jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 66

 


Felicitas Wright había pasado por el plató donde debía brillar la estrella a la que representaba para acabar observando solamente cómo Pedro quedaba relegado a un lugar secundario por una simple figurante. Y, mientras toda su atención se concentraba en ella, él se equivocaba una y otra vez en sus frases, en su actuación y en el desempeño de un personaje que cada vez parecía más patético porque se alejaba de la fantasía para convertirse en un hombre común y corriente.


Pedro era un profesional que nunca fallaba, que siempre hacía soñar a otros en la pantalla, pero en esas escenas que rodaba con esa mujer mostraba los defectos de un hombre cualquiera y eso no le gustaba, porque lo alejaba del ideal con el que todas las mujeres soñaban, haciéndolo parecer más humano, lo que rebajaba el caché de su representado.


Decidida a averiguar más de esa actriz que hacía peligrar la carrera de su actor, llamó a todos sus contactos para encontrarse con que esa mujer era una madre soltera que no contaba con ningún tipo de trayectoria en el mundo de la interpretación, y que si se encontraba allí era únicamente por petición expresa de Pedro y del molesto escritor de la novela en la que se basaba ese rodaje, al que en ocasiones Pedro concedía el apelativo de «amigo».


«Esa chica nos va a traer problemas», pensó Felicitas mientras cavilaba sobre cómo deshacerse de ella y de su fastidiosa influencia en la vida de su actor.


Felicitas presentía que esa mujer no era como las demás, que sus consejos o sus sermones no servirían para que Pedro se alejara de ella, así que ése sería otro más de los inconvenientes que tendría que afrontar y solventar ella sola antes de que todo se arruinara.


Tal vez un cuantioso cheque, la posibilidad de obtener un papel protagonista en alguna escena o incluso mover un guion que había oído que ella había escrito podría servirle para que se alejara de ese hombre con el que, seguramente, habría soñado en más de una ocasión.


Los nervios de Felicitas se tranquilizaron un poco al recordar que todas las mujeres que se acercaban a Pedro eran fácilmente sobornables, porque para ellas el actor tan sólo era una fantasía, y ese amor que creían profesar por el hombre al que veían en la pantalla nunca era real. No obstante, cuando vio a un bonito niño de unos ocho años y encantadora sonrisa que correteaba por el plató mientras era reprendido por esa mujer, comenzó a temer por su carrera y por la del actor al que representaba: esas facciones tan parecidas a las de Pedro la llevaron a recordar unas malditas cartas que, durante muchos años, había mantenido alejadas de su actor. Al principio porque creyó que se trataba de una broma o de una mentira interesada. Pero luego, cuando comenzó a recibir unas fotografías de ese niño cada año, siempre en una fecha en concreto, y detectó los rasgos de su actor en ese chico, supo que la realidad era peor de lo que había imaginado.


Una familia era algo que Pedro no podía permitirse tener si quería seguir escalando hacia el éxito. Tras abrir las primeras cartas, las demás fueron devueltas a esa persistente mujer sin abrir siquiera. Felicitas se encargó de hacerle llegar cuantiosos cheques con la intención de comprar su silencio, pero éstos le eran devueltos siempre de maneras muy imaginativas: en una ocasión el cheque le fue devuelto tras plegarlo en forma de ave; en otras, como una flor, un barquito, un avión y, la más imaginativa de todas, un cerdo que bautizó con el nombre de Pedro.


Definitivamente, ésa era una mujer a la que Felicitas nunca podría sobornar, y ahora comenzaba a preocuparse de veras porque ella se acercara demasiado a su representado. Era evidente que ese vanidoso actor no era el mismo delante de esa chica. No la trataba como a las demás mujeres, y sus falsas sonrisas parecían reales y sinceras cuando estaba en su compañía.


Un amor de verdad era algo que Pedro no podía tener, porque entonces ninguna mujer podría seguir soñando con alcanzarlo o con oír esas palabras de amor dirigidas a ella: un amor de verdad acabaría con la magnífica carrera de su representado.


—Si no puedo sobornarte, entonces tendré que destruirte… —susurró Felicitas mientras fijaba sus despiadados ojos en esa mujer que nunca debería haberse cruzado de nuevo en la vida de Pedro y que debería haber aprendido con el devenir de los años cuál era su lugar: uno lo más alejado posible de él—. Si no sabes cuál es tu sitio, yo te lo enseñaré… —murmuró mientras sonreía maliciosamente, reflexionando sobre la mejor manera de alejarla de él para siempre.




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