jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 10

 


—¡Paula, si ese tipo no se calla, va a acabar con su culo en el callejón! — susurró mi tía Nieves cuando vio cómo mi tío, desde la barra, le dirigía otra furiosa mirada a ese penoso actor que, definitivamente, además de amargarme el día en la universidad, había decidido fastidiarme también en mi trabajo.


—No es algo que no merezca, tía. Además, míralo bien: los hombres como ése nunca lloran por amor.


—Cuando nos rompen el corazón, todos lloramos, Paula, lo que pasa es que unos lo sabemos ocultar mejor que otros —dijo tía Nieves, señalando los lamentos de Pedro Alfonso, que cada vez eran más penosos.


—¿De verdad crees que alguna chica es capaz de decirle no a un hombre como ése?


Y, antes de que mi tía me contestara, ese quejoso hombre que se apoyaba en la barra me llamó para pedirme una nueva cerveza.


—¡Te he dicho que no! —negué contundente como respuesta a los múltiples halagos que Pedro me dedicaba sólo para conseguir otra bebida, algo que hizo que mi tía alzara irónicamente una de sus cejas.


—Pues, por lo visto, tú no tienes ningún problema en decirle que no…, así que es todo tuyo —anunció, desentendiéndose de ese hombre por completo a la hora de servir las mesas. Gracias a Dios que ahí estaba mi tío para resolver el gran problema que resultaba ser para mí Pedro Alfonso.


—Y ahora se pone a cantar…, ¡eso sí que no! —masculló mi tío cuando Pedro acabó con su paciencia al comenzar a entonar alguna que otra canción de amor, espoleado seguramente por el perverso pelirrojo que tenía a su lado.


Pedro dirigió su penosa actuación de hombre herido a causa del amor hacia mí, algo que, después de ver cómo se comportaba en la universidad, no creí ni por un momento. Con una perversa sonrisa, le advertí lo que se le avecinaba; luego, cuando mi tío se hartó de sus quejidos, abandonó su lugar tras la barra y, para asombro de Pedro, se abalanzó sobre él y lo placó contra el suelo.


Todos gemimos de dolor después de ver el golpe que se había dado ese niño bonito, aunque agradecimos que finalmente hubiera acabado con unos lamentos que ninguno teníamos ganas de oír.


Tras ese duro golpe, mi tío lo levantó del suelo, y, azuzado por el pelirrojo que se suponía que era amigo de Pedro, se dispuso a practicar el lanzamiento de troncos, en el que mi tío Alberto era todo un experto, usando un conveniente sustituto.


Cuando el trasero de ese sorprendido y confuso hombre acabó en el famoso callejón de atrás, no pude resistirme a provocarlo y fui tras él con un rotulador para que me mostrara qué parte de verdad había en la penosa actuación con la que pretendía hacernos creer a todos que estaba enamorado, cuando la verdad era que un hombre como él, que resultaba tan falso ante la cámara, nunca podría haber llegado a amar de verdad a ninguna mujer.




No hay comentarios:

Publicar un comentario