jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 53

 


Romeo Chaves era un niño muy ocupado. Provisto de un encanto natural capaz de conquistar a todos, un bonito rostro con unos hermosos ojos azules que resaltaban en contraste con sus negros cabellos y la labia de un actor, a sus ocho años tenía que encargarse de demasiadas complicaciones: sus deberes, ayudar a su madre con las labores de la casa y eludir los alocados planes de su abuela, que se había empeñado en convertirlo en actor.


Rodeado por sus libros del colegio, observaba un nuevo guion que sin duda rechazaría mientras se preguntaba por qué razón su madre siempre se creía las mentiras de su abuela aunque ésta fingiera de pena.


—¡Romeo, venga! ¡Hazlo por tu anciana y desvalida abuela, que está en las últimas! —rogó una sudorosa Amalia debajo de una gruesa manta mientras tosía patéticamente, tumbada en el sofá del salón.


—Abuela, sólo tienes cuarenta y seis años: no eres ninguna anciana — dijo Romeo mientras negaba con la cabeza y devolvía el guion a las manos de su manipuladora abuela.


—¡Pero estoy muy malita! —manifestó Amalia antes de volver a toser.


—¡Abuela, que no cuela! A mamá puedes engañarla, pero yo te he pillado practicando zumba con mi videoconsola, así que tan malita no puedes estar.


—¡Mecachis! —se quejó infantilmente Amalia, quitándose la gruesa manta de encima para mostrar los ceñidos leggings y la camiseta de deporte que vestía—. Pero no sé por qué no quieres hacerlo, si este papel es perfecto para ti, cariño…


—¡Abuela, este casting es para niños de seis años, y yo tengo ocho!


—Bueno, un par de años más o menos…, ¡qué más da!


—¡Me niego! Todavía tengo pesadillas con el traje de marinerito que me hiciste poner el año pasado… ¡Como sigas hostigándome, se lo contaré a mamá!


—¡Ay, cariño! ¡Tienes el talento, el encanto y el rostro perfectos! Si tan sólo dejaras que te guiara…


—He dicho que no, abuela, y es mi última palabra. Además, estoy enfadado porque has obligado a mamá a trabajar en su día libre. Y ella necesitaba descansar.


—Sí, Romeo, pero créeme: también necesitaba esto. Para poder avanzar en su vida, tu madre tiene que enfrentarse a un asunto que dejó inconcluso en su pasado y… es un tema muy complicado que entenderás cuando seas mayor.


—Ajá…, ¿y estás segura de que no lo has hecho porque tú quieres huir de algo o de alguien, abuela? —preguntó con impertinencia Romeo, sacando de su carpeta una vieja foto que le mostró a Amalia, la imagen de un actor cuyo rostro estaba tan agujereado que apenas era reconocible.


—¡Pero bueno, Romeo! ¿Se puede saber de dónde has sacado eso? — exclamó ella, arrebatándole de las manos su mayor secreto.


—Del mismo lugar que he sacado ésta… —respondió el niño osadamente, mostrándole la fotografía de otro actor, más moderna que la anterior, y que había corrido la misma suerte que la primera—. Mamá y tú sois muy predecibles: las dos guardabais estas fotos en las estanterías del salón entre las páginas de viejos libros que nadie lee. Tú, en uno de historias sobre actrices que mamá nunca tocaría, y ella, en el de Mujercitas, una obra que no tocaría ni muerto de no ser porque mi profesara me castigó a escribir una redacción sobre ese maldito libro. Gracias a ello, ahora sé quiénes son mi padre y mi abuelo. Lo único que me falta por saber es cuándo voy a conocerlos…


—No, mocoso desagradecido, no lo sabes porque no has podido ver sus rostros ni…


—Abuela, que a pesar de lo que les habéis hecho a esas fotografías, sus nombres se leen a la perfección.


—¡Mecachis! Tráeme el típex, que ahora mismo lo soluciono.


—Te he pillado, así que, si no quieres que le diga a mamá quién es mi abuelo, ya puedes dejarme en paz con esas malditas pruebas, y también hacer todo lo posible para que pueda acceder a esa película, ya que quiero conocer a mi padre… —exigió Romeo, provocando que Amalia comenzara a morderse nerviosamente las uñas ante la idea de traicionar la confianza de su hija—. Y a mi abuelo también —añadió finalmente el pequeño, haciendo que su abuela acabara escondiéndose debajo de la manta.


—¡Romeo, eres un chantajista manipulador! Me pregunto a quién habrás salido.


—Tal vez a la mujer que me sobornaba con golosinas para llevarme engañado a las audiciones desde los tres años sin que mi madre lo supiera —repuso acusadoramente Romeo mientras le arrebataba la manta a su abuela para que dejara de esconderse de él.


—Bueno, por más que insistas, no puedo hacer nada para que las actrices de mi agencia sean escogidas para esa película. Además, la suerte está echada, ya que he dejado la única oportunidad que recibí para adentrarme en ese filme en manos de tu madre —contestó Amalia orgullosa mientras él se echaba las manos a la cabeza, ya que conocía muy bien el carácter de su madre y la poca paciencia que tenía con algunas personas, en especial con las actrices de la agencia de su abuela.


