Después de que Romeo abandonara la escena haciendo lo que sólo los mejores actores eran capaces de lograr con su actuación, esto es, dejarlos a todos impactados, Amalia no dudó en correr tras su nieto. Y, mientras hacía todo lo posible por alcanzarlo, no sabía si reprenderlo por haber echado a perder su oportunidad o besarlo por haber hecho sudar a ese hombre que tanto daño le había hecho a su hija. No obstante, cuando dio con él, las dudas se resolvieron por sí solas y simplemente lo besó y lo abrazó. Y cuando su nieto se retiró de sus desmesuradas muestras de cariño, le explicó el porqué del papel que había representado.
—Ese hombre no es como yo imaginaba, no es como en la pantalla: ha hecho llorar a mamá.
—Te imaginabas a un héroe, ¿verdad? —preguntó Amalia al ver la desilusión en el rostro de su nieto—. Pero no debes olvidar que ése solamente es un papel, ni tampoco que los actores sólo son hombres que en ocasiones ocultan muy bien sus defectos, de los que algunos tienen más que otros.
—¡No se la merece! —exclamó Romeo furioso.
—Si merece o no estar al lado de tu madre es algo que tiene que decidir ella, cariño.
—¿Mi abuelo es igual? —preguntó Romeo a su abuela buscando la verdad. Y, a pesar de las innumerables mentiras que Amalia podía llegar a decir, en esta ocasión dijo la verdad.
—Tu abuelo sólo es un hombre con muchos defectos.
—Y entonces ¿por qué te enamoraste de él? ¿Por qué lo hizo mamá de ese hombre?
—Porque únicamente nosotras fuimos capaces de ver al hombre, y no al actor. Y mientras adoramos a las personas que eran, comenzamos a odiar la eterna actuación detrás de la que se escondían. Ellos prefirieron seguir actuando, y nosotras, volver a guardar nuestro amor.
—¡El amor es un asco! —opinó Romeo, sin terminar de comprender esa locura que únicamente les acarreaba un sinfín de problemas y dolor a los tiernos corazones de su madre y de su abuela.
—Tienes toda la razón, Romeo, por eso nos vamos a concentrar en tu carrera. Para la próxima ocasión encontraré un casting adecuado para ti y… —comenzó a planificar Amalia emocionada, pero la ladina sonrisa de su nieto acabó de lleno con sus planes.
—No puedes, abuela, porque vas a estar muy ocupada asistiendo a un programa sobre viejas promesas del cine al que te he apuntado.
—¡Romeo! ¿Cómo puedes hacer algo así sin mi consentimiento? — inquirió Amalia, haciendo que su nieto alzara irónicamente una ceja.
—¿De verdad estás preguntando eso, abuela? —preguntó sarcásticamente el pequeño, recordándole a Amalia las tortuosas audiciones a las que ella lo había apuntado sin decirle nada.
—¡No estoy preparada para salir de nuevo en pantalla! ¡No soy como antes y…!
—Vas a brillar, abuela —dijo él, recordándole las palabras que ella siempre le repetía a su hija.
—¡Hum! Eres un adulador encantador al que nunca podré decir que no… —cedió finalmente Amalia, decidida a aportar ella también su pequeño granito de arena en ese viaje—. Pero ¿en serio? ¿Un programa de viejas estrellas…? —comenzó a discutir con su nieto sobre los pormenores de ese trabajo, uno en el que rogaba no volver a encontrarse con el hombre que una vez le rompió el corazón.
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