Una vez en mi apartamento, mientras tenía a Paula entre mis brazos, no sabía qué palabras decir para que ella se sintiera mejor. No sabía si lo correcto era defender a un hombre que había hecho tanto daño a la madre de la mujer que amaba o explicar las razones que Amalia hubiera podido tener para guardar silencio durante tantos años.
Sentía que su historia era demasiado parecida a la mía y no sabía cómo excusarlos ante Paula, porque yo mismo no tenía excusa hacia mis acciones, que nos habían hecho tanto daño a los dos. Tampoco estaba dispuesto a condenarlos como hacía ella, porque entonces condenaría mi propia historia y yo quería un final feliz para mí. Me merecía un final feliz distinto del de ellos.
Sirviéndome una copa para pasar el mal trago por lo que tenía que hacer a continuación, que no era otra cosa más que tratar de que Paula se enfrentara a su historia y dejara de esconderse de sus problemas, me dirigí hacia ella. Pero cuando llegué a su lado, no fui yo quien se tomó ese trago, sino Paula, que me arrebató el vaso para vaciar su contenido de una vez.
—Sé lo que vas a decirme, pero no hay ninguna justificación posible para disculpar que mi madre me haya ocultado la verdad durante todos estos años.
—Entiendo que no puedas comprender a tu madre, ¿Quién sería tan cruel de ocultarle a su hijo la identidad de su padre, incluso después de haberlo conocido? —repliqué con ironía, mirándola acusadoramente al tiempo que le recordaba que ella había hecho exactamente lo mismo con Romeo—. ¿Y qué razón podría tener esa mujer para no hablarte de ese hombre, para no recordar todos los momentos que habían pasado juntos por más dolorosos que fueran y confesar cada uno de ellos a su hijo para que éste conociera la verdad?
—No es lo mismo, Pedro. Yo no soy mi madre…
—¿Por qué no es lo mismo? A mis ojos, la historia se repite. No comprendo cómo puedes juzgar tan duramente a tu madre cuando tú has hecho lo mismo y, sin duda, comprendes por qué razón guardó silencio.
—¡Yo no soy como Amalia Chaves! Ella es…, ella brilla, es una estrella, es vanidosa, esplendorosa, y siempre tiene que ser el foco de atención allá donde vaya. Ella es…
—¡Ah, ya veo! Y eso significa que un corazón roto le dolerá menos — dije intentando hacerle ver lo parecidas que eran su madre y ella a pesar de que Paula lo negara. Y algunas de mis palabras debieron de hacerle recordar algún momento de debilidad que había visto en su madre, ya que sus recriminaciones se calmaron un poco.
—Debería habérmelo dicho, ya no soy una niña —se quejó dejándose caer en mi sofá.
Yo, viendo lo mucho que necesitaba mis brazos, la cobijé entre ellos y le susurré unas palabras que ella no había podido evitar dejar escapar en la primera escena de amor que volvimos a representar en nuestro reencuentro y que, seguramente, Amalia se repetiría al pensar en el hombre al que había amado en una ocasión.
—¿Y si aún duele demasiado?
No sabía si mis palabras eran las más indicadas o estaban equivocadas, pero la reacción que obtuve de Paula fue que guardara silencio y derramara alguna que otra lágrima sobre mi pecho antes de acallarme con sus besos para tomar de mí el consuelo que necesitaba.
Había tantas cosas de las que teníamos que hablar, tantas cuestiones que aún no habíamos zanjado… y, aun así, las pospuse todas. Cuando Paula reclamó mis labios, no pude evitar dárselo todo a la mujer que amaba, pensando si esa ocasión sería el momento en que, al fin, ella creería en mis palabras y mi «te quiero» quedaría grabado en su corazón de una manera que no pudiera negar que la amaba.
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