—Entonces lo llevamos crudo… —se lamentó Romeo. Pero cuando oyó a su madre entrar en casa en ese preciso momento, guardó silencio mientras su abuela representaba el papel de enferma debajo de la manta, y él hizo el de hijo perfecto ocultando entre sus libros de texto las fotos que había descubierto, porque mostrar esos secretos provocarían que la sonrisa que lucía su madre desapareciera.


—Hola, Paula, hija mía. Dime: ¿cómo ha ido el casting?


—Pues primero presenté ante las demás actrices las dos únicas cualidades que hacían que Gisela destacara como actriz, concretamente la derecha y la izquierda —dijo Paula ante su boquiabierta madre mientras se señalaba los pechos alternativamente a la vez que su hijo golpeaba su frente contra la mesa, sabiendo a ciencia cierta que su madre había arruinado toda posibilidad de entrar en el rodaje de esa película, lo que le imposibilitaría conocer a su padre. Pero Paula no había acabado de relatar los sucesos del día—. Luego, cuando me quedé sin actriz porque ésta se ofendió, a saber por qué, ya que dije la verdad, decidí entrar yo misma en la sala para participar en el casting.


Tras oír esas palabras, Romeo alzó la cabeza muy sorprendido, mientras que Amalia miró interesada a su hija.


—¿Y cómo te ha ido? ¿Qué has hecho para conquistarlo, para destacar sobre las demás, para que supieran que eres la mejor?


—Los insulté en cinco idiomas, les hice un corte de mangas y, por último, me marché sin olvidar lanzarle un beso a un conocido que había aplaudido mi actuación. ¿Creéis que me habrán cogido? —preguntó Paula mientras una irónica sonrisa acudía a su rostro.


—¡Pues claro que no! —exclamó Amalia furiosa, al tiempo que se incorporaba ofendida, desprendiéndose de su manta—. ¿Cómo has podido hacer eso, Paula? ¡Se trataba de una oportunidad fabulosa para nuestra empresa!


—¡Oye! Pero ¿tú no estabas enferma? —inquirió ella, alzando interrogativamente una ceja.


—¡No cambies de tema cuando te estoy reprendiendo! —replicó Amalia, intentando desviar la atención de su hija ante su engaño. Y cuando vio que su nieto estaba tomando notas disimuladamente sobre lo que había hecho su madre, sin duda apuntando ideas para estropear los castings a los que ella lo llevara en el futuro, dirigió su amenazador dedo hacia él mientras le ordenaba:

—¡Ni se te ocurra, Romeo!


A continuación, Amalia volvió su airada mirada de nuevo hacia su hija, decidida a continuar con sus reproches y su elaborado discurso sobre lo que significaba para ella la interpretación, uno ante el que su hija y su nieto pusieron los ojos en blanco porque se lo sabían de memoria, cuando su teléfono móvil sonó. Al atenderlo, Amalia, entre sorprendida y confusa, le dirigió una mirada de incredulidad a su hija mientras le anunciaba:

—¡Paula! ¡Te han escogido para interpretar un papel en esa película!


—¡Vamos, no me jodas! —exclamó ella, fastidiada por tener que volver a ver a Pedro cuando creía que después de ese día no volvería a encontrarse nunca más con él—. Todavía vuelvo allí y les escupo…


—¡Ni se te ocurra rechazar este papel, Paula! ¡Y ya estás yendo a tu habitación para hacer las maletas porque, después de que Gisela renuncie, necesitaremos el dinero que nos proporcionará ese trabajo! Así que… ¡nos vamos a Hollywood! —sentenció Amalia categóricamente, queriendo guiar a su hija por el camino de la fama, aunque de momento tuvo que conformarse con señalarle el que llevaba a su habitación.


Cuando Paula salió del salón maldiciendo su suerte, Romeo dejó de fingir y se puso en pie para ejecutar un bailecito infantil de victoria mientras sostenía un papel en el que había apuntado los pasos que había dado su madre para conseguir llegar hasta Hollywood.


—¡Trae acá! —dijo Amalia mientras le arrebataba la lista a su nieto—. Ya sospechaba yo que a los de Hollywood les iban estas cosas, si lo llego a saber antes… —musitó mientras repasaba la relación de impertinencias y barbaridades que su hija había sido capaz de hacer y decir y que, sin duda, no iban dirigidas hacia los jueces de esa audición, sino hacia un único hombre muy concreto cuyas palabras aún le hacían mucho daño—. Me pregunto si podrás deslumbrarlo, Paula… —susurró. Y, mientras lo hacía, se preguntaba si ella misma, a pesar del tiempo transcurrido, podría hacer lo mismo algún día.


—Abuela, tú también lo deslumbrarás —opinó con convencimiento el único hombre constante en la vida de Amalia, como si le hubiera leído la mente, dándole las fuerzas que necesitaba para afrontar su pasado porque, indudablemente, ya era hora de que dejara sus miedos atrás y mostrase la misma fortaleza que su hija, aprovechando la oportunidad que el destino había puesto en el camino de ambas.


—No sé lo que ocurrirá en este viaje, Romeo, pero de lo que sí estoy segura es de que los Chaves vamos a arrasar en Hollywood.



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