jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 75

 


Cuando mi madre y su amiga comenzaron a rebuscar en el extenso guardarropa de Nicole, muy emocionadas, me temí lo peor. En medio de los vestidos que Nicole confeccionaba intentando imitar a los que vistieron algunas de las mejores actrices de la historia de Hollywood, me encontré emulando a una elegante y pícara Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes o a una sensual Rita Hayworth en Gilda…, aunque, como en esta ocasión iba de rubia, ambas decidieron que, sin ninguna duda, tenía que ser Marilyn Monroe.


Bajo sus manos pasé por varias fases: en un momento dado, ataviada con un vestido rosa de un tono bastante chillón, unos largos guantes del mismo color y decenas de collares y pulseras de diamantes, obviamente falsos, me divertí cantando desafinadamente el clásico Diamonds Are a Girl’s Best Friend, sabiendo que, sin duda, los caballeros las preferían rubias. Luego traté de imitar la inolvidable escena de la rejilla del metro de la película La tentación vive arriba cuando mi madre y su amiga me ofrecieron un sugerente vestido blanco como el que llevaba la mítica actriz en esa escena.


Sin embargo, no terminó de convencerme, por lo que mis asesoras de imagen de esa noche me propusieron un hermoso vestido negro lleno de transparencias, lentejuelas y brillos para que asistiera a esa fiesta como iba Marilyn en su película Con faldas y a lo loco, algo a lo que yo me negué.


Así que, finalmente, el modelito elegido por esas mujeres no fue menos atrevido ni menos tentador que los anteriores.


Sacando de un apartado rincón una imitación del sugerente vestido que Marilyn lució en la celebración del cumpleaños del presidente Kennedy antes de dedicarle el famoso y sensual Cumpleaños feliz que todos hemos imitado en alguna ocasión, pusieron sobre mí un ceñido vestido color carne con miles de incrustaciones de cristal cosidas a mano, que me obligó a prescindir de sujetador y a ponerme un escueto tanga del mismo color, con el que parecía que no llevaba nada.


—Os recuerdo que tengo que llamar la atención sobre mi guion, no sobre mí.


—Primero tienes que conseguir que ellos te miren, querida, y luego, cuando estén entretenidos con tus encantos, les plantas tu guion delante — dijo Nicole mientras ajustaba mi vestido.


—¿No os parece que está demasiado ceñido?


—El vestido original de Marilyn le iba tan ceñido que el diseñador tuvo que terminar de coserlo mientras ella lo llevaba puesto —apuntó Nicole mientras se encogía de hombros con una sonrisa—. ¿Vendrá ese maravilloso hombre a recogerte?


—No, pero en la nota decía que mandaría un coche.


—¡Perfecto! Tú asegúrate de llevar lo necesario y lucir tus encantos — dijeron mi madre y su amiga, contemplando mi aspecto con orgullo.


—No os preocupéis: estoy preparada para ello —anuncié. Pero cuando saqué varias copias de mi guion de mi bolso y les mostré cuáles eran los encantos que pensaba desplegar delante de los importantes asistentes a ese evento, ambas negaron con la cabeza.


—No tienes remedio —dijo mi madre, empujándome hacia la puerta cuando alguien llamó. Y, mientras daba los primeros temblorosos pasos para intentar cumplir mi sueño, mi madre me susurró al oído—: Nunca olvides que…


—… soy la hija de una famosa actriz —terminé por ella, recordando las palabras que Amalia Chaves siempre me había dicho durante mi adolescencia.


Mientras mis burlones ojos se clavaban en ella, mi madre me sorprendió al dirigirme una cariñosa mirada que muy pocas veces me había dedicado y me corrigió, dándome la fuerza que en esos instantes necesitaba para seguir adelante.


—No, quería decirte que nunca olvides que tú puedes con todo lo que te echen. ¡A por ellos!



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