—¡Bueno, ya está! Ya he llevado a cabo mi buena obra del día evitando que te drogaran —manifestó Gustavo en mi oído cuando volvió a mi lado, dejándome muy confuso con sus palabras.
—¿Que has evitado qué?
—¡Ah! Estoy demasiado ocupado para explicártelo, y tú eres demasiado tonto para entenderme, así que resumámoslo en que, una vez más, te he salvado el pellejo.
—¿Has bebido? —le pregunté a Gustavo, pensando si tendría que cargar con él como hacía en nuestros tiempos en la universidad cuando ese fastidioso personaje dejaba salir su vena más gamberra y se desmadraba.
—Soy un escocés en una fiesta donde abunda la cerveza, ¿tú qué crees? —inquirió él burlón, alzando irónicamente una ceja para luego coger una nueva cerveza de la bandeja de una camarera que pasaba por su lado—. ¿Cómo te va con la seducción de Paula? ¿Se deja o no? —me interrogó mientras se sentaba junto a mí, con una voz lo suficientemente alta como para que la mujer que estaba sentada a mi lado lo oyera.
Paula se rio de las palabras de Gustavo y contestó alegremente a mi amigo mientras ambos me ignoraban, un hecho que no me gustó nada, ni a mí ni a mi ego de actor.
—Ahí, ahí…, todavía estoy pensando si caer o no —repuso la aludida sonriendo mientras movía la mano haciendo un gesto de duda, acompañando sus palabras.
—¿Qué más te da, Paula? Quédatelo tú esta noche, que como se vaya solo a casa me veré obligado a soportar sus patéticos lloros por teléfono y así no hay manera de inspirarse para escribir una novela romántica…, a no ser que los protagonistas sean dos hombres, un género que no me apetece explorar, la verdad.
—¡Eh! ¡Yo no lloro! —me quejé. Y la impertinente ceja de mi amigo volvió a alzarse recordando todas las veces que había necesitado desahogarme de mi dolor con un colega. Para mi desgracia, y la suya, yo sólo lo tenía a él.
—Vale, en ese caso te lamentas muy fuerte —sentenció al fin, dándome la razón como a los tontos mientras intentaba venderme a Paula de nuevo—. ¿Es que no te da pena esta carita desamparada? —continuó Gustavo, levantando mi rostro cabreado. Pero como lo giró para dirigirlo hacia Paula, acabé manteniendo una estúpida sonrisa de bobo enamorado que casi la convenció para llevarme a casa con ella. Hasta que la actriz principal de la película puso sus grandes encantos muy cerca de mi cara y el alegre humor de Paula se acabó por completo.
—¡Hola, chicos! ¿Podéis hacerme un hueco para que hablemos sobre la película? —dijo Lidia intentando llegar hasta mí.
Pero tanto Gustavo como Paula se cruzaron de brazos. Y, tras pegarse celosamente a mí, le dijeron groseramente en voz alta:
—¡No hay sitio!
Interpretando mi papel de hombre encantador, intenté alejar a Lidia con diplomacia, lo cual no funcionó con esa mujer tan empalagosa.
—Como puedes ver, aquí no hay sitio, Lidia, así que tal vez puedas encontrar un lugar en otra mesa.
—¡Oh, no te preocupes, Pedro! Yo misma me haré sitio —replicó ella mirándonos desafiante mientras se dirigía con sensualidad hacia el hombre que estaba sentado junto a Gustavo y desplegaba todos sus encantos con él.
Para desgracia de Lidia, el pelirrojo también desplegó los suyos.
—Como te muevas, te arreo… —amenazó Gustavo a su vecino de asiento al tiempo que le dedicaba una fiera mirada. La reacción de ese hombre me llevó a suponer que el pobre no se movería de su lugar en toda la noche.
Sin embargo, para nuestra desgracia, la silla junto a Paula estaba vacía, por lo que Lidia se apresuró a reclamar ese lugar, molestándonos con su presencia.
En otras circunstancias me habría disgustado la impertinente insistencia de esa actriz, pero con su presencia y sus insinuaciones consiguió que Paula se pegara más a mí, y yo, como el sinvergüenza que era, no dudé en aprovechar el momento para demostrarle a mi manera que ella era la única mujer que me interesaba.
Mientras asentía ante las idioteces que esa actriz decía y mantenía en mi rostro una máscara de cordialidad, mi mano se deslizó audazmente por debajo de la mesa hasta el muslo de Paula. Ella me miró sorprendida mientras me advertía con la mirada que no siguiera con mis avances, pero yo hice caso omiso y proseguí.
Mi mano deslizó un poco el vestido hacia arriba y así pude tocar la desnuda piel de esa mujer, descubriendo unas tentadoras medias de liga que me hicieron desear que estuviéramos solos. Para no contrariarla demasiado, mi mano únicamente permaneció apoyada sobre su pierna, sin más. Pero, pasados unos instantes, me dispuse a acariciar su muslo distraídamente, de arriba abajo, hasta llegar al borde de esa liga que me estaba matando. Ella me reprendió una y otra vez con la mirada, pero, a pesar de ello, yo no me detuve, sino que continué con mis juegos por debajo de la mesa.
