Derrumbado en el sofá de mi solitario apartamento, intentaba mantener una conversación racional con el amigo que me había abandonado, después de olvidar que ese tipo de conversaciones eran algo imposible de mantener con un desquiciante individuo como él.
—¿Se puede saber dónde estás, Gustavo? —le pregunté, sintiéndome más solo que nunca ahora que él y su mujer se habían marchado y ya no tenía a nadie con quien compartir mi dolor.
—Creí que al irme de tu lado me libraría de tus lloros, no que éstos persistirían a través del teléfono.
—¡Yo no lloro! —me quejé infantilmente, sabiendo que cuando Paula estaba de por medio eso no era cierto.
—Pero te quejas muy alto y eso me molesta y me arrebata la inspiración.
—No creo que te afectara mucho cuando escribiste siete novelas inspiradas en mí —le eché en cara molesto a mi insufrible amigo.
—Tú también te has dado cuenta de que mi protagonista se asemeja un poco a ti, ¿verdad? —inquirió él, irónicamente, para tocarme las narices.
—¿Cómo no darme cuenta, si utilizas escenas de mi existencia para dar vida a esa pareja? ¿Por qué narices crees que pongo todos tus libros a calzar mi viejo sillón?
—No sé, pensaba que sufrías un bache económico o que quizá le tenías demasiado apego a ese mueble como para tirarlo.
—No, lo cierto es que más bien le tengo demasiado apego a un cierto pelirrojo como para tirar a la basura las novelas que me manda únicamente para fastidiarme.
—Entonces, si las has leído, ¿por qué no sigues el mismo ejemplo de los protagonistas y persigues tu final feliz, capullo? —me increpó Gustavo, dejando de lado sus burlas—. Samantha y yo nos hemos trasladado a un hotel para que la prensa que te rodea no invente absurdas mentiras acerca de que ella es tu nueva amante o, peor aún, que lo soy yo, con lo que mi imagen pública decaería bastante haciendo bajar mis ventas.
—Gustavo, eso ya lo haces tú solito sin ayuda de la prensa —repliqué a mi amigo, haciéndole recordar su mal carácter.
—No deberías estar llamándome a mí, sino a Paula, para explicarle lo falsas que son esas acusaciones. Especialmente después de haberte acostado con ella.
—¿Cómo sabes que me acosté con ella? —le pregunté a Gustavo algo molesto, pues me conocía demasiado bien.
—Te dejé a solas en una habitación con la chica que amas, que estaba casi desnuda y bastante excitada. Si sumamos a estos hechos que tú nunca has sido el caballero que pretendes aparentar ante todos no hay que ser muy listo para deducir lo que ocurrió después de que yo me marchara.
—Lo que pasó es que dejé que esa mujer me utilizara y me rompiera el corazón otra vez —confesé mientras me paseaba nervioso por mi apartamento—. Tengo un hijo, Gustavo: Romeo, y esa mujer…, ella piensa de mí lo peor…
—No es algo nuevo, pero dime, ¿qué has hecho en esta ocasión para que Paula te odie?
—¡Ése es el quid de la cuestión: que yo no he hecho nada! ¡Ella me gritó a la cara todo su resentimiento acompañado de unas acusaciones que nunca comprenderé! Ella asegura haberme notificado mi paternidad y habérmela recordado cada año con unas fotografías de los cumpleaños de Romeo que yo nunca recibí… O ella miente o alguien muy cercano a mí me ha hecho mucho daño.
—A juzgar por lo que oímos de ese cantante de tres al cuarto antes de que le partieras la boca, yo apostaría a que alguien quiere apartar a Paula de ti a toda costa. ¿Qué te juegas a que es tu representante?
—¡No jodas, Gustavo! Felicitas me ha apoyado desde el principio de mi carrera, ha estado junto a mí en los buenos y malos momentos y…
—Y te ha hecho subir a lo más alto deshaciéndose de todos los obstáculos que se encontraban en tu camino. Si lo piensas detenidamente, para ella Paula siempre ha sido un obstáculo. Tanto cuando empezaste tu carrera como ahora.
—No, Gustavo, no puedo creerlo. Felicitas no puede haberme traicionado de esa manera…
—¿Y Paula sí? ¿De verdad crees que ella te mentiría en algo tan serio como tu paternidad? ¿O es lo que quieres creer para alejarte de nuevo de ella y no tener que poner en juego tu corazón?
—Estoy acostumbrado a que me abandone…
—Pero no a que te mienta. Enfréntate a la verdad, Pedro, y no la dejes de lado por el miedo a que duela demasiado porque, de lo contrario, puedes acabar perdiendo mucho y darte cuenta de ello sólo cuando ya sea demasiado tarde. Entonces nadie podrá ayudarte a esquivar ese dolor que te infligiste tú solo.
—Tal vez me enfrentaría a Paula si no me fuera del todo imposible llegar hasta ella en estos momentos —repuse intentando esquivar la verdad hacia la que me empujaba mi amigo.
—Cobarde —dijo Gustavo antes de colgarme y apagar su teléfono para que no lo siguiera incordiando con mis quejas porque, como me había insistido mil veces, si yo no quería avanzar, él no estaba dispuesto a recorrer el camino por mí. Aunque, como siempre, sí me daría algún empujoncito para que yo lo hiciera solo.
—¿Cómo puedo saber la verdad? —me pregunté sentándome en el sofá de mi solitario apartamento.
Y, mientras recostaba la cabeza en el reposabrazos entre suspiros, resignado a no saber nunca lo que Paula sentía por mí, alguien tocó al timbre de una forma bastante molesta.
Dispuesto a acabar con el escandaloso individuo que se había apoyado en el timbre, me dirigí furioso hacia la puerta. Cuando llegué a ella recordé que la prensa había rodeado mi vivienda y supuse que tal vez alguno habría logrado atravesar la estricta seguridad, así que, ojeando por la mirilla, observé quién era el fastidioso personaje tras ella. Al ver ante mí a una pequeña niña vestida de exploradora y llevando una caja de galletas puse en mi rostro una falsa sonrisa antes de abrirle la puerta.
Pero en cuanto abrí me di cuenta de que había sido vilmente engañado, pues la exploradora se deshizo de su peluca de bonitos rizos rubios, y, aprovechando mi asombro, entró en mi hogar para, a continuación, dirigirme una seria y desaprobadora mirada mientras me reclamaba:
—Tú y yo tenemos que hablar, papá.
Luego, sin esperar respuesta, Romeo esparció a mis pies el contenido de esa caja que llevaba, que no eran galletas, sino varias cartas que demostraban que las afirmaciones de Paula eran ciertas, lo que me impedía que siguiera huyendo de la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario