jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 43

 


Impaciente, Amalia intentaba ver cuál había sido la respuesta del hombre del que su hija se había enamorado, deseando con todas sus fuerzas que, al contrario que ella, Paula triunfara en el amor. Pero, por lo visto, ninguna de las dos tenía suerte en ese tema.


Las lágrimas que derramó su hija fueron más desgarradoras que las que ella vertió un día, y, cuando la carta que Paula sostenía entre las manos resbaló de éstas, Amalia no dudó en recogerla para ver cuál había sido la respuesta de ese hombre y comprobar si todavía había una historia pendiente entre ellos o si, finalmente, ésta había terminado.


Amalia leyó unas frías palabras como respuesta al embarazo de su hija, acompañadas por un cheque: «Espero que esto te baste para solucionar tu problema», tras lo que maldijo una y otra vez a ese malnacido.


Unos instantes después, se percató de que las lágrimas de su hija habían cesado y que, con un grito de furia, Paula se había decidido a expulsar definitivamente a ese hombre de su corazón. Amalia no sabía el motivo del repentino cambio en el comportamiento de Paula, hasta que ella le enseñó la otra parte del mensaje de ese hombre, que había permanecido en el sobre hasta entonces, un mensaje que se reía de la forma más cruel posible del amor que ella hubiera podido sentir por él.


—«Con mucho amor para una chica muy especial» —leyó irónicamente Paula la dedicatoria que acompañaba a la sonriente foto del vanidoso actor, un presente que los famosos repartían entre sus seguidoras con un mensaje estándar que probablemente ni siquiera hubiera escrito él mismo, sino algún becario, haciéndole con ello el desprecio máximo al señalarle que ella nunca había significado nada para él y que, al contrario de lo que le habían asegurado sus palabras en el pasado, Paula únicamente había sido una más de tantas estúpidas que perseguían su amor.


—No lo necesitas en tu vida —le dijo suavemente Amalia, alzando el apenado rostro de su hija hacia ella para limpiar las lágrimas que tanto le recordaban su mismo dolor—. Escúchame bien, Paula: ¡no lo necesitas en absoluto! —exclamó mientras unas silenciosas lágrimas de dolor se unían a las de su hija por unos amargos recuerdos.


—¿Cómo lo hiciste, mamá? ¿Cómo luchaste contra este dolor? — preguntó la joven, tan perdida como una vez lo estuvo Amalia. Y, como ella hizo en el pasado, le dio a su hija un motivo para levantarse, para luchar y no derrumbarse por alguien que no valía la pena y que, al contrario que en las películas románticas, no era un gran amor lo que se había cruzado en su vida, sino un gran cabrón con el que había tenido la desgracia de tropezarse en su camino.


Despejando la diana que tenía su hermano en el salón, Amalia clavó la foto de Pedro en su centro. Y, poniendo a su hija frente a ella, le entregó unos cuantos dardos con los que desfogarse.


—Tu meta ahora es tener a ese niño, que será todo tuyo; luego, perseguir tus sueños y alcanzarlos de una forma brillante para que, cuando te vuelvas a cruzar con él, ese cerdo no pueda evitar arrepentirse de haberte dejado ir. Vas a hacer que se atragante con cada una de las palabras que un día te dijo y que, a pesar de los años, no podrás olvidar. Y, cuando se encuentre nuevamente ante ti y se enamore de esa nueva Paula, como hacen siempre en esas estúpidas películas de amor, te resarcirás de cada una de tus lágrimas con su dolor.


—¿Eso es lo que tú hiciste, mamá? —preguntó Paula confusa, sosteniendo los dardos entre las manos, sin atreverse siquiera a apuntar con ellos hacia la imagen del hombre al que una vez amó.


—Eso es lo que aún estoy haciendo, hija, y aunque no lo he conseguido del todo, todavía mantengo la esperanza de que algún día volveré a encontrármelo. Y entonces estaré preparada para ello.


—¿Por qué crees que volverás a ver a mi padre? ¿Porque crees que las parejas predestinadas siempre vuelven a encontrarse? —inquirió la joven, confundida con lo soñadora que podía ser su madre a pesar de sus circunstancias.


—No, Paula, lo creo porque, como los finales felices no existen en todas las historias de amor, en mi historia lo voy a poner yo a mi manera — declaró Amalia. Y, arrebatándole un dardo a su hija, apuntó, lo lanzó y lo clavó en el bonito rostro de ese actor que tanto le recordaba a otro.


La animada respuesta de su hija no se hizo de rogar, y, demostrando tener la misma fuerza que su madre, le confirmó que esta vez estaba de acuerdo con seguir sus alocados planes cuando un segundo dardo se unió al anterior, haciendo que ambas se rieran de ese dolor que, sin duda, algún día se desvanecería de sus corazones. Tal vez cuando rompieran los de esos hombres que habían jugado con ellas. Porque… ¿qué podía doler más que un corazón roto?





No hay comentarios:

Publicar un comentario