Como la estrategia de fulminarme con la mirada no le sirvió de nada, Paula decidió pasar a ignorarme entablando una conversación con Gustavo sobre su guion, y yo la dejé hablar confiadamente hasta que, mientras ella le daba un nuevo trago a su bebida, me deslicé entre sus apretados muslos, e, indagando entre ellos, introduje mi avasalladora mano en sus bragas de encaje, donde comencé a acariciarla.
Ella se atragantó y, mientras Gustavo se levantaba para dar algún que otro golpecito en su espalda para ayudarla, yo deslicé con habilidad los dedos por la parte más sensible de su cuerpo para ayudarla de otra manera.
Me mataba no mirarla mientras simulaba prestar toda mi atención hacia otra mujer, pero, apoyando la cabeza despreocupadamente sobre mi brazo, mi traviesa mano hacía lo que en verdad deseaba.
Tratando de detener mis avances, Paula deslizó su mano hacia la mía.
Pero, con ello, en vez de interrumpirme, sólo logró avivar mi deseo forzándome a jugar más con ella. Entonces, uno de mis dedos se adentró en su húmedo interior, y mientras su mano apretaba con fuerza mi muñeca, yo impuse un ritmo que la hizo enloquecer mientras mi dedo se hundía en su interior y rozaba implacablemente su clítoris cada vez que la penetraba. Sus uñas se clavaron en mi muñeca, ante lo que yo aumenté la perversión de mis caricias introduciendo otro de mis dedos en su interior.
Cuando oí un gemido delator escapando de entre sus labios, dejé de simular que mi atención estaba puesta en Lidia, y, volviéndome hacia ella, le pregunté al tiempo que le sonreía ladinamente.
—¿Te pasa algo, querida?
Volverme hacia ella fue mi perdición, ya que pude contemplar la excitación en su sonrojado rostro y en la forma en la que se mordía el labio inferior tratando de disimular para no dejar escapar ninguno más de sus gemidos, que atestiguaban el placer que estaba sintiendo.
—¿Tienes fiebre? —pregunté. Y, fingiendo preocupación por ella, me acerqué más. Mientras ponía mi mano libre sobre su acalorada frente, mis avasalladores dedos marcaron un ritmo más profundo—. Uy, parece que estás un poco caliente… Si te sientes mal, lo mejor será que te apoyes en mí —le dije acogiéndola entre mis brazos para esconder de todos su excitación.
—¡Cabrón…! —susurró ella cuando mis dedos continuaron moviéndose con un ritmo más profundo y su húmedo interior me apretaba, mostrándome que estaba cerca de su límite.
—Es que no quiero que te sientas desplazada. Necesito que sepas que la única mujer que siempre llevo en mi pensamiento eres tú —le revelé en un susurro confidencial, para luego acallar sus protestas con un beso.
Con ese avasallador beso, que reclamaba su pasión, la mano de Paula que retenía mi muñeca dejó de hacerlo y ella se abrió a mí y al placer que yo quería concederle en ese íntimo momento en el que, aunque estábamos rodeados de gente, era sólo nuestro.
Ella intentó no moverse demasiado para no delatar lo que estábamos haciendo, aunque sus traviesas caderas reclamaban el placer de mis dedos una y otra vez. Finalmente establecí un ritmo más avasallador, exigiéndolo todo de Paula, y ella me lo dio perdiéndose entre mis brazos. Mi beso ahogó su gritito de deleite y devoró su deseo mientras llegaba al clímax entre mis brazos.
Cuando su cuerpo se derrumbó satisfecho sobre el mío, yo saqué mis dedos de su interior. Ella, recobrando la compostura, se apartó de mí molesta y me fulminó con la mirada mientras me reprendía silenciosamente por mi desvergonzado comportamiento.
—¿Te encuentras mejor, querida? —le pregunté burlonamente mientras le dirigía una pícara sonrisa que me permitía simular ante todos que era un hombre preocupado y encantador.
Una sonrisa que engañó a todo el mundo excepto a ella y a mi amigo, que negaba con la cabeza, seguramente sospechando cuáles habían sido mis juegos debajo de esa mesa.
—Creo que tengo que ir al cuarto de baño para refrescarme un poco — manifestó Paula, intentando huir de mí.
—Si quieres, te acompaño —me ofrecí amablemente, decidido a no dejarla alejarse. Pero ella, sorprendiéndome como siempre hacía, se me acercó y apoyó una mano disimuladamente por debajo de la mesa en mi firme y abultada erección, tras lo que me susurró:
—No puedes seguirme, Pedro. O, por lo menos, no puedes hacerlo si no quieres acabar con tu faceta de hombre encantador.
Tras esas palabras, Paula se alejó y yo no pude seguirla sin mostrar a todos lo que habíamos estado haciendo por debajo de la mesa, así que, metiéndome de nuevo en mi papel, dirigí toda mi atención hacia la vanidosa actriz que tenía ante mí, que, a pesar de lucir unos grandes encantos, fue justo lo que necesitaba para remediar mi firme erección, ya que su insulsa charla no tardó en acabar con mi libido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario