No me podía creer que el destino hubiera puesto a Paula de nuevo en mi camino, a pesar de lo mucho que ella quería evitarme. Y, sabiendo que en esta ocasión no podía huir de mi lado debido a que sustituía a su madre como mi representante, aproveché el momento para recordarle lo buen actor que podía llegar a ser, y, así, queriendo acercarme una vez más a ella, traté de conquistarla de nuevo con cada una de mis palabras. Sin embargo, en el proceso olvidé lo crítica que era Paula conmigo.
Guiándome como toda una profesional, algo que no aparentaba a causa de ese llamativo traje rosa que vestía y que dañaba la vista, se mostró fría y distante conmigo y cada una de mis palabras. Y, si había algo que me dolía, aparte del hecho de que me odiara, era que me ignorara, intentando demostrarme que no significaba nada en su vida.
Decidido a no permitir que Paula siguiera desoyendo mis palabras de galán encantador, pasé al papel de villano despiadado y me dediqué a piropear y halagar a todas las mujeres que encontraba a mi paso con las mismas vacías palabras que segundos antes le había dedicado a ella. Y, al contrario que con Paula con las demás mujeres mis encantos funcionaron bastante bien, llevándome incluso a conseguir algún que otro número de teléfono que Paula me quitó furiosamente de entre las manos al tiempo que me recordaba que habíamos ido allí a trabajar. Tras ese arrebato, me fulminó con la mirada mientras caminábamos hacia donde se llevaría a cabo el casting, pero al menos ya no me ignoraba.
Una vez que llegamos ante una larga mesa, donde tres personas nos observaban escrutadoramente, Paula se puso nerviosa y no supo qué hacer mientras permanecía rígidamente de pie.
—Preséntate… —le susurré al oído, logrando que finalmente reaccionara.
Ella dio entonces un paso hacia delante, extendió su temblorosa mano hacia cada uno de esos serios hombres y, en vez de decir el nombre de su empresa de representación, dijo el suyo, haciendo que me llevara una mano a la cabeza.
—¡Dales tu tarjeta! —le susurré de nuevo cuando regresó a mi lado.
Y Paula volvió a ir hacia ellos, haciendo malabares con unas tarjetas que acabaron cayendo encima de los jueces de la audición en vez de en sus manos.
Negando reprobadoramente con la cabeza, sonreí ante su torpeza, una torpeza que, aunque a esos serios hombres con sus fruncidos ceños no les había gustado, a mí me había parecido encantadora.
—Preséntame… —la guie de nuevo mientras, con un gesto de la mano, le cedía mi lugar en escena con una satisfecha sonrisa a la espera de unas halagadoras palabras que ella nunca tendría para mí. Y esperé, y esperé…, y aún seguiría esperando si no le hubiera indicado con un sutil carraspeo que dijera algo.
—¿Se puede saber qué te pasa? —protesté con un leve susurro.
—Es que aún estoy pensando en alguna virtud tuya que pueda mencionar y, la verdad, no puedo encontrarte ninguna.
—¡Pues piensa más rápido! —la apremié mientras los responsables del acto comenzaban a impacientarse.
Tras contemplar su gesto pensativo, aguardé con impaciencia para conocer qué cualidades destacaría de mi persona, qué resaltaría de mí, ya fuese como actor o como hombre, puesto que en esta ocasión no podía criticarme con sus duras palabras, sino que estaba obligada a hablar bien de mí por el bien de la empresa de su madre.
—Éste es Pedro Alfonso, es un maravi…, un actor cuya principal cualidad es… es…
Y mientras esperaba a oír unas palabras de elogio que aún no acababan de salir de su boca, sonreí complacido al imaginar que tal vez haría hincapié en lo profesional que era, en cómo me metía en el papel cada vez que estaba delante de la cámara, en cómo me preparaba cada personaje con todo lujo de detalles o en las múltiples facetas que podía exhibir ante todos. Pero tal vez esperé demasiado de una mujer que nunca veía ante ella al actor, sino al hombre…
—Que se tira a todo lo que se menea… —concluyó Paula finalmente. Y antes de que comenzara a explicar con mayor detalle unas cualidades de las que yo, sin duda, no quería presumir en ese casting, le tapé la boca con una mano y, con una de mis encantadoras sonrisas, disculpé sus errores mientras comenzaba a actuar delante de todos, convenciendo a esos severos hombres de mi talento y de mi habilidad delante y detrás de las cámaras.
Finalmente, los jueces de la audición quedaron rendidos ante mi carisma y cayeron ante mí. Todos excepto la chica que, a pesar de haber conseguido ese trabajo, aún me fulminaba con la mirada. A mí y a cada una de las mujeres que se despidieron de mí con una incitante sonrisa.
—Admítelo, Paula: tu nerviosismo cuando estás a mi lado y tu forma de apuñalar con la mirada a esas mujeres a las que les dedico vanos halagos únicamente pueden significar que, por más que lo intentas, todavía no puedes olvidar esa noche ni ninguna de las palabras que nos dijimos, al igual que las caricias que nos dedicamos. Tan sólo tienes que pedírmelo para que ese momento vuelva a repetirse, vamos: di que me quieres —le dije poniéndome delante de esa furiosa mujer mientras la acorralaba entre mis brazos, ya que sabía que, si seguía enfadada conmigo, podía dejar salir alguno de esos sentimientos que aún persistían en ella, a pesar de que intentara ocultarlos.
—Esa noche fue un error que no volverá a repetirse porque ni tú eres tan buen actor como para que yo creyera en tus palabras, ni yo soy tan tonta como para dejarte repetir esa escena —dijo partiéndome el corazón.
Y, comportándome de un modo tan canalla como cualquier hombre despechado, me acerqué a ella para arrebatarle un beso que la hiciera rendirse de nuevo ante la pasión que siempre bullía entre nosotros a la menor oportunidad.
Primero rocé sus labios levemente con la dulzura que ella siempre deseaba de mí, unos tiernos besos que la hicieron rememorar mis caricias pero que no la enardecieron lo suficiente como para despertar los recuerdos de la pasión de aquella noche. Cuando unas leves protestas comenzaban a salir de sus labios, me apoderé de ellos y mi lengua buscó esa ardiente respuesta que ella tenía sólo hacia mí. Sin piedad, lo reclamé todo de ella, y solamente cuando un gemido de placer escapó de su boca, señal de que Paula se rendía ante mi beso, me aparté para recordarle perversamente:
—Admítelo: nunca podrás ignorarme cuando yo entre en escena.
La respuesta a mis palabras fue una fuerte bofetada que me mostró que, como siempre que sobreactuaba frente a ella, me había lucido de lo lindo en mi escena de amor, estropeándola por completo.
—No te preocupes, lo intentaré —contestó antes de dejarme solo, haciendo que me preguntara por qué motivo a los protagonistas de las películas les daban buen resultado esas frases y a mí siempre me fallaban con ella.
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