escribiendo en estos momentos… Eso sí: te advierto de que las maletas tardaremos algún tiempo en hacerlas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario